Isabela
No entiendo por qué, después de mi encuentro con Bryce, una frustración tan intensa me invade. Intenté ocultarlo, porque, al fin y al cabo, soy yo quien está creando estas falsas expectativas. Apenas hemos comenzado a salir y, sin embargo, siento que ya estoy cayendo por él. Nunca antes un hombre me había gustado de esta manera, y mucho menos se había fijado en mí. Excepto Clement, claro, aunque su atención hacia mí siempre fue más una mezcla de compasión pasajera que algo genuino como lo que yo estoy sintiendo ahora.
Así que no me queda más opción que irme. No puedo seguir en su apartamento, en este espacio que me recuerda constantemente la incertidumbre de si mis sentimientos serán o no correspondidos. Mi única salvación es Clement. Estoy segura de que me abrirá las puertas de su casa, como siempre lo ha hecho.
—¡Clement!
—Hola, amiga. ¿Estás bien? Suenas rara, como si estuvieras al borde del llanto.
—¿Podrías recibirme en tu casa? Solo por unos días... No quiero seguir en el apartamento de Bryce.
—¿Qué te hizo ese idiota? ¡Sabía que era demasiado bueno para ser verdad! Es un imbécil, lo sabía.
—¡No, no es eso! Bryce no me ha hecho nada. Es solo que estoy un poco confundida.
—Ay, amiga… Está bien. Claro que sí, vente. Mis padres salieron de viaje esta mañana, y la verdad, tu compañía me vendrá de maravilla. Te espero aquí.
Recojo las pocas cosas que tenía en su apartamento, asegurándome de dejar todo impecable, tal y como lo encontré. Con el corazón acelerado, salgo de allí sin mirar atrás. Mi única idea fija es evitar cualquier conversación con Bryce, aunque en el fondo me duela admitir que me gusta más de lo que debería.
Mientras tanto Bryce…
Bryce
Regresar a la mansión nunca me resulta agradable. Saber que tendré que enfrentarme a Camille y sus interminables acusaciones me mantiene en un estado de desconexión. Cuando quiere, sabe cómo ser implacable. A pesar de ello, lo único que deseo ahora es volver a casa.
No dejo de pensar en la expresión de Isabela al despedirme. Esa confusión en su rostro, sus ojos llenos de lágrimas cuando le confesé mis sentimientos... Me parte el alma. Quisiera decirle tantas cosas: que las circunstancias son distintas de lo que ella imagina, que quiero construir algo real con ella, un amor sincero y sano. Pero no puedo. En este momento, sería injusto, hasta cruel, proponer algo más formal cuando mi vida está tan enredada.
Al llegar a la mansión, respiro aliviado al descubrir que Camille no está; probablemente sigue en esa reunión de la que me habló. Aprovecho el momento y me encierro en mi habitación. Todo lo que quiero es un poco de calma, así que decido tomar un baño. Mientras dejo el teléfono en la mesa, veo cómo la pantalla se ilumina con una notificación:
"Dejé las llaves de tu apartamento en la recepción. Muchas gracias por todo, Bryce. Besos."
El mensaje es de Isabela. Una sacudida de ansiedad me recorre al darme cuenta de que realmente se ha ido del apartamento. No puedo evitar sentir cómo mis nervios me traicionan. ¿Qué tan mal estaba como para tomar esa decisión?
Sin pensarlo, intento devolverle la llamada. Su número está apagado. Frustrado, marco a la recepción y me confirman que dejó el lugar hace menos de media hora.
Me quedo con su mensaje retumbando en mi mente. ¿Es esto un adiós definitivo? ¿O solo una pausa para aclarar las cosas? Quisiera saberlo, pero ahora no tengo más remedio que esperar. ¡No tengo otra opción!
La noche avanzaba y Camille aún no aparecía. Mi inquietud crecía con cada minuto que pasaba sin noticias. No habíamos hablado en todo el día, su teléfono seguía apagado y no tenía idea de dónde podía estar ni con quién. Había estado tan centrado en mí mismo que no me había detenido a pensar en su paradero. Ahora, al darme cuenta de su ausencia, la preocupación me consumía.
Decidí buscar ayuda entre nuestros amigos en común. Llamé a varios, esperando que alguien supiera algo, pero todos negaron tener información. Camille no solía desaparecer así. Cuando llegó la madrugada y aún no tenía respuestas, el miedo se apoderó de mí. Su apartamento estaba en reparación, su familia vivía en otra ciudad, y nadie, ni siquiera ellos, sabía nada de ella.
Desesperado, salí a buscarla. Pensé que, quizás, a pesar de las reparaciones, había ido a su apartamento, buscando refugio. Tomé mi auto y manejé hasta allí, pero no encontré señales de ella. Cada minuto que pasaba me sentía peor. La culpa me golpeaba con fuerza: Camille me había pedido que la acompañara al evento de esa noche, pero no le presté atención. Ni siquiera me molesté en preguntar dónde era o con quién estaría. Me estaba comportando como un verdadero idiota.
Eran casi las tres de la mañana, y seguía sin ninguna pista. Con su teléfono apagado, y sin respuestas de su familia o amigos, no me quedó más remedio que acudir a la policía. Necesitaba ayuda.
—¿Desde cuándo está desaparecida la señorita Camille Fiori? —preguntó un oficial mientras registraba mi denuncia.
—Desde ayer en la mañana. Hablé con ella temprano, pero desde entonces no he tenido comunicación. —El oficial me miró con sospecha, su mirada cargada de desconfianza.
—¿Desde ayer? ¿Quiere decir que usted no habló con su prometida en todo el día?
—No… Ella mencionó que asistiría a un evento por la noche, pero no me dio detalles. Ahora estoy preocupado, porque ni su familia ni sus amigos cercanos saben dónde podría estar. Por favor, necesito que la busquen.
—¿Está completamente seguro de que no sabe dónde está? —insistió, su tono desafiándome.
La pregunta, cargada de insinuaciones, me hizo sentir aún peor. No solo había fallado en preocuparme antes, sino que ahora parecía ser el principal sospechoso en su desaparición.
—¡No, señor policía!
—¿Ella tenía algún amante? ¿Algún motivo para desaparecer así de repente, como usted me está diciendo, señor Bennett?
—No, claro que no. No que yo sepa.
La interrogación del oficial se cargaba de insinuaciones que me hacían hervir por dentro. Sus palabras siguientes, aún más mordaces, encendieron una llama de rabia en mi interior.
—No lo sé, hay algo que no me encaja aquí. Pero, por ahora, no puedo hacer ningún reporte oficial de desaparición. Hay que esperar al menos 48 horas. Ya sabe cómo son las mujeres: se deprimen, se van con otro hombre y regresan al poco tiempo.
Su desprecio goteaba en cada palabra, y aunque mi relación con Camille no estaba cimentada en un amor profundo, sabía perfectamente que ella no era esa clase de mujer. Camille era digna, firme, una mujer que exigía respeto.
—Mire, señor policía…
—¡Agente! —me interrumpió con arrogancia.
—Agente, oficial, investigador, o lo que sea que sea usted… No está ayudando en nada. Conozco a Camille desde hace más de cinco años, y jamás ha tenido comportamientos como los que insinúa. No creo que esta sea la primera vez, mucho menos por algo tan trivial como "tener un amante". —Le hice comillas al aire con los dedos, sin contener mi indignación. —Necesito que colaboren en una búsqueda oficial. No sabemos qué le puede estar ocurriendo. Puede estar herida, desorientada, secuestrada… ¡Cualquier cosa le puede pasar a una mujer hermosa como ella!
El hombre me lanzó una mirada cargada de escepticismo, sus palabras siguientes afiladas como un cuchillo:
—¿Y sabía usted que, entre esas posibilidades, está la de un prometido con una amante que decide deshacerse de su futura esposa, señor Bennett?
Sentí un puñetazo en el estómago. Mis manos temblaron de pura rabia.
—¿Qué está insinuando ahora?
El policía no pestañeó, sus palabras un desafío directo.
—Que, en la mayoría de estos casos, la desaparición tiene relación con la pareja actual. Así que, si tiene algo que decir, mejor hágalo ahora. De todas formas, no pondremos una denuncia oficial hasta que pasen 48 horas. Si no aparece mañana, aquí lo espero. Que tenga un buen día.
Dicho eso, me dejó plantado frente a su escritorio, un vacío frío extendiéndose en mi pecho. 48 horas. ¡Demasiado tiempo! Tiempo en el que podía estar en peligro, sola, sufriendo. Si ellos no iban a ayudarme, yo lo haría por mi cuenta.
La culpa me mordía como un animal rabioso. Camille me había pedido que la acompañara, y ni siquiera le presté atención. Estaba absorto en Isabela, y olvidé completamente el compromiso real que tenía con mi prometida. Ahora, su desaparición pesaba sobre mí como un castigo ineludible.