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1135 Words
Layla miró el hematoma en su rostro y suspiró triste. Extrañaba esos días dónde era feliz junto a David, todo era hermoso en esos momentos, no comprendía porque su cambio tan repentino... Lo peor es que tampoco entendía por qué el insistía en seguirla viendo.  Gracias a su terrible ansiedad comenzó a subir de peso y desde entonces David le dijo que no recibiría ni siquiera una buena mirada de su parte, no comprendía, ¿por qué seguía molestándola entonces? Bufó y colocó el maquillaje en la zona con sumo cuidado, le dolía. Tomó su móvil e hizo su llamada diaria a su tía. Era lo más cercano que tenía a una familia y no dejaría que David les hiciera daño por ella. -Cielo, ¿cómo estás? -oyó la voz de su tía y controló sus sollozos. -Bien tía, las extraño. -admitió.- ¿Ustedes cómo están? -Muy bien, también te extrañamos. -respondió ella y Layla sonrió entre lágrimas.- ¿Cuándo tendrás un tiempo para venir a visitarnos? -Pronto, lo prometo. -Eso espero, avisame cuando vayas a venir prepararé tu comida favorita. -dijo su tía. -Está bien... Gracias tía, saludos a Kathia. Nos veremos pronto, adiós. -colgó y finalmente se permitió llorar. A la mierda su intento de maquillarse para evitar que se notará el hematoma. Su rostro, lo único que le agradaba de su ahora horrible cuerpo. ¿Qué había echo para merecer ésta mierda? Oyó como llamaban a su puerta y el temor se apoderó de ella. No quería verlo, no ahora. Entonces escuchó la voz de su sexy vecino, del cual aún desconocía el nombre. -Layla sé que estas ahí. -escuchó y ella bufó. Limpió su rostro y acomodó su ropa. Abrió la puerta y vió al castaño imponente frente a ella. Le sacaba una cabeza y media, casi dos de altura. Se sentía realmente pequeña a su lado, en todo sentido. El chico era intimidante. -¿Puedo entrar? -preguntó el. Ella lo miró con el ceño fruncido. Ese chico capaz tenía un trastorno bipolar, doble persona o algo. La trataba mal, luego se preocupaba. Los hombres eran raros. Ella asintió y el pasó dejando sobre la mesa una pomada. -¿Y eso? -preguntó. -Para el golpe que tienes en tu rostro. -respondió el. -Mmm gracias... -murmuró y maldijo por no haberle preguntado su nombre. -Caín. Mi nombre es Caín. -mencionó el y ella asintió. -¿Tienes alguna pastilla para el dolor de las que te dí el otro día? -preguntó Caín. -No... Pero no me hacen falta, estoy bien. -mintió. - Quiero saber el porque haces ésto. El la miró, ella se perdió en el azul de su mirada... Parecía decir todo y a la vez nada. Le encantaría saber que escondía Caín. Su nombre .... Era bíblico, recordó el pasaje de "Caín y Abel". Entonces se preguntó, ¿ese era su verdadero nombre o sólo un apodo? Porque David usaba uno, en vez de su verdadero nombre utilizaba Dev. -¿Hacer qué? -preguntó el enarcando una ceja. -Cuando fui a agradecerte, fuiste totalmente despreciable y ahora apareces con esa pomada. -habló ella confundida. Caín suspiró estresado con la situación. Esa chica quería saberlo todo. Ansiaba decirle la verdad, que era por su supuesto "padre" y el estúpido interés que el mismo tenía en ella por información pero no, tenía que montar toda una maldita farsa innecesaria. Odiaba fingir, no era lo suyo. -He visto que estás sola. -murmuró.- Supuse que no te vendría mal algo de ayuda. -Claro... La última vez que recibí ayuda de un extraño, terminé liada con David. -susurró ella pero Caín lo escucho. -¿David? -preguntó y ella se sobresaltó. -No... Dije Dany. -intentó fingir tranquilidad Layla. -Bien... Como sea, sólo vine a ayudarte. -No necesito tu ayuda, estoy bien. Ha sido sólo un golpe, nada de otro mundo. -habló ella y el rió sin gracia. -Claro, estás bien sin saber defenderte de quien sea que te hace eso. -gruñó el.- Mujeres como tu siempre necesita ayuda. -¿Qué puedes saber tu de eso? -levantó la voz Layla molesta.- ¡No sabes nada de mí y tampoco de mí vida! Ahora hazme un favor y vete. Caín sonrió, el sabía de ella y sobre su vida o al menos algo de su vida. Sin más, levantó los brazos rendido, no tenía ánimos de discutir. La chica se enojaba fácilmente y eso era un punto a favor, sabría como molestarla. Podía intentar agradarle por eso lado, molestándola, bromeando con ella pero realmente la chica era impredecible. -Y la próxima... Pregúntame si necesito ayuda, no supongas. -dijo ella.- Tengo veinte años no dieciséis. El asintió y salió sin más, Layla no era ninguna niñata. Apenas y era dos años menor que el. Ingreso a su departamento y suspiró, que día más odioso. Tomó una cerveza de su heladera y se dispuso a beber al menos por hoy hasta perder la razón. Estaba estresado, malhumorado y ahora tenía otro problema más en su vida, Layla y toda la mierda de David. -Es un idiota... Y yo una estúpida. -murmuró por lo bajo Layla una vez que su vecino salió del departamento. El chico capaz quería ayudarla para remediar lo mal que la había tratado, ella podía haber sido oportuna y quizás interrumpió algo causando que el fuera así de cruel. Miles de cosas atravesaron su cabeza y de repente el enojo se esfumó, dando paso al malestar. Ahora ella había sido cruel con el. David no la dejaba tener amigas mucho menos amigos, el era su vecino y tal vez podría llegar a ser su único amigo pero corría el riesgo de armar una disputa entre su vecino y David. -Que falta me haces Kenya. -dijo mirando el cuadro dónde posaba con su vieja mejor amiga. Ella siempre sabía cómo actuar o qué decir, puede que no lo supiera y simplemente se arriesgara. Ella tenía mucha valentía, lo que en estos momentos a Layla le faltaba. No podía enfrentarse a David, no cuando la tenía en la palma de su mano producto de sus amenazas. La idea de jamás librarse de él le aterraba pero era algo que conforme el tiempo pasaba, lo iba aceptando. Muy dentro suyo sabía que David siempre pero siempre la tendría en sus manos, era eso o estar dispuesta a perder lo único que tenía y no, no haría eso. Suspiró y tomó la pomada para aplicarla en su rostro, la reconoció al instante, David la utilizaba en sus peleas ilegales, en si los boxeadores solían usarla para las marcas que dejaban los golpes luego de una pelea. ¿Por qué Caín tenía ese tipo de pomada? Su vecino era un misterio. No quería ni pensar en que podía ser otra persona metida en esas cosas clandestinas.
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