MIGUEL... ARCÁNGEL MIGUEL

1013 Words
Los recuerdos de mi infancia me golpearon al instante en el que mi hermana me dio la espalda. ¿Cómo estarían mis padres en este momento?, ni siquiera dejarán que me despida de mi hija, eso es seguro. Mis pensamientos fueron dejados a un lado cuando escuche unos pasos acercándose por el pasillo, la puerta enfrente de mí se abrió de par en par para revelar a mi verdugo. Miguel. Había escuchado que él derrotó a samael de un golpe sin la ayuda de su espada, tal vez si hablaba con él podría convencerlo de que no me llevara a los espejos del olvido. –Migu...—Susurré. –Para ti soy el arcángel Miguel, —Gruño sin dejar que dijera su nombre. –Que no se te olvide Angélica, pero aun así no eres digna de decir mi nombre. Sus ojos llenos de frialdad se posaron sobre mi rostro, aún tenía unos cuantas gotas de sangre sobre su armadura dorada, pero podía adivinar que no eran de él. –Perdóneme, arcángel Miguel. —Hablé, bajando la mirada, no podía soportar la suya, parecía que estaba mirando a un asqueroso demonio. –Perdóneme, por favor. –¿Por qué debería perdonarte?, —Preguntó. –¿Por qué debería perdonar a la persona que me robo mi espada? Sus duras palabras hicieron que levantara mi rostro, él se veía sereno, al igual que todos nosotros, su belleza era única al observarlo. –Yo no fui —Murmuré, negando con la cabeza. –Yo no lo hice. –Mm... No me creía, podía notarlo en su mirada, a estas alturas sabía que nadie lo haría, pero tenía que internarlo por mi hija. –General, —Mi voz tomo un tono más serio, como cuando estábamos en los entrenamientos. –Le estoy diciendo la verdad, ni Raguel y yo somos cómplices de samael y los ángeles rebeldes que lo siguieron. –Vez estas pequeñas manchas, —Murmuró, alzando una de sus manos para señalar la sangre que ya había notado de su armadura cuando entro. –Son de Raguel... le rompí la nariz y le arranque unas cuantas plumas. –¿Qué? —Pregunté sin comprender. –Es una lástima que los humanos no vayan a conocer el verdadero significado de las palabras: paz, perdón y calma. —Continuó –Que solo sepan pronunciarlas, pero en verdad no sepan lo que es. Sabía por qué lo decía, Raguel era el arcángel de la armonía y justicia, él iba a hacer el encargado de darle felicidad y estabilidad a los humanos, pero al ser desterrado ya no podría hacerlo. –Nosotros no lo hicimos, —Volví a decir –Nosotros no hicimos nada, nuestro único pecado es amar mucho a dios. –¡Cállate! —Gritó, cambiando su semblante tranquilo a uno de furia. –¿Cómo te atreves tan siquiera a pronunciarlo?, ¿¡cómo puedes nombrarlo con esa boca mentirosa que tienes!? –Mi boca es tan limpia y pura como la tuya —Me aventé a contestar. –Porque de mí no ha salido ninguna mentira. En sus ojos pude ver el brillo característico de querer seguir retándome, pero simplemente soltó un suspiro antes de sacar una llave y abrir la celda de oro. –No vine a pelear. —Murmuró con la mandíbula tensa. –Vamos, es hora. Era hora de mi penitencia, salí con cuidado de la celda para caminar hacia mi destino con Miguel atrás de mí, no era necesario que me guiara, ya sabia donde quedaba la habitación con los múltiples espejos. –Siento mucho lo de tu hija, —Dijo con voz ronca. –Me encargaré de protegerla cuando renazca. –Lo hará Rafael. —Solté. –Él se encargará de cuidarla. –Rafael. Después de eso no volvimos hablar hasta que llegamos a nuestro destino, me quede enfrente admirando mi reflejo en la gran puerta, era de espejo con una reja de oro con pequeñas figuras torcidas. –Entra. —Su tono de voz no adquirido el tono frío de hace un rato, pero simplemente basto eso para que mis ojos se inundaran nuevamente en lágrimas no derramadas. Con manos temblorosas empuje la puerta para que se abriera en dos y pudiera entrar en su interior. Adentro se podía ver un gran espejo como pared y al rededor los pequeños diamantes flotantes brillaban ante la oscuridad del lugar, ¿por qué le decíamos los espejos del olvido si solo había uno?, cada diamante era un fragmento del espejo, en ellos sé apreciaba a los presos atrapados en el y disfrutar como sufrían en la tierra desolada. En cuanto yo cruzara por ese espejo, un fragmento se desprendería y nacería otro pequeño diamante para volar por toda la habitación. Con inseguridad caminé hacia el espejo, tenía tanto miedo, me había quedado sin nada, sin mi familia, sin el arcángel de mi vida y sin mi pequeña hija. Eso era todo, así sin más terminé. Cuando iba a dar mi último paso hacia el espejo la voz de Miguel me detuvo. –Espera, —Me giré para poder verlo –Explícame de nuevo... Porque eres inocente y no pudiste haber sido tú quien me robara mi espada flameante. Una pequeña esperanza brotó de mí, y no pude evitar que le diera una pequeña sonrisa de boca cerrada y unas cuantas lágrimas se derramaran de mis ojos. –No sé por donde comenzar —Le respondí con la voz quebrada. –Comienza desde el principio —Contestó, encogiéndose de hombros. –Desde su asignación. Tomando unas pequeñas respiraciones intenté calmarme para poder explicarle desde nuestra asignación de título y como habíamos llegado hasta estas circunstancias, tenía que contarle todo con lujo de detalle, esta era mi única oportunidad de convencer a Miguel que yo era inocente. Que todo esto era un simple error, que yo nunca estuve a favor de Samael y de los ángeles rebeldes. Apreté mis labios ante el repentino pensamiento de una espada, y sobre todo a que simplemente yo no la tenía y ni sabía donde estaba.

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