—¿Cómo estás? —pregunte por el teléfono pegado a mi derecha y miraba a mi padre a través del vidrio de la cárcel. —Me preocupa más como estas tu—me respondió en cambio. El abogado me había conseguido un permiso especial para verlo un día que no era de visitas —Ya te podrás imaginar—le dije—Solo quiero saber ¿porque papá? —dije sin poder resistirme—entiendo que apostaras la casa que compartiste con mamá y lo demás, pero, mi tienda. Por la que he trabajado y me he partido el culo —Lo siento bebé—parecía arrepentido—Lamento haberte puesto en esa situación —Me dejaste a merced de Enzo—me aclare la garganta para alejar el nudo que se había formado. Su expresión se tornó angustiosa. Él sabía lo que sufrí al irme y las noches que me quedé dormida en sus brazos después de llorar —¿Le dijiste