15 de mayo de 2003
Michael
Una voz femenina, suave y seductora, le susurró al oído. Michael sonrió y dio un sorbo a su copa con actitud pausada. Frente a él, los hermanos Campbell se encontraban acompañados de otras mujeres que no conocía. Tampoco es que importara.
Una mano se deslizó por su pecho y bajó peligrosamente hacía la hebilla de su pantalón. Él miró a la hermosa pelirroja que estaba ahora casi encima de él. Al instante, una sonrisa divertida se dibujó en sus labios. Un poco más y…
—¿Eres Michael Contray?
Él se detuvo y miró hacia la persona que lo había llamado. Unos ojos marrones lo miraron con una seguridad que no encajaba con la pregunta que acababa de hacerle.
—Depende de para qué quieras saberlo —respondió, con la voz ligeramente enronquecida.
La chica se humedeció los labios llamando su atención con ese gesto. Tenía unos buenos labios, gruesos y atractivos.
—Soy Talitha. —Hizo una pausa para mirar a las mujeres que lo acompañaban antes de regresar su atención a él—-. Talitha Greenwood. Necesito tu ayuda.
Él se tomó su tiempo para observarla. Viéndola bien, no estaba tan mal. Le llamó la atención el cabello azul que destacaba entre las luces del bar. Le daba una apariencia rebelde que le pareció curiosa. Sin embargo, no era suficiente. La chica que estaba junto a él, volvió a tocarlo. Él le dirigió una sonrisa y subió su mano, dispuesto a continuar lo que había iniciado.
—Por favor —suplicó por encima de la música—. No te pediría esto si no fuera porque realmente necesito tu ayuda.
Eso mató su humor.
—Nada de lo que puedas decirme, podría interesarme —dijo, cortante.
—¡Tú también podrías morir! —gritó, desesperada.
Él resopló con sarcasmo. ¿Era lo mejor que se le ocurría?
—¿No tienes nada mejor que decir que “podría morir”? —se burló de ella. Se abstuvo de decir que eso era imposible porque, en primer lugar, él era un brujo y tenía sus propias formas de defenderse.
La chica parecía a punto de decir algo que nunca llegó a escuchar. En cuestión de segundos, sus labios rojos como el vino derramado gesticularon unos palabras que le cortaron el aliento. No necesitaba su voz para que le transmitiera el mensaje. Pacto. Sangre.
Un pacto de sangre.
Michael sintió como su cuerpo temblaba de la impotencia. Esa maldita chica estaba tratando de obligarlo por medio de un antiguo pacto que, seguramente, habría hecho algún maldito antepasado suyo. Su marca de brujo quemó en su pecho, recordándole que estaba ahí. Burlándose de él.
Sus ojos se cruzaron entonces con Jackson, que ahora se había detenido para mirar con interés lo que sucedía. Ambos compartieron una mirada silenciosa. Estaba seguro de que él también se preguntaba quién era ella. Sabía que tenía que hacer algo.
Apretó los dientes, molesto. Se alejó de la mujer que había estado pegada a él como una segunda piel y se acercó a la chica que lo miraba de forma insolente. Maldita sea. Era malditamente pequeña para él. ¿Tenía que ayudar a esa chica de alrededor de metro sesenta?
—Sígueme —dijo antes de caminar hacia la salida.
No se molestó en comprobar si estaba haciendo lo que le había ordenado. Se dirigió a la salida del bar. Durante su caminó, se cruzó con Daimon y Annice, quienes lo miraron confundidos; simplemente los ignoró. Ahora no estaba con ánimos para hablar.
El aire azotó su rostro cuando por fin salieron del club. La puerta volvió a abrirse detrás de él y un jadeo femenino se escuchó.
—¿Por qué sales corriendo?
Ahora podía escuchar con más claridad su voz. Era aguda cuando sonaba molesta. Él se giró hacia ella lentamente. Allí fuera, en la calle, podía apreciarla desde otra perspectiva. Su vista no le había engañado: sus ojos eran marrones y su pelo azul. Casi quiso sonreír al ver que había teñido su pelo como un pitufo. Observó cómo sus labios se separaban ligeramente para tomar aire antes de hablar, con las mejillas teñidas de rojo:
—¿Esto quiere decir que vas a ayudarme?
Maldición. Realmente tenía que hacerlo, ¿no?
Estaba metido en una profunda mierda. La chica realmente esperaba que la ayudara y estaba dispuesta a obligarle a hacerlo por medio de un pacto de sangre. Dejó escapar una maldición, furioso, antes de cogerla del brazo para arrastrarla hasta el final de la calle. Ella jadeó sorprendida, pero la ignoró y continuó hasta que llegaron a su moto.
—¿Michael? —preguntó.
—Espero que sepas montar en una moto porque no hay otro transporte.
Le soltó el brazo y tomó el casco antes de pasárselo. Ella lo observaba con los ojos abiertos, alternando la vista del casco a él, pero no lo cogió. Michael terminó empujando el casco hacia ella, molesto.
—No tenemos toda la noche, chica. Póntelo y súbete a la moto.
Finalmente, ella lo tomó y lo ajustó sobre su cabeza. Michael se acercó a la moto y se subió esperando a que ella hiciera lo mismo detrás de él.
—¿Dónde está tu casco? —preguntó ella cuando se acercó.
Michael apretó los dientes.
—No contaba con tener que cargar con alguien hasta mi casa esta noche, así que no traje uno extra. Ahora cállate.
—¿Eso significa que estás dispuesto a escuchar mi historia? —preguntó, ignorándolo.
Michael gruñó.
—No —fue cortante—. No me importa tu historia, ni tus problemas. Hay un pacto de sangre así que solo te mantendré en mi casa hasta que encuentres una manera de solucionar tu maldito problema —encendió la moto.
—No creo que eso…
No le dio tiempo a terminar. Arrancó y empezó a correr hacia la carretera. La chica se agarró a él y se apretó contra su chaqueta mientras él cogía más y más velocidad. Las calles de Londres a altas horas de la noche no se encontraban tan llenas como a hora punta. Podían encontrarse con algunos coches, pero estos no eran suficientes como para poder chocar con ellos.
—¡No deberías de correr tanto! —exclamó ella desde atrás—. ¡Podríamos tener un accidente!
Él la ignoró.
Al cabo de veinte minutos llegaron a su casa. Sonrió. Habrían llegado antes si hubiera ido más rápido, pero con otra persona con él se hacía más difícil manejar la moto y no habría querido arriesgarse a desestabilizarse con un peso extra. Cuando bajó, la chica siguió después. Observó cómo sus piernas temblaban hasta que cayó al suelo. Tal vez se había pasado un poco…
—¿Estás bien?
Observó cómo se quitaba el casco antes de girarse hacia él, jadeando.
—¿Has perdido la cabeza? —preguntó—. ¡Podríamos haber muerto!
Resopló.
—Posiblemente, te hubiera pasado si hubieras ido con otro, pero no conmigo —respondió—. Yo sé lo que hago.
La vio hacer una mueca.
—Ya, claro —aireó—. Porque el señor brujo cree que lo tiene todo bajo control. Todos piensan igual hasta que terminan heridos de gravedad o muertos.
Apretó los dientes con disgusto. Estaba colmando su paciencia.
—Yo que tú no hablaría tanto sobre la muerte —habló lentamente—. No creo que quieras que yo mismo te ofrezca en bandeja a lo que sea de lo que estés huyendo.
Ella abrió la boca, sorprendida.
—¡No serías capaz!
Eso le hizo sonreír.
—Podría, si eres molesta.
—¡Tenemos un pacto de sangre! —gritó, levantándose del suelo—. ¡No puedes hacerlo!
Estrechó los ojos, con disgusto.
—Todavía no creo que sea verdad lo del pacto de sangre —replicó—. Si fuera el caso, en algún momento alguien me habría dicho que podrían venir para reclamar un favor. No lo hicieron.
Diablos. Si hubiera tenido esa conversación estaba seguro de que la recordaría. Como el demonio que jamás habría olvidado una cosa así. La chica apretó los labios con fuerza. Unos labios gruesos y atractivos. Mierda, Mike.
No era momento para pensar en sexo. Menos aún con aquella chica.
—Tienes que hacerlo —dijo ella, ahora en un susurro—. Tienes que ayudarme.
Estaba en blanco. Jamás habría esperado esta situación y, desde luego, se sentía desestabilizado. Ella realmente parecía necesitar su ayuda… Dejó escapar un suspiro.
—Entremos —ordenó.
Subió las viejas escaleras metálicas de la calle y caminó hacia la segunda planta, para entrar en su apartamento.
—¿No vives en una casa? Pensaba que todos los brujos de antiguas familias vivían en casas enormes —mencionó ella, observando a su alrededor.
—Casi todos las tienen. Mis padres lo hacen, pero yo decidí mudarme.
—¿Decidiste mudarte a un cuchitril?
Michael abrió la puerta y se giró hacia ella, furioso.
—Escúchame bien —habló—. No te he traído hasta aquí para escucharte criticar dónde vivo. O te callas y te quedas, o te largas. Tú eres la que quiere mi ayuda, no yo.
Automáticamente, ella cerró sus labios. Bien. Él entró al apartamento y encendió las luces. Por suerte, había sacado la basura antes de irse al club o tendría ahora dos bolsas esperándoles en la entrada.
Ni siquiera esperó a oír la puerta cerrándose mientras caminaba hasta su dormitorio. Ahí, se sentó en la cama y se quitó las botas, lanzándolas contra el suelo. Luego, se dirigió al armario y rebuscó alguna manta que estuviera limpia. Cuando por fin tenía lo que necesitaba, volvió hacia la entrada donde ella seguía de pie.
—No te quedes ahí y ven al salón —ordenó.
Ella hizo lo que le ordenó y lo siguió. Michael repasó la habitación, observando todo a su alrededor. El sofá estaba vació, pero la mesa de centro que había en frente tenía unas botellas de cerveza abiertas. Él le pasó la manta y señaló hacia el sofá.
—Puedes dormir allí —dijo antes de caminar para recoger las botellas.
—¿No vamos a hablar de lo que me pasa? —insistió.
Michael dejó escapar un suspiro, cansado.
—Creo que ya he dicho que no me importa —replicó—. Es tarde y estoy cansado. Voy a irme a dormir, así que aprovecha y ve a hacer lo mismo. Si no estás dispuesta a hacerlo, ya sabes dónde está la puerta —se encogió de hombros.
La chica parpadeó, pero no respondió. En su lugar, la vio asentir y caminar hasta el sofá, donde se sentó mientras contemplaba todo su alrededor. Michael volvió a suspirar. Maldición. De alguna manera, se había metido en un buen lío.
Caminó de regreso a su habitación y cerró la puerta detrás de él. Por último, se tiró en la cama. No tenía ni idea de si decía la verdad o no, ya que no pudo sentir nada de magia cuando la vio. Ni siquiera lo había sentido cuando se agarró a él en la moto. ¿Tal vez le había mentido con lo del pacto de sangre?
Fuera como fuera, solo podía hacer una cosa por ahora: observarla y esperar.
Esperar para ver si decía la verdad o si solo era una mentirosa.