Las gotas de sudor frío se deslizaban sobre la espalda del castaño que no paraba de golpear el saco de arena, llevaba una hora ahí, sin dejar de golpear con sus puños. Estaba perdido entre las imágenes borrosas de su tormentoso pasado.
-¡Caín detente! -se oyó la voz de su entrenador.
-Mierda... -gruñó el joven dejando de golear.- ¿Por qué me interrumpes así Deck?
-Se está rompiendo la bolsa, inútil. Ve a estirar tus músculos y quita la sangre de tus puños. -ordenó el adulto.
El chico miró sus puños y sonrió con sorna. No había notado el daño que se estaba haciendo, se había vuelto resistente al dolor, físico y psicológico. Sacudió sus manos y las gotas de sangre salpicaron el suelo. Bufó y se encaminó a los vestidores.
-El líder quiere verte. -oyó una voz a sus espaldas.
Volteó y se encontró con Maya, su recurrente de momento. Asintió en su dirección y ella se retiró. Se colocó una camiseta limpia y salió de aquel gimnasio de mala muerte. Se montó en su vieja Harley hasta llegar a la casa del grupo.
-Te espera en su oficina. -oyó decir a uno de sus hermanos.
-Es bueno verte Ca. -murmuró otro.
-Sé que me echaban de menos, idiotas. -respondió Caín a Jabel y Samuel, los mellizos llevaban tanto tiempo como el en ese mundo.
Entró y se dirigió a la oficina del líder, papá... Pensó en su mente con gracia, el hombre era un jodido bastardo con mucho dinero y un montón de chicos sin nada a su disposición. Pasó sin pedir permiso y efectivamente, el viejo lo esperaba.
-Hace dos semanas que no apareces por aquí. ¿Qué te hace pensar que eres libre de decidir eso? -cuestionó el hombre sentado en su escritorio.
-No he tenido un mal comportamiento, controlé cada carrera y cada distribución. No hubo intervención de la policía, no me jodas como si algo hubiese salido mal. -respondió Caín.
-Eres mí mejor hijo, no me hagas reprenderte tus actitudes inmaduras. Ya no eres un niño y tus hermanos siguen tus pasos. -le recordó.
-No intentes usar eso conmigo, Albert. Tu los obligas a seguir mis pasos, maldición. -gruñó el joven.
-Estás tomando un vuelo inestable Caín, me perteneces, eres parte de ésta familia y jamás saldrás, ahora compórtate bien de una buena vez y deja de darme dolores de cabeza. -pidió Albert con tono sereno-. Cualquier error tuyo, lo pagaran tus hermanos. Ahora, retírate, te hablaré cuando tenga trabajo para ti.
Caían salió dando un portazo, la madera de la puerta vibró ante la fuerza del mismo. Salió de la casa y bufó, necesitaba calmar su ira. Vio en el patio a sus hermanos, esos niños que como el estaban sumidos en la oscuridad, lamentaba el que estuvieran ahí, se merecían otra oportunidad para ser felices, esa oportunidad que nunca le llegó a él.
-¡Ca! ¡Hola hermano! -gritó un joven de catorce años, el era el protegido de Caín.
-Hola Lian. -saludó y le sacudió el cabello a modo de afecto.
-Hace días no te veo... Escucha, papá me empezó a mandar a la escuela, no sabes todo lo que aprendo ahí. -dijo emocionado Lian.
-¡Que bueno! Serás un fortachon con conocimientos. -murmuró Caín.
-Seré el mejor, como tu hermano.
Esas palabras calaron en Caín. Por eso no le gustaba venir a éste lugar, no podía ver como esos inocentes se permitían corromper, menos ver como aquel que hacía que todos le llamaran "padre" se aprovechaba de ellos. Se despidió de su protegido y salió de ahí.
En el camino a su departamento, miles de imágenes cruzaron su mente. Imaginó otro tipo de vida, aquella que le hubiese gustado tener. Con veintidós años se imaginaba con una bonita chica a su lado, una novia fiel, candidata a esposa y madre de sus hijos pero claro, en otra vida.
Estaba tan jodido que sabía que la felicidad no era parte de su vida y tampoco lo sería, nunca. Su mundo era un asco y nunca saldría de ahí, lo sabía... Tampoco hacía algo para salir, sus hermanos estaban en medio y no permitiría que nada les sucediese... No mientras pudiera evitarlo. Estacionó la moto en su garaje y subió hasta el piso de su departamento, estaba por ingresar a su hogar pero entonces...
-Maldita sea. -oyó una voz detrás de él antes de entrar.
Volteó y sé sorprendió al ver una chica algo rellena, no era delgada pero tampoco estaba mal, no juzgaba los físicos, no después de lo que le tocó vivir. Era de estatura mediana y llevaba el cabello castaño oscuro suelto. No alcanzaba a ver su rostro, esa chica no era de ahí.
-¿Se te perdió algo? -preguntó Caín mirándola desconfiado.
Ella levantó la vista y él observó dos grandes ojos realmente únicos, grises tormenta. Esa chica tenía dos perlas hermosas por ojos, se sintió cautivado.
-Oh no, es que soy nueva y me han dado tres llaves. La del garaje que me corresponde, del departamento y la otra no sé. -respondió ella sonriendo.
-Es la q tiene el número dos. -murmuró Caín y antes de que ella le dijera algo, ingresó a su departamento.
La chica se quedó estática en el lugar, no dejaba de pensar que su vecino era realmente guapo pero ella sabía que no era su tipo. Se encogió de hombros e ingreso a su nuevo hogar. Se sentía feliz de finalmente independizarse de su tía.
-Nueva vida... -murmuró aspirando el olor de las paredes recién pintadas.
Acomodó sus pertenencias y le dió su toque personal al lugar. Sonrió satisfecha con el resultado y una vez terminó, se decidió a cenar. El chico de ojos azules seguía en sus pensamientos, era alto, atlético y sin dudas intimidaba, su mirada era vacía seguro cargaba con un pasado doloroso o una perdida. Todo un chico malo, pensó. Ella sabía leer las miradas o al menos siempre que creía hacerlo acertaba.