LA CARNADA PERFECTA
Hoy el cura organizo una cacería para darle fin a la desaparición de personas; —es una bestia; - no, es un güito; —no, es una ánima vengativa; —son OVNIS; decía la gente del pueblo.
El cura en pleno sermón convoco a los hombres más valientes a salir al exterminio de la criatura, por supuesto todos se ofrecieron, puesto que nadie es mejor que nadie, aunque el capitán de policía realizo filtros rechazando a los gordos y a los cobardes que él conocía. Formaron un comando donde resaltaban dos hombres, el primero conocido como “el cortico”, porque su apellido era Cortes, además de estatura baja, más no con enanismo, flaco, pero no desnutrido y un ligero bigote que marcaba su cara. Que por sus largos años en la milicia era un elemento muy valioso y don Gildardo Simplón, cuyo cuerpo contaba muchas historias. No tenía una parte sin una cicatriz, en su mano derecha tenía solo tres dedos a causa de un machetazo, su pierna izquierda con tres platinas a razón de unos disparos, su mejilla izquierda la marco una pelea a puñal, en fin era un hombre curtido en mil batallas civiles, un hombre sin miedo, perfecto para encabezar la misión.
En el espeso bosque donde se presumía que se ocultaba la bestia, cada árbol parecía transformarse en monstruos en las pequeñas mentes del escuadrón con las armas, siempre apuntando hacia los diferentes sonidos de la naturaleza.
Duraron patrullando toda la noche y parte del día, para no encontrar nada raro.
—bueno, hijos míos, no se pudo, intentémoslo otra vez hoy por la noche —propuso el cura.
De regreso a casa, Gildardo se decidió a acompañar a Cortico, quien no le hizo el quite, pues sabía que vivían en la misma dirección, aunque no se habían hablado antes, así que pensó que era una muy buena oportunidad para conocerse mejor.
—echemos por este atajo, —dijo Gildardo.
—no, podría aparecer él tal monstruo, —contesto Cortes.
—no pasa nada, tranquilo compa, —replico Gildardo.
Así que cogieron rumbo por unos matorrales muy espesos.
…
— ¡señor cura, el monstruo volvió a atacar, mato a un hombre en el bosque!
— ¿a quién? —pregunto el sacerdote
—nada menos que el finado es el legendario Gildardo Simplón.
— ¿Cómo?, ojalá Dios lo guarde y lleve su alma con bien, tenemos que atrapar a esa bestia. — finalizo el clérigo.
…
Hernán Cortes se duchaba, en esos momentos lavaba muy bien su cuerpo, lo restregaba mucho, tanto que ya ni en el piso había rastros de sangre,
—fue una pelea muy dura, —se decía a sí mismo; mientras lavaba sus heridas, —por más duro que era, ningún chulo puede conmigo.
Entonces recordó el espeso bosque, cuando sintió disparos que provenían de todos los lados, bombas, explosiones, el aire comenzó a oler a pólvora y sangre. Una figura oscura intentó abrazarlo, seguramente para estrangularlo, pero él rápidamente desenfundo su machete y al mejor estilo samurái lo blandió tirando a partir a su oponente, quien gravemente herido también procedió a lanzarle cuchillazos. Al final, gracias a un poco de suerte, le pudo de un sablazo quitarle la cabeza, dándole término a ese cruel enfrentamiento;
—destruye su alma, apodérate de su poder, - le decían numerosas voces en su mente, así que le abrió el pecho sacándole el corazón que aún se movía y se lo comió de tres mordiscos.
—los chulos se fueron, —pensó, mirando a su alrededor, donde no vio rastros bélicos, ni enemigos, solo un cadáver decapitado que al mirarlo bien le provoco que gritara muy fuerte:
—¡maldita sea Mataron a Gildardo!
…
Gonzalo trabajaba muy duro, pues tenía que tener la mente ocupada, como el mismo decía:
—me gusta trabajar en algo que me toque rendir al máximo, ojalá que ni siquiera pueda respirar, el trabajo de oficina es muy tedioso, en mis pesadillas me veo todo el día encerrado en un cubículo, revisando mil formas y grandes cifras de dinero que nunca veré realmente además de convertirme en un viejo, gordo y artrítico.
Laboraba en un supermercado donde siempre se mantenía ocupado, por eso los demás empleados le tenían cierto recelo, también porque nunca los acompañaba a una fiesta y tampoco a un momento de ocio,
—apenas habla, —decían, —lambe mucho.
No era trabajo para él, quien había sido el mejor bachiller, tal vez tendría un puesto si hubiera prestado el servicio militar, todo porque le tiene fobia a los uniformados y a la gente de la ley. Esos mismos que tenían una profunda investigación en ese barrio, porque allí era en la parte de la ciudad donde más habían aparecido cadáveres de mujeres mutiladas, como estrategia fueron designados varias agentes en esa área. Muy en especial a Cindy, la más linda, una encantadora rubia que no tenía ningún lado que no fuera perfecto, eso fue lo que pensó Gonzalo la primera vez que la vio.
Sabía más o menos la hora en que llegaba, para el poder atenderla muy amablemente, una madrugada tuvo la suerte de observar a la rubia saliendo de un bar al que decidió frecuentar a ver si se la encontraba.
Varias noches la estuvo esperando sin éxito,
—maldita sea, me coloque una de mis mejores pintas y por el afán ni siquiera cene para que ella no vuelva a aparecer.
Hasta que al fin la espera dio frutos, una noche donde era torturado por la espera, incluso las luces se prendieron y la música se apagaron, cuando ella entró al bar tan radiante y despampanante, la carnada perfecta.
Con cierta dificultad la saco a bailar, puesto que todos los presentes querían hacer lo mismo, pero les gano sacando a relucir que la conocía del supermercado, y ella no se arrepintió, pues Gonzalo bailaba muy bien, no se movía con una coreografía como todo el mundo, él era auténtico.
—Cindy, —le declaró ella, olvidándose que era policía; —Cindy me llamo Cindy Baena;
—yo Gonzalo Jiménez.
Él la monopolizó toda la noche, tanto que se aguantó las ganas de ir al baño porque temía que otro galán se la pudiera quitar.
Fue una gran noche inolvidable, muy especial, sobre todo para la hermosa oficial de la ley.