“Crisis existenciales, eso tengo ahora, creo que mi vida necesita cambiar; no me siento cómoda con lo que soy ahora. Cuando hablé con Luis Ángel y me di cuenta de lo absurda que soy… me pregunté, ¿cuándo me volví en esto?, por dos semanas había estado llorando, pero no sé si eso es parte de la adolescencia; ¿necesito ir con el psicólogo? No creo que tenga que llegar a esos extremos, tengo una crisis existencial, pero no me siento depresiva, no lo sé. En fin, creé una lista con las cosas que debo de hacer para cambiar.
En la tarde cuando regresaba del colegio vi una camisa que no es de mi talla, es mucho más delgada, bueno, mucho más pequeña, yo estoy gorda. Pensé, ¿por qué no puedo ponerme esa camisa?, claro que puedo hacerlo, pero para eso necesito bajar de peso. En estos momentos creo que es imposible; a la vez… siento que me da vergüenza que las personas me vean haciendo ejercicio”. Camila dejó de escribir y se acostó en su cama a meditar. “En estos momentos estoy en 90 kilos con quince años recién cumplidos, estoy muy gorda” pesó.
Estaba debatiéndose en si entrar o no en la casa, el padre de Sandrid era dueño de varios gimnasios y restaurantes de comida saludable, su nombre era Tomás, él podría ayudarle con su idea de bajar de peso, pero le daba mucha vergüenza el entrar en la casa.
Como si Dios hubiera escuchado sus súplicas, en aquel momento el hombre salió de la casa con ropa especial para hacer deporte y la quedó observando.
—Camila, ¡hola! ¿Qué haces aquí? ¿Buscas a Sandrid? —le preguntó mientras se acercaba a ella y le daba un abrazo.
—Ah… No, en realidad no, lo estoy buscándolo a usted —desplegó una sonrisa nerviosa.
—¿Estás asustada? ¿Por qué me hablas así? —inquirió él comenzando a chistar, esa era su típica forma de ser.
—Este… —comenzó a patalear, estaba estresada.
—Cálmate, ¿qué sucede? ¿Te metiste en problemas?, si quieres entramos y hablamos un rato —ofreció el hombre.
—¡No, no, no!, la casa no, si quieres vamos y hablamos mientras trotas —lo tomó de una mano y comenzó a caminar.
—Espera, no creo que mientras troto tú puedas seguirme el paso. Vamos caminar —la abrazó mientras comenzaron a pasear por la ciudad nocturna—. ¿Qué te sucede?
—Qui-quiero… Quiero bajar de peso —musitó y se ruborizó por completo.
—¿Qué? No te escuché porque hablaste muy bajito —dijo Tomás.
—¡Tío! No seas así conmigo —se avergonzó la joven.
—Pero si hablaste bajo, sin pena, habla que estamos en confianza —pidió el señor Tomás.
—¡Que quiero bajar de peso! Es eso —Camila se estaba muriendo de la vergüenza.
—Ah… Es eso, ¿y desde cuándo? ¿Te gusta algún chico? ¿Quién es? —comenzó a interrogar emocionado.
—No… Claro que no, es porque quiero mejorar mi salud, no quiero cumplir dieciocho y estar así de gorda, o no, sé que estaré el doble —en estos momentos Camila decía la verdad, inicialmente lo hacía por eso, pero también se quería ver bonita.
—No creo que lo soportes, eres muy débil. Lo dejarás a medias —se negó el hombre comenzándose a poner serio.
—¡No…! ¡Yo no soy así de débil, no me gusta dejar las cosas a medias y lo sabes! —se apartó de él enfadada y comenzó a caminar cruzada de brazos.
—¿Será? —Tomás examinó su rostro, ella también estaba seria. Después los dos soltaron carcajadas.
—Por favor tío, ayúdame, tú eres quien tiene conocimiento de todo esto —pidió Camila de manera desesperada.
—Pero con una condición, si lo dejas a medias no irás con nosotros al viaje a la cabaña por tres años y te quedarás siendo mesera en mi restaurante hasta que termines el colegio—advirtió Tomás.
—¡¿Ah?! —Camila quedó aterrada por completo, ¿cómo le podía hacer eso?
—Es mi única condición para saber que no me harás perder el tiempo, sabes que soy un hombre muy ocupado —Tomás se detuvo y se cruzó de brazos observando fijamente a la joven.
—Trato hecho —Camila le extendió una mano para que el señor la estrechara. Él quedó bastante sorprendido por la reacción de la joven, solo la estaba probando para ver si hablaba en serio.
—Entonces, es un trato —le estrechó la mano. Camila desplegó una sonrisa emocionada.
—¿Cuándo comenzamos? —le preguntó.
—Debemos de hacerte unos exámenes primero y crearte una dieta saludable para que el ejercicio tenga efecto. No será fácil, Camila —le explicó.
—Espera, así que vamos a comprar ropa para hacer ejercicio —dijo Sandrid bastante curiosa y extrañada.
—Eh… Sí, es que comenzaré a hacer ejercicio —explicó Camila mientras caminaban por el centro comercial.
—¿Tú? ¿Hacer ejercicio? —cuestionó Sandrid.
—¿Qué tiene de malo? Quiero cambiar —Camila entró a una tienda de ropa deportiva.
—Pero… Es que, no lo puedo creer —soltó Sandrid sin saber qué decir.
—Ay, ya, no es la gran cosa —soltó Camila comenzándose a ruborizar. Sabía que muchas personas reaccionarían así.
Esa tarde, Camila estaba frente a una cancha de fútbol, debía comenzar a trotar para hacer calentamiento. En su mente no dejaba de repasar la lista de las comidas que no podía comer y que para ella era una espada atravesando su espalda.
Comenzó a trotar, el amigo de su padre (Tomás) la alentaba para que siguiera, estaba haciendo los ejercicios con ella para que así se sintiera apoyada. Se ahogaba con facilidad y no lograba hacer una vuelta completa, hasta llegó a caerse y rasparse un codo. Tenía ganas de llorar, ¿en realidad era tan débil?
Sandrid, quien no podía creer que Camila había comenzado a hacer ejercicio, se acercó al gimnasio donde ella había empezado a hacer su rutina y la vio haciendo sentadillas al fondo siendo apoyada por el señor Tomás.
—No lo puedo creer —soltó con los ojos muy abiertos.
Mientras, Neyret (la hermana menor de Luis Ángel) hacía su rutina de ejercicio en aquel gimnasio y también quedó sorprendida al ver a Camila allí. Su boca se abrió de impresión al verla, rodó la mirada a Sandrid quien con su expresión le dijo que tampoco lo creía.
Así fue como todos poco a poco se enteraron de la noticia y el primero en molestarla fue Elián.
—¿Cuánto tiempo llevas? Supiste ocultarlo bien, ¿te duelen mucho las piernas? —observó el almuerzo de la joven y soltó una carcajada.
—¿Qué te resulta gracioso? —inquirió Camila con ganas de aventarle el plato de comida en la cara.
—Ya Elián, deja de molestarla —pidió Sandrid.
—Tú antes te comías cinco platos de esos —dijo el joven con una sonrisa desplegada. En sus ojos hubo un brillo—, ¿estás enamorada? Te gusta un chico, por eso estás bajando de peso.
En la mesa hubo un momento de silencio, Sandrid volteó a ver a la chica quien se ruborizó por completo. Elián con su rostro le dijo “sé de quién estás enamorada”, por eso Camila comenzó a alterarse.
—Claro que no, nunca haría esto por algo tan estúpido, no me gusta nadie —replicó Camila.
—No le veo nada de malo el querer cambiar para gustarle a un chico, —opinó Sandrid— me parece que es una buena motivación. Solo que… No, sé que no eres de esas que se enamoran de chicos y cambian por ellos —Sandrid desplegó una sonrisa.
—O tal vez sí —cizañó Elián y desplegó una sonrisa mientras apoyaba sus codos sobre la mesa del comedor.
—Deja de fastidiar Elián, a veces te vuelves insoportable —regañó Sandrid.
En aquel momento llegó Cristian acompañado de Luis Ángel y Eduar, se sentaron a los lados de los chicos y Luis Ángel estaba frente a Camila quien se ruborizó por completo.
—Se me hizo muy raro ver a Camila cambiándose para ir a hacer ejercicio en estas semanas, —soltó Cristian con una risa burlona— es la cosa más extraña que he visto en mi vida, debo aceptarlo. Sabía que me ocultaba algo, pero no sabía qué era, no quería contarlo, pensaba que sería algo malo, pero es bueno que cuide su salud, así no tendré que preocuparme en que el día de su muerte tengamos que llevarla en una grúa —Cristian soltó una carcajada.
—Ay, no seas así de pesado, Cristian —pidió Sandrid. Sus amigos soltaron una carcajada.
—¿Cómo te verás delgada? —preguntó Eduar—, no te reconocería, la verdad. El día que lo hagas te sacaré a bailar, así no me dará miedo que te resbales y me estripes.
Eran las declaraciones más humillantes que había escuchado Camila en su vida; todos pensaban que era muy divertido el tener que oír cómo se burlaban de su físico, pero odiaba estar allí. Camila inclinó su mirada, mientras, Luis Ángel escuchaba todo lo que decían de la joven y sabía muy bien que se estaba sintiendo mal. Aquella chica que anteriormente no se dejaba ofender y que parecía no importarle lo que otros pensaran, ahora se veía vulnerable y pedía a gritos que alguien la ayudara.
—Si yo me burlara de sus malas notas y el que nunca entienden las operaciones matemáticas, ¿a ustedes les agradaría? —dijo de repente Luis Ángel. Todos hicieron silencio.
—¿De qué hablas? —preguntó Elián.
—Se creen con el derecho de criticar y burlarse del peso de Camila solo porque ustedes son delgados. Entonces, yo que entiendo más las matemáticas que ustedes puedo burlarme de su poca capacidad para comprender. Estamos balanceados, así que es justo que yo lo haga, ¿o se enfadarían conmigo si lo hiciera? —explicó Luis Ángel.
—Oye… te estás pasando —bufó Eduar.
—Claro que no, su poca capacidad para comprender no nota que a Camila le hace sentir mal que las personas que dicen ser sus amigos se burlan solo porque tiene más peso que ellos. Hasta el que dice ser su hermano mayor y debe cuidarla se burla de ella. —Dijo Luis Ángel— no puedo soportar ver algo así.
Todos hicieron silencio, Camila sentía que su corazón estaba latiendo muy fuerte y sus manos comenzaron a temblar.
—Lo siento Camila. Solo lo decía en broma, estoy feliz porque quieres cuidar tu salud, en serio, Luis Ángel tiene razón; no debí burlarme de ti —se disculpó Cristian.
—Yo también —Eduar inclinó la mirada.
—Ah… Tranquilos. Sé que solo saben decir burradas —soltó Camila desplegando una sonrisa para romper el momento incómodo.
Luis Ángel había vuelto a rescatarla de un momento incómodo. Si seguía así, nunca iba a superar el sentimiento que tenía por él. “Cálmate Camila, Luis Ángel solo trata de ser amable contigo” pensaba mientras le daba vueltas a la cancha de fútbol. Se dio cuenta que hacer ejercicio cuando estaba estresada le ayudaba a calmarla y no pensar tanto.
—Yo quiero verla hacer ejercicio, debe ser gracioso —le dijo Elián a Eduar cuando estaban en el cuarto haciendo nada.
—Oye, Luis Ángel salió a defenderla de una manera impresionante —soltó Eduar.
—A ese le gusta Camila. Eso te lo aseguro —Elián hizo un sí con su cabeza.
—¿Será? No creo —Eduar se acomodó en la cama.
—Vamos a preguntarle. Seguramente nos dirá si es cierto o no —sugirió Elián.
—Por favor, Luis Ángel es una tumba, ese tipo es tan cerrado que no nos contará nada. —Refutó su primo— seguramente lo sabe su mejor amigo, pero Cristian no nos contará nada tampoco.
—Oye, pero yo sí sé quién le gusta a Camila —soltó Elián con un rostro de astucia.
—Luis Ángel.
—¿Cómo lo sabes?
—Fue tan obvio. Estamos hablando de Luis Ángel en este momento. No sabes guardar secretos —dijo Eduar como si fuera lo más lógico.
Los chicos se acercaron al gimnasio con el pretexto de que harían ejercicio, aunque, en realidad querían ver a Camila ejercitándose. La chica estaba trabajando brazos en aquel momento.
—El tío Tomás la está ayudando. Pobrecita, debe de exigirle mucho. Por eso se ve bastante cansada cuando está en el colegio —soltó Eduar.
—Bueno, su cuerpo está teniendo una nueva rutina. No es fácil —explicó Elián.
Neyret se acercó a los chicos.
—¿Ya vienes a burlarte de Camila? —preguntó Elián.
—No… —soltó ella.
—Como siempre estás burlándote de los demás —refunfuñó Elián.
—Haber, ¿cuál es tu problema conmigo? —inquirió la joven cruzándose de brazos.
—Ay, ya, no vayan a ponerse a discutir ahora. Neyret, vete, no queremos problemas —pidió Eduar.
—Yo no me voy a ir, yo aquí vengo a hacer ejercicio y él es quien quiere discutir conmigo. ¿Cuál es su problema? Yo no puedo acercarme a ustedes porque comienzan a decirme cosas —discutió la joven con una voz bastante seria.
—Porque eres una engreída, te crees superior a los demás y siempre estás diciendo estupideces, bruta —le dijo Elián.
—Mira quien habla de bruto, el que siempre está detrás del trasero de Luis Ángel porque perdería todas las materias si no fuera por él —Neyret soltó una carcajada irónica.
—Neyret, mejor vete, no queremos formar una discusión aquí —pidió Eduar.
—Mejor lárguense ustedes, no tienen nada que hacer aquí —refutó la joven mientras se cruzaba de brazos.
—Vámonos, no perdamos el tiempo hablando con brujas estúpidas como esta —Elián barrió a Neyret de pies a cabeza, algo que le desagradó a la chica por completo.
Neyret entró al baño del gimnasio y soltó un gruñido por la furia que tenía. Para ella era una tortura el estar soportando a aquel grupo todo el tiempo, ni en su casa tenía tranquilidad porque allí también los veía y la calle donde vivía estaba inundada de ellos. Lo peor, su hermano siempre la ignoraba y sus padres estaban tan concentrados en sus trabajos que no le prestaban atención en lo absoluto y cuando estaban en la casa se reunían con sus amigos para fingir que tenían una familia perfecta. Ella se sentía excluida de aquel mundo, siempre trató de ser la chica que no se quejaba de nada y que le daba igual lo que los demás pensaran de ella, al tener un hermano como Luis Ángel y un primo como Eduar, que se comportaban como chicos perfectos, sentía que creaban una gran sombra frente a ella que no la dejaban destacar y por lo mismo trataba de mostrar que también tenía una vida perfecta.
Al llegar a su cuarto y se tiró en la cama a llorar. Se sentía sola, que si se iba del mundo a nadie le importaría.
Neyret, cinco años:
Ella amaba estar en casa de sus bisabuelos, siempre la atendían y le prestaban mucha atención, más el señor Sandoval que la sentaba en sus piernas en un mecedor y le cantaba una canción en un idioma que ella no conocía hasta que se quedaba dormida. Pero a los ocho años ellos murieron, primero su bisabuela y por último el señor Sandoval. La casa la vendieron dos años después y Neyret desde aquel tiempo no volvió a ser la misma.
Siempre sintió que sus abuelos y padres tenían más preferencia por Luis Ángel al ser más inteligente. De hecho, su padre mostraba más preferencia a él, desde pequeño le explicaba cómo se administraban las empresas y cuando él se enfermaba se quedaba todo el día a su lado.
Su tan mala relación con Elián comenzó cuando tenía ocho años. Corría por la casa del niño y dejó caer un jarrón que se veía muy costoso. Se agachó para recogerlo, pero, en el marco de la puerta de la pequeña sala de estar estaba Elián observando todo.
—¿Qué hiciste? —le preguntó el niño acercándose.
Ella al asustarse se cortó las manos al apretar con fuerza lo pedazos filosos que tenía en sus pequeñas manos.
—Por favor, no le digas a nadie —le pidió al soltar el llanto.
—Ese jarrón le gustaba mucho a mi mamá, ¿por qué lo tiraste? —regañó el niño—. Le voy a decir que lo tiraste.
—No… Mis papás me van a regañar si lo haces, no… —suplicó ella.
—Pero si no les digo a quien van a regañar es a mí —explicó él.
—No… —ella se levantó y miró sus manos llena de sangre. Elián se acercó a ella al verla en aquel estado.
—Está bien, no les diré —aceptó—. Pero, ¿cómo les explico que no fui yo?
En aquel momento entró la mamá de Elián junto con la madre de Neyret.
—¿Quién partió el jarrón? —preguntó la mamá de Neyret quien se llamaba Keidys.
Los niños hicieron silencio, las mujeres notaron las manos llenas de sangre de la pequeña.
—¡Dios mío! ¿Intentaste recogerlo? —le preguntó Keidys a la pequeña quien no dejaba de llorar—, ¿tú lo tiraste?
—No… Yo no fui, fue Elián —respondió ella llena de mucho miedo.
—¡Eso no es cierto! —gritó el niño comenzándose a enojar, sus padres eran muy estrictos con él porque tenía fama de ser travieso.
—¡Sí es cierto, me dijiste que te ayudara a recogerlo para que tu mamá no te regañara! —gritó Neyret.
—¡¿Por qué Elián?! —regañó su mamá quien se llamaba Alejandra.
—No… Yo no fui, ella lo tiró, me dijo que no te dijera porque la iban a regañar, yo no fui —insistió el niño con miedo soltando el llanto. Se acercó a la mujer y empezó a suplicarle.
—¡Deja de decir mentiras! —le dio una palmada en las manos—, ¡mira como volviste las manos de Neyret!
—¡Yo no fui, en serio, no fui yo! —insistía el niño.
Alejandra lo sacó de la pequeña sala de estar tomado de una mano, lo llevó a la principal donde estaba el papá del niño quien comenzó a regañarlo bastante fuerte. Neyret quedó abrazando a su mamá quien la tomó en brazos para llevarla corriendo a la sala principal donde todos al verle las manos llenas de sangre se asustaron. Elián siempre recordó ese día, fue la primera vez que sus padres lo golpearon, bueno, la única vez que lo hicieron, y lo peor, por algo que él no había hecho. Así que odió a Neyret y les dijo a todos sus amigos lo que ella había hecho, y claro, a él sí le creyeron.
Así que todo salió a la luz y Neyret fue castigada. La niña quedó con una mala imagen, que, para la edad que tenía, la marcó mucho. Elián nunca perdonó que por la culpa de ella le hubieran pegado y se volvió costumbre el tratarla mal cada vez que estaba cerca de ella. En pocas palabras, Elián conoció lo que era tenerle rencor a alguien.
Actualidad:
Neyret estaba sumergida en la tina de su baño, se le había vuelto un rito para ella el aguantar la respiración debajo del agua al bañarse. Pero aquella vez quería quedarse allí, de hecho, eso era lo que iba a hacer. Su vientre tenía toda una gran colección de pastillas que había guardado por varios meses, el piso del baño estaba regado con pastillas y los potes que había vaciado de estas en su estómago.
La tina se llenaba cada vez más de agua y comenzaba a llegar a su límite, así como la respiración de la joven. En su mente se procesaban una y otra vez los gritos que había recibido, la muerte de sus bisabuelos, las noches llenas de soledad y los rechazos de quienes la rodeaban.
—¿Dónde dejaste mis llaves, Luis Ángel? —preguntó Elián buscando por todo el cuarto del muchacho. Observó su celular por un momento, le impacientaba que su amigo fuera tan relajado a la hora de explicar dónde estaban las cosas.
—¿Cómo quieres que te diga si yo no vi dónde las dejaste? —inquirió Luis Ángel por la llamada.
—¡Ay…! ¡Me estresas! —Elián colgó, tiró el celular sobre la cama y quedó reparando el cuarto.
Salió mirando hasta el más mínimo detalle por el pasillo buscando sus llaves, ¿dónde se habían caído?, empezó a abrir los cuartos para revisar. “¿Será que Neyret sabe dónde están?” pensó. Tocó a la puerta de la habitación de la muchacha, pero nadie abría.
—¿No está? —se preguntó. Abrió la puerta y entró.
Al no verla comenzó a buscar por el cuarto, tal vez estarían por allí, sabía que era imposible, pero con buscar no perdería nada. Escuchó el sonido del agua cayendo cuando estaba cerca de la puerta del baño, al inclinar la mirada vio el agua salir. Quedó bastante dudoso, tocó a la puerta creyendo que la chica se estaba bañando de manera exagerada y por eso se estaba saliendo el agua, pero nadie contestaba.
—Neyret, Neyret —llamó.
Decidió abrir, al ver todas aquellas pastillas regadas se asustó, rodó la mirada por todo el baño, se acercó a la tina y al ver a Neyret inconsciente dentro de ella solo pudo tener un impulso, sacarla.
—¡Neyret! —gritó mientras le golpeaba las mejillas para que respondiera— ¡AYUDA!, ¡AUXILIO! —gritó con desesperación.
La sacó de la tina y la acostó en el piso, ¿qué podía hacer? Con solo ver todas las pastillas regadas y los potes de estos vacíos sabía que ella intentó suicidarse. Era una bomba de tiempo, no podía correr a pedir ayuda, debía de poner en práctica lo que le habían enseñado.
Comenzó a darle primeros auxilios, soltó el llanto mientras trataba de hacerla volver en sí. Neyret comenzó a botar el agua de sus pulmones, con dificultad abrió los ojos.
—¡¿Qué hiciste?! —le gritó Elián alterado—, ¡Vomita las pastillas, rápido!
Sabía que tenía tiempo, ella todavía no había digerido el medicamento. La tomó por la espalda y le sumergió un debo en la boca, rápidamente Neyret comenzó a vomitar. Elián no había procesado que la joven estaba desnuda, tampoco le importaba en ese momento, solo quería salvarle la vida.