Capítulo 5

2186 Words
Puedo sentir sus manos recorrer mi piel, erizando todos los bellos de mi cuerpo. Trago saliva con fuerza, mi pecho sube y baja con rapidez a la vez de que me siento recorrer por innumerables escalofríos, los vellos de su incipiente barba acarician mi piel, aquellos maravillosos ojos verdes me observan de forma lujuriosa al retroceder algunos centímetros, para luego, terminar por atacar mis labios. Una fría lengua recorre todo mi rostro, provocándome arrugar la cara. Abro los ojos de forma sobresaltada, encontrándome con la tierna mirada de mi Pomerania, quien no deja de lamer todo mi rostro. —¡Lucy! —la regaño al tratar de alejarla inútilmente de mí. Suelto una carcajada, mientras mi pequeña peluda no deja de mover su rabo al ladrar y saltarme de un lado a otro. Paso ambas manos por mi rostro, quitándome todo rastro de baba que ella ha dejado en mí. Con las palmas de mis manos, rasco mis ojos, dejando salir un largo bostezo. Parpadeo en varias ocasiones, para luego sonreírle a mi pequeña, que no deja de sacar su lengua a la vez de que ladra sin parar. —Quieres salir, ¿eh? —digo al comenzar a salir de la cama—, ¿no se suponía que tú estabas durmiendo en la habitación de Ana Paula para que mami no tuviera que levantarse tan temprano? —me quejo mientras me dirijo hacia la puerta corrediza de mi habitación que da al balcón. Miro la hora en mi teléfono, hago una mueca al ver que apenas serían las seis de la mañana, alboroto mi cabello con molestia, casi pude haber dormido por lo menos dos horas más. Lucy continúa ladrando, pero esta vez, era un ladrido que mostraba llanto, así que al final, la tomo en mis brazos y me dispongo salir de la habitación para complacerla en lo que me ha pedido. Ni siquiera había terminado de salir al pasillo, cuando me encuentro de frente con mi padre. Él mantiene sus brazos cruzados a la altura de su pecho y me observa manteniendo una ceja arqueada. —Papá, ¿tú dejaste a Lucy en mi habitación? —Hasta donde yo sé, es tu cachorra —dice con notoria molestia—, Ana Paula no tiene por qué seguir alcahueteándote. A partir de ahora, Lucy dormirá contigo. —Estás enojado conmigo —afirmo al resoplar. —Ni siquiera lo dudes. Estoy muy, muy decepcionado de ti, Jussara. ¡Te confié esa reunión! ¿Qué hiciste a cambio de conseguir ese contrato? ¡Llegar ebria a altas horas de la noche! —Manoel Santos es un completo imbécil —acaricio la cabeza de Lucy, tratando de tranquilizarla mientras me concentro en la plática con mi padre—, no iba a firmar un contrato con un idiota que acostumbra ver a los demás por encima del hombro. Ese tipejo prácticamente nos estaba humillando, dijo sentir lástima por nuestra empresa. —Jussara, los Santos siempre han sido así, conozco a su padre, un cretino que ha acostumbrado a humillar a sus iguales —mi padre mueve su cabeza en completa frustración—, cielo, no podemos darnos el lujo de perder un contrato como el suyo, esos hoteles… —¿Qué quieres que haga, papá? —pregunto al mirarlo fijamente—, ¿Qué vuelva a buscarlo? ¿Qué le pida que me dé el contrato otra vez? —niego con la cabeza, frunciendo levemente el ceño—, lo siento mucho, padre, pero no volveré a buscar a ese hombre. Un lento suspiro abandona sus labios, lo noto dudar por algunos segundos, para al final, terminar por asentir con cansancio. —Está bien, será como tú digas esta vez —dice con notorio fastidio—, supongo que ya llegarán otros contratos importantes a como lo era el Atlanta Río. —Papá, aunque quieras hacerlo, no vas a hacerme sentir culpable —señalo al sonreírle con dulzura. —¡Ya sé! Ahora ve a sacar a tu cachorra antes de que termine orinando por todo lado, prepararemos el desayuno y luego nos iremos a la empresa. —Sí, señor. (…) Manoel Santos Jussara de Oliveira, amante de la botánica, graduada en administración de empresas, perdió a su madre hacía cinco años atrás, además de su nana a causas del Covid-19, veintidós años, soltera, futura y única heredera de Turissara. Tuerzo una risa mientras continúo deslizándome por toda la información que hay en internet sobre ella. —Carajo, si solo ha hecho falta que subas a la web la dirección de tu casa —digo en voz alta al echarme a reír. Giro en la cómoda silla en mi oficina mientras vuelvo a recordar todo lo acontecido el día anterior, aún podía recordar la forma en que sus pupilas se dilataban al hablarme con rabia, estaba claro que no le había gustado absolutamente nada lo que había dicho con respecto a su oferta al asociarnos. —¿Por qué noto que estás más sonriente hoy? Dejo de girar en mi silla para dedicarme a mirar a Carine, mi asistente personal. La alta rubia contonea sus caderas al acercarse a mí, sus tacones resuenan contra el piso, tacones que la hacían lucir extremadamente sexy. —Ayer tuve una buena reunión —comento al volver a concentrarme en la computadora. Debía de confeccionar un nuevo contrato, ir a buscar a la chica y ofrecerle nuevamente nuestra alianza. Lo de ayer sin duda alguna me había dejado sin palabras, por lo que, se me había planteado la idea de asociarme con ella, para lograr bajarle esa seguridad con la que fue capaz de dirigirse hacia mí. Debía de hacerla trastabillar, debía de demostrarle quién era el sexo fuerte. Dejo de mirar el monitor al percibir a Carine rodear mi escritorio para detenerse frente a mí, apoya su espalda contra el borde del escritorio y sube ligeramente su falda, a la vez de que comienza a desabrochar su camisa. —¿Qué estás haciendo? —Desestresándote —comenta al sonreír con picardía—, ¿a poco no quieres? —Ahora no, Carine —digo al tomarla de la cintura para apartarla de mí—, tengo muchos asuntos qué hacer, así que ahora no tengo tiempo. Haz el favor y regresa a tu trabajo —mando con seriedad, señalando la puerta. Los ojos azules de la chica me miran con furia, la veo fruncir los labios mientras vuelve a acomodar su ropa. —Tú siempre estás dispuesto para mí, Manoel. —He dicho que no tengo tiempo para atender tus necesidades ahora —le hago un ademán con la mano, para volver a concentrarme en mi trabajo—, ahora retírate y realiza la documentación que te pedí. La quiero lista para la una de la tarde. —Como usted diga, señor —farfulle con notoria molestia para acabar con dar un portazo al salir. Me echo a reír a la vez de que niego con la cabeza. ¿Qué mierdas tenían las mujeres con las puertas? ¿Por qué demostraban su rabia al tirarla? ¿Qué culpa tenía la pobre puerta? Vuelvo a revisar el contrato que aquella mujer ni siquiera se había tomado el tiempo de revisar, j***r, ¿en serio tendría que dar la cara y ofrecer una maldita disculpa? No quería admitirlo, pero también necesitábamos de ellos, después de esta puta pandemia, las reservas en los hoteles habían bajado considerablemente, trayéndonos con ello grandes pérdidas de las cuales no nos habíamos logrado recuperar. Ocupábamos algo que llamara la atención de los visitantes, necesitábamos subir esas reservas, pues de lo contrario, no pasaría mucho tiempo cuando comenzaríamos a cerrar hoteles. —¿Por qué Carine está tan furiosa? —pregunta Joao al entrar a mi oficina. Hago una mueca al percatarme de su cabello platinado. —¿Cuándo volviste a cambiar el color? —señalo. —Hace dos días, ¿no te parece lindo? —Cierra la boca, Joao, de lo contrario, voy a golpearte. Mi amigo y gerente general de la cadena de hoteles, suelta una carcajada mientras se acerca al escritorio para sentarse frente a mí. Coloca su tableta frente a mí y señala los gráficos que continúan mostrándonos que vamos en picada. —Si no hacemos algo pronto, terminaremos por cerrar el que está en Sao Paulo, a pesar de los lujos que ofreces en cada uno de los Atlanta Río, ahora aparenta ser que no es suficiente, la gente está asustada, Manoel, no quiere viajar, menos a Brasil, uno de los países que fue más devastado por el Covid en toda Latinoamérica. Asiento con la cabeza, entrelazo mis dedos bajo mi barbilla y aspiro con lentitud. Maldición, mi padre estaba muriendo, si iba a visitarlo llevando la desagradable noticia de que uno de sus preciados hoteles debía de cerrar, iba a terminar por morirse más rápido. —Listo, tengo que salir —farfullo al darle imprimir al nuevo contrato—, tengo que visitar esa agencia de turismo, ahora. —¿Turissara? ¿Acaso te volviste loco? —interroga al fruncir el ceño—, primero me haces actuar como tu maldito asistente para que pueda recibirlos e investigarlos, después te portas como un patán con ellos, logrando que la chica casi patee tu asqueroso culo, ¿ahora pretendes llegar a su agencia, así como si nada? —O es eso, o perdemos el Atlanta Río de Sao Paulo —afirmo al tomar la documentación para luego salir de la oficina—, deséame suerte, amigo. —¡Que va! Si tú lo que necesitas es dejar de ser un patán. —Idiota —gruño al salir de prisa de mi oficina. (…) No me costó mucho trabajo convencer a la secretaria para que me dejara entrar a su oficina, la cual aún estaba completamente desierta. Cuando entro al lugar, me es imposible no contener la sorpresa al encontrarme casi que en medio de un jardín de plantas extrañas. Había masetas por doquier, al lado de la ventana, en su escritorio, un enorme mueble lleno de ellas… en serio que esa chica era amante a todo lo que tuviera que ver con plantas. Camino hacia el enorme ventanal y me detengo a admirar el paisaje, desde ese sitio, se podía apreciar una agradable vista a las playas de Copacabana, donde desde ya, podía observar algunas personas que comenzaban a caminar a través de la arena, ya fuese a hacer algún tipo de ejercicio, o simplemente a sacar a su perro a caminar. Frunzo levemente el ceño, hartándome de aquella situación, ¿Cuándo se había visto ese sitio tan vacío? La respuesta era clara, desde que tenía memoria: nunca. —¿Qué está haciendo usted aquí? —la escucho hablar tras de mí, la miro sobre mi hombro y asiento con la cabeza en señal de saludo. —Buenos días, señorita. He venido a replantearle la idea de asociarse con nosotros —suelto de inmediato. Ella cruza los brazos a la altura de su pecho y levanta una ceja. —Ya le he dicho que no nos interesa su lástima. —¡Vamos! —exclamo al abrir los brazos para dejarlos caer a mis costados—, ambos sabemos que sí le interesa. Esta es una gran oportunidad para ustedes, no debe de dejarla pasar solo por mantener su orgullo. Ella pone los ojos en blanco, un gesto que me provoca grandes ganas de reír, al punto de tener que morderme el interior de mi mejilla para lograr continuar con mi posición de seriedad. No podía negarlo, Jussara de Oliveira es una mujer extremadamente guapa y elegante, esos enormes ojos verdes contrastaban tan bien con sus labios hinchados, que incluso llegaba a cuestionarme el motivo que aún la llevaba a estar soltera. —Usted ha sido extremadamente grosero, la verdad es que ahora no estoy interesada en esa alianza que le he propuesto. Ahora incluso tenemos más opciones para elegir. En el instante en que ella desvía la mirada, me doy cuenta de que en verdad está mintiendo, lo sabía, si su mejor opción ahora era lograr esta alianza, de lo contrario, estarían tan jodidos a como lo estábamos nosotros. —La invito a desayunar, revisamos nuevamente el contrato y si le parece, lo firmamos. —Ya he dicho que… —Por supuesto que irá —un hombre de mediana edad irrumpe en la oficina, sonríe con amabilidad mientras camina hacia mí—, Jorge de Oliveira, un placer, señor Santos. —Solo Manoel estará bien por mí, don Jorge —respondo al estrechar su mano—, le decía a su hija que, podríamos ir por ese desayuno para que ambos nos replanteemos la idea de esta alianza. —Y ella irá —señala el hombre al verla con dureza—, es su deber. —Por supuesto —dice ella al fingir una sonrisa—, estaré encantada de acompañarlo, don Manoel. “Oh pequeña, muy pronto terminaré por robarte esa dureza que finges tener conmigo” —pienso antes de formar una sonrisa con mis labios en señal de victoria.
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