CAPÍTULO 12 Una realidad innegable

1727 Words
Me desperté y ya era tarde. Sabía que ella tenía que cumplir con sus obligaciones, pero estaba tan profundamente dormida que me tentaba dejarla descansar un poco más. Sin embargo, ella empezó a moverse lentamente, desperezándose. —Hmm, ¿qué hora es? —Las 7, nena. Aún es temprano. Dormías como un bebé, por eso no te desperté. —¿Las 7? ¡Se me hizo tarde! Tengo que estar a las 8 en la biblioteca. ¿Dónde puedo tomar una ducha ligera? Se levantó sobresaltada, lo que me hizo darme cuenta de que, además de ser hermosa, era muy responsable. —Mira, allí está el baño. Ahí encontrarás toallas y lo que necesites. Aunque no era mi apartamento, sabía que en cualquier casa normal eso es lo que encontrarías en un baño. No tardó más de cinco minutos en salir, ya vestida con unos vaqueros y una blusa, pero su prisa me hizo darme cuenta de que no se había percatado de que estaba frente a mí. En su afán, me regaló un espectáculo sin querer. Su piel blanca, sus curvas bien formadas, aunque no totalmente tonificadas, trazaban una línea perfecta que llegaba hasta su vientre. No era completamente plano, pero en su imperfecta suavidad invitaba al deseo. Y ni hablar de sus senos, medianos pero perfectamente redondeados. Mi cuerpo traidor no podía ignorar el deseo que sentía por ella. La observé mientras se organizaba rápidamente. Se hizo una cola en el cabello, se puso una chaqueta y tomó un pequeño bolso antes de salir corriendo. —Bryce, muchas gracias. ¿Te puedo llamar en la tarde para pasar por mis cosas? —Sí, claro. No tienes que sacar nada de aquí, yo paso por ti a la biblioteca. —¿A las 3 está bien? Asentí, sin saber cómo gestionar el deseo que me quemaba por dentro, pero con el único objetivo de darle el espacio que necesitaba. —Sí, allí estaré. Ella me dio un beso en los labios, tan profundo y apasionado que me dejó descontrolado. No había sido suficiente con el espectáculo que me había ofrecido antes, pero ese beso, tan lleno de fuego y deseo, me rompió por completo. ¡Me encantaba! Una hora después, ya estaba listo. El tiempo era justo, y aunque mi presencia en la empresa no era esencial, debía ponerme en marcha. Tomé mi teléfono y lo encendí. Al abrirlo, vi que tenía varios mensajes de mi prometida. —¿Dónde estás? ¿Con quién estás? Imagino que con alguna de tus amigas vagabundas. Leí los mensajes, y había al menos diez más del mismo tono. Decidí ignorarlos. En ese momento, lo último que quería pensar era en el matrimonio arreglado que me esperaba. José llegó rápido, y salimos hacia mi mansión. —¿Ya puedo regresar a mi departamento, señor? —De eso quería hablar contigo, José. ¿No te ha gustado mi apartamento de soltero? —Claro que sí, señor. ¿Quién no querría vivir en un lugar como ese? Pero mi apartamento es mi hogar, tengo todas mis cosas allí. No me parece correcto quedarme en un lugar que no sea mi casa, y mucho menos en su apartamento. —José, es que Isabela no tiene dónde vivir, y aunque ella me dijo que se iría a casa de una amiga, no quiero que se vaya. Quiero pedirle que se quede unos días. ¿Podríamos cambiar de apartamento? —¿Cambiar de apartamento, Bryce? ¿Estás loco? ¿Por cuánto tiempo? —No lo sé, José. Saca todo lo de tu apartamento y ven a quedarte en el mío. Allí siempre ha estado vacío, haz de cuenta que es tuyo. De verdad, me estarías haciendo un favor. —¿Tengo opción de decir que no, Bryce? —No. —Está bien, deme unas cuatro horas y saco mis cosas, señor. —Por favor, de esto nadie debe enterarse. Yo seguiré mintiéndole a Isabela, pero usted será el único que sabrá la verdad. —¿Qué espera de todo esto, señor? —No lo sé. Solo espero que el tiempo pase y todo se organice. Por ahora, solo quiero ayudar a Isabela. Ambos regresamos a la mansión, un lugar que siempre me sentía vacío. Estaba rodeado por los empleados, más familia que mis propios padres. Tomé algunas cosas que necesitaba y las llevé al apartamento de José. Antes de recoger a Isabela, quería que todo estuviera en orden. No planeaba vivir con ella, pero de vez en cuando me quedaría en el apartamento. A veces olvidaba que no solo tenía la "prometida" que iba a tener con Isabela, sino que había una realidad que me lo recordaba constantemente. Mi teléfono mostraba la cantidad de mensajes acumulados sin responder: los de mi prometida, los de mi padre, y por supuesto, los de Jonathan. —¿Dónde carajos estás, Bryce? Tengo algo que contarte. Me dispuse a responderle el mensaje, pero justo en ese momento sonó su llamada. —Hola, Jonathan. ¿Cómo estás? — dije, sin mucha energía. —Bien, amigo. ¿Dónde estás metido? Hoy tenemos una fiesta de esas que no terminan. Van a ir unas mujeres preciosas, como nos gustan. —¿Solamente para eso me estás llamando? ¿Para invitarme a una fiesta? ¿Ni siquiera te importa cómo estoy en este momento? Eres un descarado. —Amigo, pero si tú siempre estás bien y listo para las fiestas. ¿Qué pasa, mi hermano? Tu prometida está en Milán, tus padres están de viaje, ¿qué necesitas para ser feliz que no sea alcohol y mujeres? Quería decirle que lo que necesitaba no tenía nada que ver con eso. Quería convertirme en el joven humilde que quería ayudar a Isabela, o, si era posible, que ella me quisiera tal como soy y aceptara mi ayuda aún más. Estaba atrapado en un conflicto emocional. —No quiero ir contigo a la fiesta, ahora tengo cosas que hacer. —Ah, amigo, por cierto, no olvides la apuesta que tenemos. Es un millón de largos, así que no me falles, yo me puedo enterar si cumples o no. —No entiendo. —Sí, la amiguita de Isabela está loca por mí, así que ellas se cuentan todo. Al escuchar eso, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Jonathan podría revelar la verdad de quién soy a la amiga de Isabela, y eso haría que mis planes se derrumbaran por completo. —Jonathan, necesito que no le vayas a contar a Clement quién soy, por favor. No quiero que mis planes se arruinen. Solo dile que nos conocemos desde pequeños, que soy un conductor, evita hablar de mí. —¡Ok, amigo, ok! No te preocupes, además no me interesa ser su amigo, solo quiero llevarla a la cama. Este reto está complicado. Bueno, si no quieres ir a la fiesta, allá tú. Yo sí me iré, ¡te lo pierdes! ¡Bye! Mi amigo me cuelga, dejándome confundido, pero ya no había marcha atrás. Mis planes estaban en marcha. Esa noche, llevaría a Isabela al cine, de alguna manera la iba a conquistar. Mientras tanto, en la biblioteca, Isabela atravesaba un duro golpe emocional. Su vida estaba completamente fuera de control. Lamentaba lo que estaba sucediendo con sus hermanos y su madre. Ella era la única que podía alimentarlos, pero ahora en su bolsillo solo quedaban los 500 que había encontrado en el delantal. Aunque sentía felicidad por tener a Bryce, esa misma tarde se iría de su apartamento. Apenas lo había conocido y no quería que entre ellos sucediera algo íntimo ni abusar de su hospitalidad. —¿En qué tanto piensas, amiga? —Clement se me acercó, sin que yo me diera cuenta de lo que estaba pasando a mi alrededor. —Es que no te he contado... ayer renuncié a la cafetería, mi madre me echó de la casa... y pues bueno, no te he dicho que estoy saliendo con Bryce. —¿Bryce? ¿El amigo de Jonathan? Amiga, yo tampoco te había contado, pero también he estado saliendo con él. Hemos pasado momentos maravillosos, es un hombre realmente encantador, además tiene dinero. —¿Jonathan tiene dinero? —Sí, amiga, y muchísimo. Me imagino que Bryce también lo tiene, ¿no? —No lo creo. No entiendo cómo es que ellos dos son amigos. Si Jonathan tiene dinero y Bryce no... es raro, ¿no te parece? —No, no me parece, amiga. Se parecen a nosotras. No quiero decírtelo de mala onda, pero yo tengo dinero, mi familia tiene posición social, y tú, por ahora, no estás muy bien... y eres mi mejor amiga, te amo por eso. —Podría ser una casualidad, aunque el apartamento en donde vivía Bryce no parecía el de un hombre multimillonario, sí era el de alguien que trabajaba de forma constante. Mi amiga tenía razón. —No lo sé, Clement, siento que Bryce me está ocultando algo. —Bueno, trataré de averiguar con Jonathan si hay algo que esté ocultando o diciendo mentiras, amiga. No te preocupes, me pongo en modo investigador. Mi amiga siempre conseguía lo que quería, y era muy probable que preguntara todo lo que yo necesitaba saber. Estaba convencida de que no podría soportar la idea de que Bryce me estuviera mintiendo. —Gracias, Clement, siempre eres la mejor de todas. —Bueno, y si tu madre te echó de tu casa, ¿en dónde te estás quedando? —Anoche me quedé en la casa de Bryce. Él me dijo que me quedara allí el tiempo que necesitara. Se ha portado muy bien conmigo. —Amiga, ¿o sea que anoche te entregaste a él? —Clement me mira emocionada. —¡Claro que no! Estamos saliendo hace muy poco, todavía falta que nos conozcamos mejor para que llegue ese momento. —Ay, no puedo creerlo. ¿Cómo te resistes estando en su casa? Es mejor que te vayas a la mía. —De eso te quería hablar. Si me dejabas pasar unas cuantas noches contigo mientras ubico un hogar... —¡Claro que sí, nena! Mi casa es tu casa. —Ella me toma y me da un abrazo. Esos abrazos últimamente reconfortaban mi alma, aunque seguía sin recuperar el control de todo. Ella hacía que mi vida fuera más llevadera, incluso Bryce. No sé qué haría sin ellos.
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