Cuando vi llegar a Camila a mi oficina en su primer día de trabajo, lo recuerdo como si fuera hoy, a pesar de los años que habían pasado desde que trabajaba para mí.
Nunca olvidaré a esa mujer tan sensual y sexi que llegó llena de presencia a mi oficina, con aquella minifalda negra, su chaqueta blanca y un enorme bolso debajo del brazo, junto con aquellos labios pintados de un rosa pálido, con aquella viva mirada y esos lindos ojos verdes, su larga cabellera marrón y…esa voz.
Cada vez que hablaba mostraba sus dientes delanteros y sus labios se separaban de una manera muy inusual.
Tenía una voz suave, pero firme, lástima que poco a poco mi presencia la fue consumiendo, admito que me daba lástima cada vez que la veía llorar porque le alzaba la voz, pero eso fue lo único que la hizo convertirse en alguien más firme, correcta, diligente, con más desempeño.
¿Cómo fue que se comprometió con ese imbécil? ¿Por qué diablos no la seduje?
Yo y mi maldita regla de no salir con empleadas y ella, tan cercana a mí, hacía toda mi sangre correr por los lugares prohibidos. Tenía un buen trasero, me gustaba verla salir de mi oficina, porque esas caderas eran magníficas.
Pero también tenía el poder de sacarme de quicio, porque era perfecta para hacer las cosas que me hacían enojar, aún cuando sabía perfectamente que me molestaba.
Siempre me pregunté, ¿a qué saben esos labios pintados de rosa pálido?
Y ahora, frente a ella, luego de despedirla, Camila González se acercaba al pararse de la mesa, luego recoger sus cosas.
—¿Sabe qué?—sus tacones sonaron con fuerza al acercarse. Dejó una mano en mi hombro, inclinando su cabeza de lado hacia mí.—Hoy me lo he ganado y ya que me voy, hágame un favor.
—Camila González, ¿por qué tendría que hacerte un favor?
—Porque es algo que usted también quiere.—enarco mis cejas y ella muerde su labio.
¿Qué era ese favor que me pedía esta mujer con tanta cercanía y confianza?
¿Estaba loca?
Separó sus labios y sus ojos verdes enfocaron los míos. Parecía estar armándose de valor y sin yo esperarlo, sin predecir sus movimientos, me besó, tomó mis labios con fuerzas e hizo exactamente lo que le dio la gana con ellos, sumiéndome en un beso desenfrenado, sin que pudiera resistirme porque yo también estaba enloquecido con sus labios.
Hasta que el beso terminó.
Soltó mi rostro y me sostuvo la mirada, sin decir media palabra.
Había sido un beso…caliente, peligroso, muy peligroso, ¿cómo se atrevía a besarme de esta manera? Estaba prometida con alguien más.
Quise preguntar que qué había sido eso, pero me vería como un tonto. Este beso, supongo que se trataba de la despedida de los dos, ahora ella no trabajaba para mí, y por tanto, podía besarla, podía…
¡¡Está prometida!! ¡¡Prometida!! ¡¡Tengo una invitación a su boda!!
—Camila…—ella no quería oír mi voz, ella quería otro beso, al igual que yo, quedarse tan cerca lo decía todo, pero sería yo el que tenía que besarla ahora.
Me acerqué con esa intención, pero ella esquivó mis labios con una sonrisa traviesa. Aquello me calentó más al verla tan juguetona, eché mi silla hacia atrás, la tomé por el brazo y la dejé sentada en mis piernas, condenada a ellas, tomé su rostro con enojo y la besé, mi lengua invadió su boca sin ninguna piedad y la mujer soltó un gemido suave, alegrando a mi cuerpo, subí su falda para que ella pudiera acomodarse sobre mí, sus piernas quedaron a ambos lados de mi cuerpo y ahora el beso se volvió algo serio.
Eran mis manos las que se adueñaban de sus pechos, mientras ella buscaba que mi erección la rozara en el punto exacto, moviéndose sobre mis piernas.
—Diego…—Oírla decir mi nombre por primera vez fue algo…como un placer intenso, más allá del contacto físico, era la primera vez que me gustaba tanto mi nombre, salido de estos labios.
¿Desde cuándo esta mujer era mi debilidad?
Sí, ya lo recordaba, desde que entró aquel día a mi maldita oficina, siendo mi nueva empleada.
Camila González lograba apretar mi entrepierna cada vez que entraba y salía de mi oficina, ahora, sobre mis piernas, me estaba volviendo loco.
—Tengo una habitación aquí.—gruñí con algo de fuerza, casi nos estábamos desnudando y era bastante claro el deseo que había entre los dos, teníamos que encontrar una habitación o pasaría algo aquí.
Esto era urgente.
—¿Y qué espera?—la levanté por los costados y luego me puse de pie, casi sacándola a rastras de aquella sala, tomamos el ascensor y allí, a solas, su mano se metió en mi pantalón y tomó mi pene con fuerza, firmeza. Comenzó a besar mi cuello, dejando una suave mordida en él.—No pensé que le gustara tanto.—me susurró en el oído.—Su amigote está muy duro, podría decir que ansioso.—intentó sacarlo allí, pero yo no se lo permití o tendría que hundirlo en ella justo en el ascensor.
—Camila González, ya deja de jugar, intentas quemarte.
—Intento quemarme, señor.
—Diego.—mascullé, dejando su cuerpo contra la pared del ascensor.—¡Dilo! Estás despedida, ¿lo olvidas? Di mi maldito nombre.
—Diego.—siseó, luego mostró su lengua y yo la tomé entre mis labios.—Diego, Diego, Diego.
Cuando el ascensor se abrió, sentí unas enormes ganas de salir corriendo con ella y ya encontrar la habitación, pero quedaba al fondo del pasillo. Su mano era muy suave, jamás la había sentido y aunque sus dedos eran delgados, también eran largos. Era la primera vez que caminaba a la par conmigo, ambos teníamos mucha prisa.
Cuando la puerta estuvo ante mí, ingresé el código y ella corrió dentro, en busca de la cama.
—Camila…—la vi sobre la cama, apenas con los zapatos quitados, en espera de mí, fui abriendo mi pantalón y ella se acercó. Dejé mi mano en su vientre y la otra sobre su muslo, subiendo hasta dar con la tela de su falda, la levanté con lentitud y mis ojos contemplaron sus nalgas, tan firmes, tan hermosas. Las recorrí con mis manos, Camila se quedaba muy quieta.
—¿Planea…hacerme esperar más?—se inclinó hacia la cama y allí apoyó sus manos, sin subir en ella, la vista de sus nalgas fue magnífica, era como una maldita obra de arte llena de sublimes pecados, rumbo a la perdición.
Aún no me explicaba, ¿cómo fue que pude contenerme por todo ese tiempo? Cuando siempre la deseé.
Subí su falda hasta su espalda y bajé sus bragas, recorrí con mis dedos sus pliegues, dando con su sexo mojado, listo, caliente, en espera de mí.
Su rostro se giró y desde allí me miraba, odiando que la hiciera esperar.
Más impaciente que yo, sin entender que mirarla en esa posición era toda una apreciación.
[***]
Si ya estaba despedida, ¿qué más daba follarme a mi jefe? Si ambos llevábamos con una intensa tensión por varios años, detrás de aquel maldito engreído y sensual cascarrabias que me miraba las piernas o el culo cada vez que podía, ahora lo ponía a disposición de él y aunque era por las cosas que me habían pasado solo en un día, influía mucho el deseo que despertaba este hombre, porque Diego Alba era el pecado andante.
Su pene se sumergió dentro de mí con una fuerza brutal, lo sentía llegar muy lejos desde la primera estocada, separando mis labios y haciéndome gemir con fuerza, tomando todo el control de la situación y de mi sexo que no dejaba de palpitar con aquello tan grueso dentro de mí. Cuando lo sentí en mi mano lo supe, era muy grueso y se abría paso en mis paredes como un torpedo.
Mis piernas intentaban resistir a todos sus ataques, mientras mi mente estaba en otro lugar, menos en mi cuerpo, todo mi cuerpo temblaba de placer y gracias a ello y al pene de mi jefe que no dejaba de penetrarme con furia, me desplomé en la cama.
Pero allí no quedaba la carrera.
Esto sería una única vez, pero no por un rato, este día lo terminaba pero agotada, saciada y con una muy buena follada de mi insufrible, pero follable jefe.
Me desnudó con rapidez y él vino a la cama, lo obligué a tenderse en ella y al mirar su pene, solo me apetecía una cosa.
Montarlo.
¿Quién diría que yo, el día que me enteraba que estaba embarazada y descubría la infidelidad de mí prometido, sería el mismo día que me montaría en mi jefe? Y vaya asiento me esperaba.
Con toda la actitud del mundo, tomé aquello y lo dejé dentro de mí, recibirlo en esta posición fue algo difícil, complicado pero no imposible.
Dejé que mi vientre aceptara que ya él estaba dentro y que no iba a salir, entonces comencé a moverme. Sus ojos grises no apartaban la vista de mí y yo me lo gozaba, disfrutaba en cada movimiento de cadera y cuando sentía que eso se iba de lado, golpeando una de mis paredes, reclamando mis gemidos, provocando mi orgasmo otra vez.
Allí, sobre él y con un caliente que me quemaba, sentí la mejor sacudida de toda mi vida, sentada sobre el pene de mi ex jefe. Pero no bajé, luego del segundo era que la fiesta comenzaba, me apoyé en su pecho y él, al ver que mi fuego no se apagaba y que si seguía así, sería el tercero para mí, pero el primero para él, cambió la posición sin pedir permiso, dejándome debajo suya y no solo debajo, con mis piernas pegando a mi pecho mientras él empujaba con descaro su pene sobre sobre mí.
Pensaba muchas cosas de mi ex jefe, pero jamás noté que de cerca fuera tan hermoso, no solamente era guapo, sensual y atractivo, es que era hermoso.
Me perdí en sus ojos grises y el placer se unió con algo más, se mezcló con algo extraño, mi mano se levantó para tocar su cara y él mordió mis dedos, sonreímos y fue aquí donde me di cuenta que era la primera vez que lo veía sonreír, no esa sonrisa de cuando estaba enojado, esta era una real, sincera, muy clara.
Desde aquí quedé hipnotizada y todo lo que pasó después solo se guardó en mi memoria, como algo sagrado.
Me dormí como unas cuatro horas, lo sé porque desde las ventanas ya no entraba ninguna luz del día, mi jefe estaba acostado al lado mío, su mano sobre mi muslo, salí de la cama de manera muy silenciosa y recogí mi ropa, encerrándome en el baño.
Cuando me vestí, pude salir de la habitación sin que él se diera cuenta, seguía dormido.
Tenía que ir a recepción por si sabían dónde estaban mis cosas que se quedaron en la sala de juntas.
Pregunté a una chica y ella desapareció por unos segundos y regresó con mi enorme bolso.
Era hora de irme.
Esta era la despedida con Diego Alba y su empresa.
Fue una muy buena temporada, pero mejor había sido lo que pasó en esa habitación de hotel.
Creo que…jamás la olvidaría. Eso daba un alivio para los demás acontecimientos horribles del día de hoy.