Aunque Devina recorrió distancias en el impresionante landaulet Fiat que la señora Vanderholtz usaba para ir de compras en Nueva York, algo muy emocionante había en viajar en el Mercedes del Duque. Por fortuna, llevaba una estola de gasa en el auto para que cualquier pasajera pudiera atar su sombrero, porque él conducía a la velocidad de treinta y cinco kilómetros por hora que, según le explicó a Devina, era la máxima permitida en Inglaterra. —Puede dar hasta ochenta kilómetros, y lo he corrido a esa velocidad en el parque de mi propiedad— explicó el Duque orgulloso—, mi viejo Napier no podía ir tan aprisa sin descomponerse. —Vas a amedrentar a los ciervos y a los trabajadores de la finca— comentó Galvin Thorpe desde el asiento posterior. Al mismo tiempo, Devina comprendió que estaba b