Capítulo 5. Un extraño benefactor

1867 Words
Oriana Valladares Maldigo no haber conseguido el contrato con ese millonario engreído. ¿Qué se cree ese imbécil? Al salir a la calle, me quito los malditos tacones que han estado martirizando mis pies y dejo que las lágrimas caigan. Una vez más, sigo sin tener una solución para la cirugía de Susan, y deseo desfallecer. Las manos me tiemblan y siento que la respiración me falla. No puede ser, estoy a punto de sufrir un ataque de nervios que podría desencadenar un ataque de asma. Respiro hondo: uno, dos, tres... Cuando por fin recobro el aire, grito: —¡Maldita sea mi suerte! La gente a mi alrededor me mira como si fuera un bicho raro. Con mi cartera en mano, les respondo: —¿Qué? ¿Acaso no han visto a alguien con problemas? Metiches. Camino descalza por la acera hasta llegar al autobús. Al subir, veo cómo se desvanece la imagen de la gran compañía del señor Evans a mis espaldas. En ese momento, mi teléfono suena, causándome más estrés del que ya llevo. —¿Y ahora que putas es? Un correo electrónico. Señorita Valladares, Le damos la bienvenida a esta gran compañía. La citamos para que inicie a trabajar el próximo lunes. Estaremos enviando todas las instrucciones de ingreso. Estamos muy felices de que forme parte de esta gran familia. Atentamente, Servicio Humano, Evans Corporation Leo el correo una vez más y me quedo estática. No puedo creerlo. La oferta del señor Evans es completamente real: tengo un empleo en su compañía como asistente. Aunque inicialmente quería ser su dama de compañía, no me desagrada la idea. Sin embargo, eso no cambia el hecho de que aún tengo el problema sin resolver de la cirugía de mi pequeña sobrina. Unos minutos después, el autobús me deja frente al hospital y quiero huir de allí. No sé cómo decirle a Kath que no tengo el dinero, que no conseguí el empleo que me daría la plata rápidamente, y que en ese momento no sé ni siquiera qué hacer. Tomo aire profundamente y camino dispuesta a afrontar la cruda realidad. Pero Kath está sonriente. Su expresión irradia felicidad, y al verme, sale corriendo y me da un abrazo. —¡Muchas gracias, hermana! ¡Muchas gracias! Lo lograste ¡Ya Susan está en cirugía! —¿Qué? —me separo de ella, sin saber de qué me habla. —Sí, la cuenta. Todo está pagado, e inclusive tenemos un sobre repleto de dinero para afrontar la salida de Susan del hospital. ¡Y todo lo has conseguido tú! Me dirijo hacia la silla de la sala de espera, confundida, y sacudo la cabeza. —No entiendo nada, Kath. Yo... yo no conseguí ningún dinero. —¿Qué? —Susan me muestra una nota—. Aquí dice tu nombre. Tú eres Oriana Valladares. Tomo la nota y empiezo a repasar cada línea: «Señorita Valladares, por favor, acepte este adelanto de su salario como un préstamo (sin intereses). Mi compañía siempre busca que sus empleados estén en las mejores condiciones y, sobre todo, su familia. Espero que pueda venir a trabajar el lunes como está citada. Con aprecio, Mathew Dominic Tercero Evans Grillet» —Vaya, puto nombre —suelto sin reparo al final de leer. —¿Tienes un nuevo trabajo? —Kath toma mis manos, llena de esperanza. —Sí, tengo un nuevo trabajo, pequeña. ¿A qué horas sale Susan de la cirugía? —En un par de horas. Creo que en unos días vuelve a casa, pero María me amenazó de nuevo, dice que debemos irnos. —Yo lo voy a solucionar, lo prometo. Abrazo a mi hermana, prometiéndole algo que está muy lejos de mi alcance. Irnos de la casa de mi padre aún es un tema imposible. Seguramente deberíamos esperar a tener dinero, pero ahora tengo una deuda con el señor Evans, una que posiblemente deba pagar con parte de mi salario, y eso me desconcierta. ¿En qué momento nos iríamos de casa? Suspiro, al menos sabiendo que mi sobrina está fuera de peligro. Aunque mi razón no me permite aceptar la ayuda de Evans, mi corazón está sumamente agradecido. Sin él, posiblemente mi pequeña estaría en una situación muy grave. Las horas pasan y la cirugía es todo un éxito. Por fortuna, Susan está fuera de peligro y ahora solo le espera una vida llena de plenitud. Así transcurre el resto de la semana, y aunque siento que nos estamos volviendo locas al continuar en la casa de María, finalmente llega el lunes, mi primer día de trabajo. Me visto lo mejor que puedo, eligiendo la mejor ropa que tengo, y me maquillo ligeramente. Aplico el último chorro de perfume que me queda y me dirijo a la compañía. El primer día de trabajo, por lo general, es difícil para cualquier persona. Pero aquí estoy, enfrentando lo que se viene, no solo para pagar la deuda con Evans, sino para empezar un nuevo proyecto. Una recepcionista me da una cálida bienvenida y me muestra mi lugar de trabajo, una oficina muy cerca de él, el hombre al que le debo tanto por haber salvado la vida de mi sobrinita. Esa mañana, Math no llegó temprano a trabajar, y juro que muero por verlo una vez más. Necesito con urgencia decirle cuánto le agradezco y, claro, proponerle cómo le pagaré el dinero sin perjudicar demasiado mi salario. Ese dinero lo necesito más que nunca. El mal nacido de mi exnovio ni siquiera me dio las gracias por todo el tiempo que estuve a su servicio. La mañana fue larga, entre capacitaciones por parte de las otras asistentes de presidencia y la bienvenida de la empresa. La tarde ya asomaba, mostrando que mi primer día de trabajo estaba a punto de terminar. Me siento algo frustrada por no poder haberle dado las gracias en persona al señor Evans. Después del malentendido la última vez, y si voy a ser su asistente, debemos tener por lo menos un trato cordial. Alisto mis cosas dispuesta a salir de la oficina, cuando de repente las puertas del elevador se abren. Era él, pero no venía solo; detrás suyo estaban dos personas que parecen ser sus padres. Lo puedo notar por la forma en que le hablan y porque físicamente se parecen. —Papá, ya te dije que no voy a casarme. No quiero, menos por un puto negocio. ¿En qué estás pensando? —Math levantaba las manos, alegándole a quien parecía ser su padre. —Ya te dije, Math, no es si quieres. Tienes seis meses para que te cases, o de lo contrario tendrás que casarte con Adela de las Casas. Tu abuelo dejó capitulaciones, y si quieres seguir disfrutando de la vida de lujos, debes obedecer. —¿Qué? Pero lo que he conseguido ha sido por mi trabajo, papá. Si no me quieren dar nada, no me lo den, pero no me voy a casar. Eso no está en mis planes, ni a corto ni a largo plazo. —Sí, has trabajado, Math, pero tu abuelo te dejó como el heredero universal, inclusive pasando por encima de todos tus primos y mis hermanos. Así que, hijo, o te casas o perdemos esa herencia. Y créeme, no voy a dejar que eso pase. Te juro que no te lo perdono. El hombre le lanza una amenaza a mi jefe, y aunque creen que están solos en la compañía, yo estoy escuchando todo. —William, no puedes ser tan duro con nuestro hijo. Y tampoco obligarlo a que se case, por favor. El matrimonio debe ser un acto de amor, no por obligación —interviene la madre de Math. —Mamá, déjalo. Papá es un egoísta que nunca sabrá cómo tener poder sobre mí. ¿Quieres matrimonio? Habrá un matrimonio —responde Math mientras sale hacia su oficina, dejando a sus padres murmullando hacia el elevador y a él hablando solo. Tal vez no era el mejor momento para hablar con él acerca de dinero, y mucho menos de lo que hizo por mi hermana y por mí. Sin embargo, le agradecía en el alma, y sé que llegará el momento de hablarlo. Ahora soy su asistente, y en algún momento, nos encontraremos. Acabo de alistar mis cosas y decido salir de la oficina. Cuando estoy a punto de tomar el elevador, siento que la voz de Math me llama. —Oriana. Me giro para verlo, y aunque su semblante es de pocos amigos, me sonríe. —¿Has estado aquí siempre? —me pregunta, algo confundido. —Sí, señor, todo el tiempo, pero ya regreso a mi casa. Acabé mi jornada laboral. Por cierto, quería hablar con usted, pero… —trago entero— escuché su conversación con sus padres. Math se acerca a mí lentamente, con su porte varonil, y su delicioso perfume embriaga mis fosas nasales. Siento un escalofrío y me invaden los nervios. —Tengo tiempo ahora. Olvida lo que escuchaste. Mi padre está enchapado a la antigua y siempre quiere controlarme. Pasa a mi oficina —Math señala la puerta de su despacho, y yo dirijo mis ojos hacia allí, completamente nerviosa. —Sí, claro. Salgo tras él y por poco me tropiezo. Cuando él se sienta en su escritorio, extiende su mano para que yo me siente en la silla frente a él y resopla. —Qué vergüenza que hayas escuchado todo eso. —Por mí está bien; todas las familias tienen problemas —le respondo, recordando la mía, que es un completo desastre. —¿Cómo fue tu primer día de trabajo? —Estuvo muy bien, muchas gracias, pero yo quiero agradecerle por haber pagado la cuenta de mi sobrina y el dinero que nos dio en el sobre a mi hermana y a mí. La totalidad es mucha y no sé cómo vaya a poder pagarle, pues solamente tengo ahora este empleo. Los ojos de Math brillaron de inmediato, como si preguntarle acerca de cómo pagarle la deuda fuera un incierto aliciente. —Eres soltera, ¿verdad? —Sí, desde hace unos días lo soy, señor —no entendí la pregunta ni cómo se relacionaba con la deuda, pero ahí estaba, respondiéndole. Math se quedó en silencio mientras me miraba de arriba abajo. Cruzó sus manos sobre su cuerpo y comenzó a hacer algunos gestos. —Bueno, entonces tengo un trato para ti, que no solo cubrirá la deuda que tienes conmigo, sino que también te ayudará a tener más dinero… Miro a Mathew Dominic Tercero Evans Grillet, directamente a los ojos y quedo completamente desconcertada. ¿Ahora qué putas me pedirá este enfermo? Sin embargo, le doy la oportunidad de que hable; ahora lo que mi hermana y yo necesitamos es dinero. —Muy bien, señor Evans, lo escucho —trago en seco. Mi piel comienza a sudar, las manos me tiemblan y una sensación de pánico se apodera de mí. Él se sonríe con malicia, no deja de mirarme, y eso solo aumenta mi nerviosismo. Cualquiera con cinco sentidos saldría corriendo, pero yo quiero quedarme ahí con él, a su lado, escuchando lo que tenga para decirme, así sea lo más macabro.
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