CAPÍTULO 3 PERSONAS ENIGMATICAS

1762 Words
Math Evans Muevo mi copa de un lado a otro, mientras la resaca retumbaba en mi cabeza. Cuando bebía, no era el mismo de siempre; me convertía en un maniaco empedernido, capaz de cometer locuras como ofrecer dinero a mujeres desconocidas por sexo. Pero la semana anterior, no había funcionado. —Mathew, está bien, no siempre debe funcionar el truco de pagar la cuenta —me dice Erick, conteniendo una sonrisita burlona. —Ambos sabemos que no estuvo bien, y que ella es hermosa. ¿Por qué me rechazó? Su cuenta era de cuatrocientos, no de treinta o cuarenta. ¡Cuatrocientos! Increíble. —No siempre logras ese éxito. Por cierto, ¿de dónde salió esa mujercita? ¡Era preciosa! Si hubiera sabido que no te iba a aceptar, me hubiera lanzado yo sin rodeos —Erick bebe de su copa, sonriendo con sarcasmo. —Claro que no. Estás comprometido, no puedes hacer esas cosas. Yo, en cambio, soy soltero. Nunca me casaré; no voy a renunciar al placer que representa una mujer solo por un compromiso. Eso es locura —bebo el resto de mi copa de un solo sorbo. —¿Me estás llamando loco? —No, o tómalo como quieras —respondo, manteniendo mi altivez, mientras la imagen de aquella castaña de ojos marrones y cuerpo precioso no salía de mi mente. Tal vez me negaba a aceptar su rechazo, pero ¿qué más daba? Había muchas mujeres interesadas en dinero y en este cuerpo, todas con el mismo objetivo. Giro mi gran sillón y contemplo las vistas desde mi ventana. Erick se acerca con la botella y me sirve otro trago. Me doy cuenta de que soy prácticamente el dueño de la ciudad: tengo una decena de compañías, dinero de sobra, porte y presencia. Cualquier mujer caería rendida a mis pies; el amor sincero no me interesaba. —¡Salud! —chocó su copa contra la mía. —¡Salud, amigo! Por el próximo fin de semana. Bebimos de nuevo. Erick salió de mi oficina, y una hora más tarde, volví a concentrarme en mi computadora, revisando diferentes diseños de máquinas para los negocios del próximo mes. Todo salía perfecto, pero ella, ¡maldita sea! Oriana Valladares seguía ocupando mi mente. Nunca antes me había rechazado una mujer. Había pasado más de una semana, y su recuerdo persistía, a pesar de que apenas había intercambiado un par de palabras con ella. Pero eso se curaría con otra. Y como si estuviera invocando la cura, la puerta de mi despacho sonó. Reconocía esos toques, así que simplemente doy la orden de que entrara. En ese instante unas piernas largas y contorneadas, se asoman en mi oficina, seguidas de un cuerpo escultural, cabello rubio ondulado hasta la cintura, senos prominentes y labios rojos que incitan a la pasión. —¡Alexandra! Cariño, ¿qué te trae por aquí? —me levanté de mi sillón, mordiendo mis labios. La pregunta siempre sobraba; la millonaria accionista no solo venía en plan de negocios, también estaba aquí con un propósito. —Mi querido Mathew —me rodea, activando todos mis sentidos. Su cuerpo emanaba un aroma delicioso. Se acerca y me da un beso en la mejilla que roza la comisura de mis labios. ¡Maldita incitadora! —. He traído las condiciones para nuestro próximo contrato. —Siéntate, querida, por favor —señalo la silla frente al escritorio. Ella dejó su bolso a un lado y cruzó las piernas, esas magníficas piernas que me hacían perder el control. Alexandra suspira y se pasa el cabello hacia un lado, dejándome al alcance de su precioso escote y sus pechos levantados. —Te he extrañado, Mathew, y antes de firmar, quiero una copa y… hablemos de algo… rico —declaró, y su voz seductora eriza mi piel. Le sirvo una copa y se la entrego. Ella comienza a beber, pasando su lengua por el borde, y siento cómo mi entrepierna arde. Mi bulto se levanta ante su presencia, y ella ya sabe que todo está listo. Me extiende la mano, y como un estúpido, la tomo. Me acerco a ella, y Alexandra abre la boca y ronronea. —Hum, qué rico —susurra, y su mirada es provocativa. Justo cuando está a punto de acercarse, un golpe en la puerta de mi despacho interrumpe el momento, y mi erección se desvanece. —¿Quién es? —grito, irritado. —Señor, soy Chloe. Hay una mujer aquí que lo busca insistentemente, pero… no tiene cita. Me acomodo el bulto en mi pantalón y le sonrío a mi preciosa socia. —Perdóname, cariño, pero hay personas que no tienen ni un poco de escrúpulos al pedir una cita para venir a verme —me acerco a Alexandra, tomo su mentón y le doy un pico en los labios, pasándole luego la lengua. —Ya regreso. Alexandra resopla y me pellizca la entrepierna. Me acomodo y salgo de mi oficina para encontrarme con la impertinente que acaba de arruinar mi polvo de la tarde. Salgo y voy hacia la sala de espera. Mi corazón se detiene de inmediato. ¿Qué hace esa mujer aquí? Y ¿en esas fachas? Me acerco a ella y la miro de arriba abajo. —¿Oriana Valladares? Las mejillas de la mujer se incendiaron, tragó saliva y pareció ver un fantasma. Yo, por otro lado, me alegraba de verla, pero me confundí de inmediato, y no porque me pareciera fea; estaba ebrio aquel día en el bar y no la aprecié como realmente era. Ahora, sobrio frente a mí, estaba una mujer realmente hermosa. —Se… señor Evans —respiró profundo—. He venido para hablar con usted, pero su secretaria me ha dicho que está ocupado. Si quiere, puedo volver otro día. Se levanta del asiento amenazando con irse y en un intento desesperado, me acerque y la detengo. —No, espérese veinte minutos y ya la hago seguir. —Muchas gracias —murmura apenas. Asiento con la cabeza y me dirijo directo a mi oficina. Allí está Alexandra, desnuda, recostada sobre mi sofá de cuero, con una diminuta tela de satín cubriendo su cuerpo. Me quedo estático. —Alexandra, wow, ¿qué haces? —Esperándote, tenemos pendientes, cariño. Sacudo la cabeza y empiezo a recoger toda su ropa con sutileza. Me acerco y se la entrego. —Vístete, por favor. Debes salir de inmediato. —¿Qué? —Alexandra se levanta, completamente confundida. Era la primera vez que la rechazaba de esa manera, pero tenía algo pendiente. —Por favor. —Me giro hacia mi escritorio y respiro profundo para no dejarme consumir por la tentación. Alexandra comienza a vestirse mientras repite una cantidad de improperios en mi contra. Ignoro sus palabras y ajusto mi corbata. Al final, sé que puedo tenerla cuando me dé la gana; un día molesta no será un problema. —Explícame, Math, ¿Qué está pasando? —me dice, mientras se ajusta el último botón de su camisa y me enfrenta. —Tengo un pendiente, lo siento. ¿Puedes salir, por favor? No me llames, yo te llamaré —arqueo la ceja. Alexandra aprieta los puños y hace una mueca, toma su portafolio y sale de mi despacho como alma que lleva el diablo. Miro a mi alrededor, asegurándome de que todo esté en orden, y levanto el teléfono. —Chloe, dígale a la señorita Oriana que puede pasar. —Muy bien, doctor. Por una estúpida razón, empiezo a sentirme nervioso, pero aclaro mi garganta y la puerta se abre. —Sigue, Oriana, por favor. La mujer, visiblemente avergonzada, entra con pasos arrastrados y la mirada baja. —Buenas tardes, señor Evans. Gracias por atenderme. —Siéntate, por favor. —Oriana es una chica joven, hermosa, de tez blanca, mirada triste, un cuerpo impresionante y una energía excepcional. Se sienta frente a mí y aclara su garganta. —No le quito mucho tiempo, solamente he venido a pagar la deuda que quedó pendiente en el bar. —De su bolso saca un sobre y lo extiende sobre mi escritorio. Lo recibo y me doy cuenta de que contiene una cantidad de billetes de baja denominación. No los cuento, simplemente regreso el sobre hacia ella. —No hace falta, Oriana. Sin embargo, quiero ofrecerte una disculpa por esa noche; simplemente estaba ebrio. —Miento, porque soy así todo el tiempo, siempre quiero estar con la mujer que me plazca. Pero no quiero quedar mal frente a ella. —Tome el p**o por favor… es que no me gusta tener deudas. —Baja la mirada, y me da la sensación de que no vino precisamente para pagarme el dinero; parece que busca algo más, y tengo que descubrirlo. —No tendrás una deuda conmigo por esos cuatrocientos; tómalos, está bien. ¿Te pasa algo? Oriana levanta la cabeza, y al mirarme, sus mejillas estallan en un rojo intenso. Se queda estática. —Señor —toma aire—, señor Evans, he venido porque quiero… —aclara su garganta. —¿Sí? —Me cruzo de piernas y pongo mi mano sobre el escritorio, moviendo mis dedos para calmar mi ansiedad. —Quiero que me reformule su propuesta —suelta sin más. La palabra "propuesta" resonó en mi mente como un hermoso sonido que me excitaba, y mi expresión cambió. La miré con lujuria; en ese momento, quise aprovecharme de su evidente necesidad. —¿Estás segura? —pregunto decidido. Si ella no dio rodeos, tampoco lo haría yo. Ella asiente con la cabeza y levanta un dedo. —Aunque hay una condición, señor. Ruedo los ojos. Ninguna mujer ponía condiciones, menos a mí, Mathew Evans. —¿Qué condición? —pregunto, dejando entrever mi enojo. Se levanta de su asiento, agarrándose las manos nerviosa. —Disculpe, lo siento, no debí venir. Antes de que pueda salir corriendo, me levanto rápidamente y la tomo por el brazo. Quedo tan cerca que siento que inhalo su propio aire, y trago entero. Ella me está poniendo nervioso; me hace sentir algo. —No te vayas. Dime cuál es la condición. Los labios de Oriana temblaban, y sus párpados parecían tener movimiento propio. Sin embargo, respiro como si el aire le diera fuerzas para hablar y resopla —la condición es que no sea tan rudo conmigo, por favor, y que me pague mil. Y debe quedar por escrito La suelto de inmediato y doy dos pasos hacia atrás. ¿Rudeza? ¿Contrato? Dos palabras que no conocía, pues me fascina el sexo rudo y las aventuras de una noche.
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