BRYCE
Esa tarde evité hablar con Camille. Ya había tenido suficiente de ella esa mañana, y en mi mente solo existía Isabela. Le había propuesto pasar la tarde con ella, deseaba entregarme por completo a su compañía. Así que, al salir de mi oficina, me dirigí directo hacia ella. Había acordado con José que no sería su turno de conductor mientras yo estuviera con Isabela; él estaría con Camille, algo que, por lo visto, no le molestaba en lo más mínimo.
Al asomar mi cabeza por la puerta de la biblioteca, la vi. Ahí estaba Isabela, radiante. Su cabello rubio caía en ondas sobre sus hombros, y vestía una blusa ceñida que abrazaba su figura, combinada con unos jeans que la hacían ver aún más irresistible. Era tan natural, tan genuina, que me deslumbraba. Me sentía afortunado de estar a su lado. Actuaba como si ella fuera la única mujer en mi vida, y no podía evitar pensar que sería maravilloso si realmente fuera así.
Ella giró la cabeza hacia mí, y con su mirada suave me hizo sentir como si estuviera atrapado en un hechizo.
—Hola, Bryce—dijo, y sus mejillas se sonrojaron al verme. Esa reacción me hizo sonrojarme también.
—Hola, preciosa—respondí, sin poder evitar una sonrisa. Volteé a ver a Clement, quien observaba la química que surgía entre nosotros y, divertida, me saludó.
—Hola, Bryce. Por lo visto, vas a dejarme sin amiga. Si sigues llevándola todos los días contigo, me voy a poner celosa, ¡ella es mía!—Clement se acercó a Isabela, le dio un abrazo y un beso en la mejilla. La timidez de Isabela, esa inocencia que la envolvía, me atrapaba en momentos como ese. Ella merecía todo lo hermoso que la vida pudiera ofrecerle, y me deslumbraba pensar que, quizás, yo podría ser parte de eso.
La verdad era que su vida no había sido fácil, y no podía perdonarme a mí mismo si alguna vez la hacía sufrir. Pero en ese momento, atrapado entre mi indecisión y el egoísmo de querer tenerlo todo, no podía pensar con claridad.
—Nos vamos, cariño—me dijo, tomándome del brazo y señalándome la salida con una mirada.
—Claro que sí, preciosa—respondí, sonriendo. Tomándola de la mano, salimos de la biblioteca. Aunque lo que estábamos viviendo era de esos momentos empalagosos que, normalmente, no soportaría, me gustaba. Me gustaba mucho lo que sentía por ella en ese instante.
Mis relaciones siempre habían sido superficiales, basadas en momentos fugaces de diversión. Viajes rápidos, alcohol en exceso, sexo salvaje, sin compromiso alguno. Había tenido tantas mujeres que ni siquiera podía contarlas, algunas jóvenes, otras no tanto. Lo peor de todo es que Camille lo sabía; conocía mi reputación como un casanova, y aun así me toleraba. Esa era la razón de que nuestro compromiso hubiera sobrevivido tanto tiempo. A pesar de todo, siempre traté de ser honesto con ella, aunque, en el fondo, le hacía creer que la quería cuando, en realidad, yo sabía que no era el hombre que ella necesitaba para ser verdaderamente feliz. Y esa mañana, como tantas otras, me encontraba dudando de todo, confundiéndola más de lo que ella se merecía.
Aunque nada de lo que estaba pasando tenía que ver con Isabela en principio, me estaba entregando a ella con toda la intensidad de mi corazón. Era posible que todo se saliera de control, pero no quería que fuera así, no deseaba que esto se volviera un caos emocional.
Llegamos a una de las heladerías más bonitas de la ciudad. Isabela era de buen comer, no le preocupaban las calorías, y parecía que su físico no se veía afectado en absoluto. Su cuerpo era natural, perfecto, y eso me alegraba profundamente. Al menos no tenía que salir a comer ensaladas como hacía con Camille. Isabela pidió el helado más grande, mientras que yo opté por algo sencillo, y me quedé observando cómo disfrutaba de su manjar.
—¿Sabes, Bryce? No has dejado de estar en mis pensamientos. He pensado en ti mucho—dijo, mientras lamía la cuchara de su helado de una manera que no entendía, pero que me tenía completamente hipnotizado. Cada movimiento de su lengua me volvía loco.
—Yo también he pensado mucho en ti, no tienes idea de cuánto anhelaba quedarme abrazado a tu pecho bajo las sábanas—respondí, mirando cómo ella disfrutaba cada lamido de su helado. No sabía si me estaba insinuando algo o si mi mente pervertida estaba creando fantasías por el simple deseo.
—Sé que llevamos poco tiempo, lo sé, no quiero ser esa chica atrevida que se lanza sobre un hombre, pero quiero que sepas que contigo he sentido cosas que no puedo describir—dijo, sonrojándose al instante, quedándose quieta, mirándome directamente.
—¿Y qué, Isabela? Dime, puedes confiar en mí, jamás pensaría algo malo de ti. Creo que te he llegado a conocer un poco más y eres una mujer muy especial—respondí, casi sin poder creer lo que estaba escuchando.
—Creo que ya es momento de dar otro paso, de llegar a otro nivel—murmuró, y cada palabra que salía de su boca la hacía sonrojarse más. Eso, de alguna manera, me avergonzaba también. Aunque no era virgen como ella, la deseaba como si fuera la primera mujer con la que fuera a estar en mi vida.
—Quiero que seas el primer hombre de mi vida, pero no sé cómo hacerlo... Y si después de estar juntos decides dejarme por mi inexperiencia, lo entendería... ¿qué estoy diciendo? — Se tapó la cara, roja de vergüenza. La observé con ternura y, sin pensarlo, tomé su mentón, levanté su rostro para que me mirara y le sonreí.
—Soy yo quien no merecería el privilegio de ser el primer hombre de tu vida, porque eso es algo que se hace con amor. Y no creo que estés enamorada de mí. Me sentiría el hombre más afortunado del mundo si estuviera dentro de ti, lo amaría, pero quiero que estés completamente segura de lo que quieres hacer— respondí, con el corazón apretado.
—¿Y tú qué sientes por mí, Bryce? — Cuando Isabela me preguntó eso, algo dentro de mí se quebró. Quería decirle la verdad, que lo que estaba viviendo con ella era hermoso, que me gustaba, pero no podía evitar el peso de mi compromiso matrimonial, que estaba a solo unos meses de distancia. No quería herirla, pero allí estaba, mintiendo de nuevo.
—Eres una mujer increíble, Isabela. En mi vida jamás había conocido a alguien como tú. Te lo digo desde lo más profundo de mi corazón, me gustas demasiado, y siento que ya te quiero... pero sería apresurado decir que estoy enamorado de ti. Aunque estoy seguro de que, si seguimos así, sería algo fácil que sucediera— le confesé, sin saber si estaba siendo demasiado honesto o si lo que ella quería escuchar no era lo que yo estaba diciendo. Vi su mirada fija en mí y sentí cómo un nudo se formaba en mi garganta. Sus ojos brillaban de una manera que me destrozaba, y no sabía qué respuesta esperaba de mí.
—Gracias por tu sinceridad, Bryce. Admiro mucho eso de ti— respondió, respirando profundamente, sonriendo suavemente antes de seguir comiendo su helado. Aunque el tema había cambiado repentinamente, su reacción fue lo mejor que pudo suceder. Si no iba a estar con ella de forma seria, al menos no le robaría su preciosa virginidad. Era un tesoro que ella merecía guardar.
Después de un par de horas caminando por la ciudad, deteniéndonos en un parque donde nos besamos mientras las personas pasaban a nuestro lado, la tarde ya comenzaba a caer. Ella tenía que irse. Se despidió de mí, dejándome antes de lo que había planeado, un par de horas antes de regresar a mi realidad. Sabía que mis palabras habían influido en esa despedida anticipada, pero también era consciente de que era lo mejor.