Capítulo 5

2730 Words
— Alex. Por Dios Alex, reaccioná — Las fuertes manos de Leo lo sacudieron con fuerza. Abrió los ojos asustado, desorientado. ¿En dónde estaba? Reconoció sus cosas y suspiró aliviado. Estaba en casa. Miró a su amigo que lucía más pálido de lo que ya era por naturaleza y se aferró a él como si la vida se le fuera en ello. Leo no dudó en devolverle el gesto, apretándolo fuerte contra su pecho —. Ya, hermano. Tranquilo — susurraba al notar a su amigo temblar contra su cuerpo. — Necesito ayuda con esto —susurró con la voz quebrada. Finalmente ocurría que el morocho pedía ayuda. Por fin aceptaba que había algo que no iba bien. Leo sonrió amplio y lo apretó aún más. Estaba feliz. — Por fin Alex. Todos te vamos a estar apoyando — Alex asintió y se dejó tranquilizar —. Andá a bañarte que yo llamo a los chicos. En un rato nos reunimos en la sala — explicó antes de ponerse de pie, sonreirle muy bonito y salir de la habitación, dejándolo solo a la vez que un tanto confundido. — ¿Y Maiia? — gritó desde la habitación esperando que su amigo lo oiga. — Viene un poco más tarde hoy. No te preocupés. Pero eso no lo dejaba tranquilo. Quería que ella estuviese al tanto de su decisión cuanto antes. Seguro se sentiría orgullosa de él. ¿Lo sentiría? Dios, esperaba que sí. Alex se limpió con el espíritu renovado y cuando salió a la sala ya estaba allí el resto de la banda. Sus amigos lo miraron con ese pequeño brillo de felicidad en sus ojos, con esa esperanza de que finalmente sucedería aquello que esperaban desde hacía tantos meses. Ya no podían tolerar ver a su querido amigo en esa espiral de autodestrucción en la que estaba hundiéndose cada vez más. Pero hoy, hoy finalmente se produciría aquel cambio, daría ese primer paso. Alex caminó nervioso hasta el sillón y se dejó caer allí. Desordenó un poco su cabello para luego recibir la taza de café que Luca le ofrecía. Nadie hablaba, todos esperaban que él comenzara, y él, él sentía que el piso se abriría para tragárselo hasta las entrañas. — Yo ...— se aclaró la garganta —... yo ...— Otra vez pasó su mano por el cabello. Sintieron la puerta abrirse y pudo ver a esa pequeña figura entrar con la mirada tan desconcertada que no pudo más que sonreír. Ahora sí sentía que todos estaban presentes. Inhaló profundo y se dispuso a hablar. — Yo sé que tengo un problema — susurró mirando al piso. Otra vez desordenó su cabello —. Y quiero solucionarlo — dijo un poco más firme, levantando con esfuerzo su rostro para mirar a aquellos que lo acompañaban en esa soleada mañana. En la sala las sonrisas se hicieron más amplias. Luca aplaudió feliz mientras que Donato dejaba caer su fibroso cuerpo sobre su amigo. Maiia caminó despacio, entrando aún más en la sala para dejar su enorme bolso en el pequeño sillón más cercano a la entrada. — ¡Bien, hijo de puta! ¡Vamos a buscar un buen lugar! Te aseguro que todo va a ir bien — le decía Donato mientras lo estrujaba haciéndolo reír como cuando eran pequeños y se pasaban las tardes enteras en la casa del hombre que ahora lo aplastaba con su enorme peso. — Vas a romperme un hueso — lo retó feliz. Sabía que no lo abandonarían. No podía olvidar las imágenes de sus amigos llorando. Aquel sueño había sido tan horrible y al mismo tiempo real, que no dudó en buscar la ayuda que tanto necesitaba. Levantó la vista de la espalda de su amigo y la vió observándolo en silencio, con esa petulante sonrisa de lado. Sabía que se sentía victoriosa y, lejos de molestarlo, lo hacía sumamente feliz. Le regaló un guiño de ojo. Maiia sonrió negando y se dispuso a caminar hacia la cocina. Desde allí gritó: — El que quiera un sánguche caliente hable ahora o calle para siempre — Sus amigos exclamaron al mismo tiempo y Alex supo que ella los había comprendido, después de todo ya se había hecho una relativa fama respecto a sus deliciosos preparados. Cuando todos estuvieron acomodados en la sala Maiia les mostró un instituto que, a su parecer, era el mejor de la ciudad. La internación era obligatoria y eso forzaría al morocho a estar algunos meses incomunicado, pero ella aseguró que podría practicar con su batería en las instalaciones. También explicó brevemente el plan que llevaban adelante, aunque debían analizar la particularidad de cada paciente. Alex estaba histérico. Nada de lo que salía de la boca de la muchacha parecía ser bueno y estaba al borde de levantarse y huir como un cobarde. Se obligó a mantenerse aferrado al sillón mientras sus amigos explicaban y debatían sobre su futuro y las mejores opciones. Finalmente, al llegar la hora del almuerzo, se dispusieron a salir del apartamento. Comer fuera iba a ser un festejo por el primer, e importante paso, que el baterista estaba dando. Después de todo, para nadie era fácil aceptar que se tiene un problema de adicción y mucho menos pedir ayuda para solucionarlo. Por la tarde intentaron practicar pero Alex ya estaba casi fuera de sí. Necesitaba consumir algo que lo ayudara a dejar de pensar en aquello, en los días que estaba por afrontar y, seguramente, serían los peores de su triste existencia, por lo tanto se decidió que él volviera a descansar mientras el resto finiquitaba los asuntos de la gira. — Vamos — le susurró Maiia y él solamente pudo asentir. Estaba tan nervioso, la ansiedad lo estaba devorando con tanta fuerza por dentro, que no podía articular palabra. Mientras caminaban al auto Maiia notó como se tocaba una y otra vez el cuello. Parecía que una enorme contractura lo estaba atacando sin piedad. Al llegar al departamento dejó sus cosas en la sala y se dirigió a la habitación. La morocha lo siguió de cerca, sabía qué es lo que iba a hacer y no pensaba impedírselo, solo iba a monitorear la situación. En cuanto Alex abrió aquella pequeña lata, preparó la pequeña cuchara y se la acercó a la nariz, otra vez esos ojos sin vida aparecieron con nitidez abrumante en su mente. Dejó caer la cuchara y todo el polvo, mientras sus manos temblaban sin control al mismo tiempo que su cuerpo se derrumbaba hacia el frío piso. Maiia se arrodilló a su lado, ignorando la lata abierta que le hacía estallar miles de recuerdos en su cabeza, y abrazó al muchacho con delicadeza. Él se dejó hacer, después de todo no era quien llevaba las riendas de su vida desde hacía bastante tiempo. — Vení que te ayudo con esa contractura — susurró ella en su oído, intentando distraerlo de aquella necesidad que le comía las entrañas. Él asintió y ambos se pusieron de pie para caminar a la ordenada sala —. Acostate en el sillón — ordenó. Alex obedeció sin rechistar. En cuanto estuvo acomodado boca abajo sobre su amplio sillón, sintió como ella se subía encima de su espalda, sentándose sobre su trasero mientras le ayudaba a sacarse la remera cubierta de transpiración. Sus suaves manos, empapadas por aquel óleo que desprendía un exquisito perfume a lavanda, se acercaron de a poco al cuello y comenzaron a masajearlo con una presión bastante deliciosa. Gimió de placer y eso arrancó una suave risa en la morocha. Trató de no hacer más sonidos extraños, aunque a decir verdad era todo un desafío, ella sabía lo que hacía y el olor del aceite lo estaba relajando a un nuevo nivel. Finalmente cayó dormido en el sillón, dejándose llevar por esa linda sensación que se había instalado en su pecho, por ese calorcito precioso que guardaría como un tesoro durante sus días de encierro. Abrió los ojos solo para notar que ya era muy de noche. De la cocina una tenue luz se desprendía y podía oír las cacerolas golpearse entre sí. Se levantó aún adormilado y caminó directo hacia el lugar de donde provenían esos sonidos, sabiendo, anticipando, a quién vería allí, de espaldas, con su bonito cuello invitándolo a hundirse en él. Apenas entró la vió. Tenía sus auriculares puestos. Primero pensó que escuchaba música hasta que se dió cuenta que en realidad hablaba por teléfono. Al otro lado de la línea Carlos le contaba algo sobre un problema extraño que había tenido en su trabajo. Resulta que el hombre había confundido algunos pedidos en el restaurante elegante en el que trabajaba de mozo y los clientes habían reclamado tal error. Él, con su característica sonrisa y ese bonito acento, los había terminado por convencer que los platos estaban bien dados y que eran mejores que las opciones que, supuestamente, habían pedido. No sabe muy bien cómo terminó consiguiendo mejor propina que nunca. Ella rió, rió de verdad, de esa forma que Alex jamás había logrado que riera y se sintió furioso. No sabía por qué, no podía dar con las razones de su ira creciente, pero tampoco iba a ponerse, en ese preciso momento, a analizarlo. — Sos muy guacho, Carlos —. Oh, santa mierda, otra vez ese nombre se colaba en alguna conversación. Odiaba a ese Carlos cada día un poquito más porque era para ella algo que él jamás podría ser —. No sé cómo lo hacés — Y esa sonrisa tan bonita otra vez lo enfureció más. Seguro ese Carlos era un niño bien, de una bonita familia, con un buen trabajo y jamás se había metido tanta mierda. — Hola — dijo con tono firme y fuerte sin interesarle si ella había acabado de hablar. Maiia se giró para verlo y cambió notablemente su expresión. — Hablamos cuando llegue a mi casa — le dijo a su interlocutor al otro lado de la línea. Escuchó la respuesta y luego colgó —. ¿Querés pastas para la cena? — Puedo cocinarme mi comida. O pedir algo a domicilio. No te preocupes podés irte y seguir hablando con tu novio hasta la hora que quieras — escupió con enojo desde la entrada de la cocina. Maiia rió bajito. — No… no es mi novio — dijo aún riendo —, y quiero que arreglemos cómo vamos a hacer mañana. — Me importa una mierda mañana, Maiia. Andate a tu casa — ordenó. — Ey, si tenés algún problema… — Sí. Me da en el centro de las pelotas que hables con tu noviecito en tus horas de trabajo. No sos una adolescente que no puede esperar a llegar a su casa para conversar con su dulce y amable hombre que debe ser tan perfecto, tan distinto… — se interrumpió. — ¿Tan distinto a quién? — pinchó Maiia con malicia —. ¿Tan distinto a vos? — insistió al no escuchar una respuesta —. Entendé que no es mi novio, no hablo con él si estoy ocupada, ahora lo hice porque yo necesitaba… yo… — Y desvío la mirada hacia otro lado. Solo había llamado a Carlos, lo había vuelto a molestar, porque no estaba segura de que si podría con todo lo que le esperaba al día siguiente. Sentía la ansiedad crecer en sus entrañas y el aire comenzarle a faltar, y eso que ni había pisado el lugar. Solo pensar en volver a entrar allí, después de tanto tiempo, la tenía al borde del llanto. Encima conocía el lugar exacto donde Alex mantenía guardada su cocaína y eso la estaba desquiciando demasiado. — Me podés contar también — le indicó con calma. — No. No es… no importa. No vuelvo a llamarle si estoy en horas de trabajo — finalizó levantando su rostro para clavar sus desafiantes ojos en él. Algo oscuro se removió dentro de Alex con desagrado, algo que lo hizo ver directamente a la realidad que le estallaba en la cara. — ¿No podés confiar en mí porque soy un drogadicto de mierda?¿No podés ni siquiera pedirme un consejo porque seguro tengo tanta mierda en la cabeza que ni siquiera comprendería?¿Eso pasa? — gruñó. — No Alex. Nada más lejos… — ¿Sabes qué? Es verdad. Soy un maldito drogadicto y eso debería estar haciendo — dijo girándose para ir a su habitación. Maiia lo siguió de cerca. Estaba tan fuera de sí que seguramente cometería una estupidez. Alex sacó la lata de su cajoncito y la abrió a prisa. Con mano firme preparó la cucharita y vió a Maiia en el marco de la puerta, observándolo con esa expresión que no podía descifrar. Se enfureció aún más e inhaló con fuerza, dejando que ese maravilloso polvo se apoderara de su cuerpo y mente. Maiia lo contemplaba temblorosa, sin decir nada ni intentar hacer algo. Él se acercó a ella furioso, dolido, le había lastimado el orgullo. — Vamos, metete un poco y disfrutá conmigo — le dijo tendiéndole la lata. La morocha cambiaba incesantemente la mirada del polvo al rostro transformado del morocho —. Vamos linda. Después podemos divertirnos un poco — insistió tomándola de la muñeca con fuerza —. Inhalá un poco y deja esa cara de boluda amargada que siempre cargás — Y le acercó la lata al frente de su rostro. Maiia se retorció con fuerza librándose del agarre, provocando que la lata cayera directamente al suelo, desparramando todo el polvo por el limpio piso de madera. Alex la miró desencajado. Ahora sí estaba furioso. La sujetó con fuerza del cuello, sin notar que ella temblaba como una hoja entre sus manos —. La concha de tu madre. Mirá la mierda que hiciste. Ahora me pagás la coca que desparramaste — Y apretó con fuerza. Con tanta fuerza que casi no la dejaba respirar. Como pudo Maiia levantó las manos para poder clavar con fuerza sus dedos en el rostro del morocho, logrando que la soltara por el dolor que le produjo sus dedos incrustándose en la mandíbula. Alex la liberó de su salvaje agarre, puteando por el dolor que le provocó, sintiendo cómo comenzaba a elevarse en esa nube extraña que lo apartaba de la mierda de realidad en que vivía cada-maldito-día de su vida. Maiia volvió a notar el piso bajo sus pies, se inclinó levemente hacia adelante, intentando que sus pulmones no fallaran, no se lastimaran, al ingresar de pronto todo el aire que le había faltado durante aquellos segundos. Sintió cómo aquellas enormes bocanadas de oxígeno le raspaban la garganta, resecándola repentinamente, provocando una fuerte tos que surgía de lo más hondo de su cuerpo. — Vengo mañana a las ocho — dijo una vez que pudo dejar de toser y el aire entró nuevamente con normalidad a sus pulmones —. Mejor que estés listo — finalizó antes de dar media vuelta y salir de allí. Alex se dejó caer en el suelo e inhaló un poco más de aquello que estaba desparramado por su pulcro piso, después de todo él era una mierda sin valor, no pasaba nada si su vida se acababa de aquella forma tan patética. ----------------------------------------- Ahora sí esa radio de mierda no se iba a meter más con aquellos dioses de la música. Él trató de hacerlos entrar en razón, les dijo en diferentes audios el por qué estaban hablando idioteces de las que nada sabían. Les exigió dejar de criticar a Alex porque, a un genio como él, no se lo podía cuestionar. Miles de veces explicó las razones por las que Alex era el mejor baterista de la historia, muy lejos en su perfecta performance con respecto a cualquier otro colega del momento. No entendía cómo esos estúpidos periodistas siguieron criticando programa tras programa, a cualquier aspecto que estuviese relacionado con él. Se fijaron en su aspecto que, era en cierto modo verdad, se había visto un tanto desmejorado, pero a ver ¡no era fácil ser Alex! Tener toda esa fama, ese dinero y tan enorme talento, no es para cualquiera. ¡Solo él puede llevarlo con tal elegancia y seguir siendo el mejor en todo! Si sus mensajes por teléfono no les había impactado, quería ver qué pensarían ahora que todo estaba en llamas.
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