CAPÍTULO 6 ¿Quieres tomar un café?

1961 Words
BRYCE Me siento completamente miserable por lo que le acabo de hacer a mi prometida. Soy un hombre mujeriego, pero no disfruto causando sufrimientos innecesarios. Prefería fingir que la amaba, que estaba feliz a su lado, antes de que ella estuviera como estaba esa noche. Ambos salimos del lugar en silencio, ella simplemente no fue capaz de decir una palabra. Esa noche se quedó en su casa y yo me fui solo a mi mansión. Al día siguiente, ella adelantó su viaje a Milán, dejando en suspenso nuestro compromiso y su perdón. Pero hay algo que no deja de inquietarme, y no se trata precisamente de nuestro compromiso. Sin embargo, esos ojos claros que me atormentaban hace días, no sale de mis pensamientos. Necesito verla. —José, necesito que me lleves a la cafetería donde trabaja Isabela. —¿De nuevo, señor? —José estaba dudoso de que yo me arriesgara con una mujer como Isabela, me conocía perfectamente y sabía que no iba a desistir de la idea de estar con ella. —Sí, de nuevo. Ya sabes, tú eres el jefe y yo soy tu conductor. Nuevamente vas a dejarle una propina de 200 dólares, sé que le va a ayudar, a esa pobre muchacha se le nota que los necesita. —Usted es muy bondadoso, señor. Vamos entonces a su encuentro. —José me lleva hasta la cafetería, dejamos el auto una cuadra antes para prevenir que ella se dé cuenta de que quien conduce es José. Al entrar a la cafetería, está más sola que de costumbre, y allí está ella, limpiando las mesas, con su uniforme rosa, su cabello enrollado en una cola y sus ojeras relucientes. Me gustaría conocerla más, darme la oportunidad de hablar con ella y saber su situación, pero debo provocar la situación. —Buenas tardes —José saluda y entra imponente, sabe muy bien cómo adentrarse en el papel. —¡Buenas, bienvenidos! —La dueña del lugar se emociona al vernos, parece que no han tenido buenas ventas, pero mis ojos se clavan en Isabela. Cuando se da cuenta de que soy yo, sus mejillas se sonrojan y apenas se pasa la mano por su uniforme. José le hace una seña para que nos atienda, me encanta la forma en que me ayuda a manejar la situación. —Buenas tardes, señores, ¿cómo están? —Ella nos da un saludo general y luego me mira a mí y me dedica una pequeña sonrisa—. Hola, Bryce, ¿cómo estás? —Que se acordara de mi nombre me dejó sorprendido, le respondo el saludo un poco avergonzado, Isabela tenía un poder sobre mí. —Hola, Isabela, muy bien, ¿y tú? —Le respondo, después de que José le da un simple "buenas tardes". —Muy bien, Bryce, como puedes ver, trabajando. Bueno, ¿qué van a ordenar? —Danos dos cafés por favor, Bryce, ¿quieres algún postre, una torta o algo? —José hace las veces de jefe incluso para ordenar, y eso me gusta, le da más realidad al asunto. —Sí, y una torta de la casa por favor. Muchas gracias, Isabela —Ella sale sonriente a hacer el pedido, no puedo apartar mi mirada de ella ni un segundo, aunque era tan sencilla, me parecía tan hermosa, tan increíblemente hermosa. Al finalizar nuestra orden, José la llama y, sin que la dueña se diera cuenta, le deja una generosa propina una vez más. Ella se queda mirándonos y simplemente nos devuelve el dinero. —No puedo aceptar tanta propina, esto es mucho, es casi lo que me gano semanalmente, es demasiado dinero. —Nos dice avergonzada, confirmando su humildad. —Si mi jefe te está dando el dinero, es claro que está remunerando muy bien tu trabajo. Acéptalo y quédate tranquila, sabemos lo mucho que te esfuerzas —Isabela, aún dudosa, nos da las gracias, guarda el billete en el bolsillo de su delantal y sale apresuradamente. Salimos de la cafetería, tratando de no ser tan evidentes. No sé de qué manera voy a impresionarla, pero necesito llegar más a ella, o me voy a volver loco. Isabela Nuevamente vino Bryce y me solucionó la semana. No entiendo por qué me están dando propinas de ese valor, si lo más grande que he recibido ha sido un billete de 5 dólares. Eso me tiene bastante intrigada, pero lo tomaré como una bendición en respuesta a mis oraciones. Simplemente quiero que este día termine para poder ayudar a mi hermana Loren con los más pequeños. —¡Isabela! ¿Qué es lo que tanto hablabas con esos hombres? Ya es la segunda vez que vienen, y sé que algo te están dando de propina —Mi tía llega y me saca de mis pensamientos. —Sí, tía, me dieron 10 dólares, es una buena propina, no sabes cuánto la necesito —Sigo limpiando la máquina del café, pero ella se queda mirándome, sabe que le estoy mintiendo, tantos años trabajando con ella hacían que me conociera a la perfección. —Mira, Isabela, no te creo nada y no sé qué te traes con esos hombres, pero a mí no me mientes. Anda, pásame el dinero que te dieron —Ella me extiende la mano reclamando la propina. —Ese dinero no es tuyo, es una propina. —Pero debes compartirla conmigo, que soy la dueña del lugar. Las ventas han estado bastante suaves, y no hay dinero en la caja. Anda, ¿o cómo crees que se va a pagar tu sueldo? —Ya te dije que no fueron más que 10 dólares —Mi tía no me cree y se abalanza bruscamente hacia mí, alcanzando el bolsillo de mi delantal. Sus ojos se abren de par en par al darse cuenta de la cantidad que se trataba. —¡¡Estúpida mentirosa!!, ¿con quién 10 dólares, eh? Ahora no tendrás ni 10 ni uno, me quedo con este dinero por mentirosa. Con esto pagaré tu sueldo de toda la semana, si es que alcanza. —¡NO! Devuélveme el dinero, eso es mío, me lo dieron por mi trabajo, lo necesito y tú más que nadie lo sabes. —No me importa lo que te pasé, yo no mandé a la caliente de tu madre a tener tantos hijos, y menos que tú tengas que mantenerlos. Es sencillo, o me dejas tu propina, o te largas de aquí como un perro a la calle. No voy a tolerar estas faltas de respeto. Vamos a ver qué es lo que estás haciendo para que te den esas propinas —Ella sale, dejándome ahí, sin un centavo. Siento como mi corazón se quiebra de la ira. Quería irme de ahí y renunciar, pero con el salario que me ganaba por mis prácticas, ni siquiera cubriría el alquiler de la casa de mis hermanitos. Mi situación era la peor, y cuando un ángel llegaba a solucionarme un poco, parecía que el mismísimo demonio se encargaba de hacerlo todo más difícil. Salgo de la cafetería más desilusionada que nunca. Esta tarde no salí tan tarde, así que me encuentro con mi amiga Clemente para ir a la plaza de la ciudad y tomar un helado. De verdad que lo necesitaba. —¡Amiga! Ya estoy haciendo todo lo posible para que puedas cambiar de empleo. Hablé con mi padre y le dije que tú necesitabas trabajo. Sé que nada que ver con lo que deseas, pero te podrían pagar un salario digno y no trabajarías tan fuerte como en la cafetería. —Gracias, amiga, no sabes cuánto te agradezco lo que quieres hacer por mí. Me siento tan vacía, mi tía me está tratando tan mal, no hace sino humillarme y robarme las propinas. —Esa es una vieja miserable. Cuando tengamos el nuevo empleo y seas una maestra, le vamos a volver su negocio una porquería para que aprenda que contigo no se mete —Clemente era la única que trataba de sacarme una sonrisa. Cuando en su casa sobraba comida, ella me llevaba los paquetes para que yo llevara a la mía, y así soportaba más mi situación. Cuando salíamos, siempre ella invitaba todo, así que amigas como ella, no podrían encontrarse dos. —¡Isabela!, ¿esos no son los guapetones del otro día que fueron a la biblioteca? —Levanto la mirada hacia un auto último modelo que estaba estacionado frente a un local de la plaza. —No lo sé, no recuerdo bien —Pero yo sí recordaba muy bien a Bryce. Solo que no quería que ella hiciera algo estúpido al ir a buscarlos. —Pues sí son, no puedo olvidar al guapuras de Jonathan. ¿Cómo me veo? —Ella se pone de pie, se sube un poco más su minifalda y se arregla el cabello. —Tú siempre estás espectacular, pero ¿qué piensas hacer? —Voy a acercarme a ellos y les voy a hablar. Quiero saludar, y ¿por qué no?, que charlemos amenamente —Ella ni siquiera deja que yo dé mi aprobación, cuando la veo colgada en la ventana del auto. Jonás estaba conduciendo, lo que no comprendía era que, si Bryce era conductor de José, qué hacía con un hombre adinerado como Jonathan. —Hola, Jonathan, hola, Bryce, ¿se acuerdan de mí? —Jonathan y Bryce se miran entre ellos y sonríen, por supuesto que se acordaban de ella. —Hola, mira nada más si es la hermosísima bibliotecaria. ¿Cómo te va? ¿Qué haces por esta plaza? Qué casualidad habernos encontrado —Jonathan le responde con un toque de felicidad. —Ya sabes, siempre estamos por aquí por la cercanía a todo y pues bueno, los vi y quise pasar a saludarlos, estoy con Isabela comiendo un helado— ella señala hasta la banca de la plaza. Bryce encuentra mi mirada, y yo me sonrojo, a pesar de que estoy lejos, es la primera vez que me encuentra fuera de mis trabajos. —Bueno, ¿podemos ir a sentarnos con ustedes dos minutos y conversar? Yo invito los helados —dijo Bryce, mirándome fijamente. —De hecho, ya los pagué, pero si nos quieren acompañar estaría encantada. —mi amiga respondió apresurada, y señaló los espacios vacíos de la banca, parecíamos colegialas, —¿Luego no tenemos otro pendiente, Bryce? — Jonathan lo interrumpe. —Una conversación con un buen par de amigas no nos retrasa el tiempo. —La mirada de Bryce brilló, y yo sonreí fascinada. Él se me acercó, tanto que me puso nerviosa de inmediato, el delicioso perfume que me emanaba estaba activando todos mis sentidos, y la sensación de querer tocarlo, era casi irresistible, pero el mundo se movió bajo mis pies cuando me habló directamente. —Isabela, es que quiero decirte algo —¡Dime! ¿Qué quieres decirme? —Me gustaría saber si quieres salir conmigo a tomar un café. Sé que es algo apresurado, pero es solo un café, tú y yo. Me gustaría recogerte después del trabajo o donde quieras. Cuando Bryce me dice eso, siento como si mis sentidos se bloquearan. Él me estaba invitando a salir, un tremendo prospecto de hombre, tan guapo, tan bien vestido, tan hermoso, diciéndome a mí, una pobre mesera, que saliéramos. —No lo sé, Bryce, es que mírame. Además, yo trabajo todos los días y a toda hora. —Lo sé, pero espero que puedas sacar un tiempo. Me quedo pensando en dónde podría ubicar un espacio con él. La única opción es en una mañana durante mi turno en la biblioteca. Tendría que pedirle a mi amiga que me cubra, pero no me iba a negar la oportunidad, al menos, de tomarme un café.
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