Massimo
Estoy teniendo una pesadilla mientras duermo.
Revivo ese terrible momento en el que estuve al borde de la muerte. Sí, yo mismo fui el que planeó ese atentado para deshacerme de aquellos que me estaban traicionando, pero no se supone que yo iba a salir vivo de ahí.
Yo era el Don, el gran capo de La Capitalena, la organización delictiva que lideraba todos los movimientos de la mafia italiana. Sin mis órdenes, nadie podía mover un dedo. La Cosa Nostra, la Camorra, la 'Ndrangheta y la Sacra Corona Unita actuaban bajo mi mando, pero todos se me volvieron en contra.
Es difícil de creer que aquellos que supuestamente trabajaban para mí y habían acordado respetar las fronteras comerciales, se hubieran unido en mi contra para destruirme.
En el momento del atentado, estaba dispuesto a dar mi vida con tal de que mis hijos pudieran escapar de Italia y comenzar una nueva vida. El Vaticano fue el escenario de aquel caos en llamas, sin embargo, en el último momento, logré escapar de aquel infierno y traer a mis hijos a Colombia, en busca de una oportunidad para empezar de nuevo.
Me despierto de golpe, quedando sentado en la cama, completamente sudado. Esa pesadilla me atormenta todas las noches, pero también me recuerda la importancia de proteger a mi familia y salvaguardar nuestro futuro. Aunque los hechos del pasado me persiguen, estoy decidido a construir una vida mejor para mis hijos y dejar atrás el pasado turbulento que nos ha perseguido.
La decisión de venir a Colombia no fue fácil, pero es un lugar donde puedo empezar de cero y darles a mis hijos una oportunidad de crecer lejos de la sombra de la traición y la violencia. Aquí, en nuestro nuevo hogar, espero encontrar la redención y la tranquilidad que tanto anhelo.
Salgo de mi habitación envuelto en una fina bata, sumergido en la penumbra de la casa. En uno de los pasillos, mis ojos se posan en el cuadro que adorna una de las paredes: la icónica Mona Lisa, el original de la obra maestra de Leonardo da Vinci. Es una de las preciosas reliquias que han perdurado en la dinastía Mancini a lo largo de las generaciones, y ahora se encuentra bajo mi cuidado.
Contemplo con reverencia el retrato de esa mujer enigmática. Detrás de ese misterioso rostro, se encuentra una historia fascinante. La mujer retratada por el célebre pintor no es otra que una Mancini, una de mis antepasadas.
La belleza extraordinaria de mi ancestro cautivó a Da Vinci de tal manera que decidió ocultar su verdadero esplendor, dejando solo rastros sutiles en su enigmática sonrisa y mirada.
Cada vez que contemplo el cuadro de La Gioconda, me transporto a ese pasado lleno de misterio y encanto. Siento una conexión especial con esa mujer retratada, una conexión que trasciende el tiempo y las generaciones. Me maravillo al pensar en la pasión y el amor que inspiró el pincel de Da Vinci, en su intento por capturar la esencia de la belleza Mancini en un lienzo.
Esta reliquia es un recordatorio de mis raíces, de la nobleza y grandeza que ha caracterizado a la dinastía Mancini. En momentos de incertidumbre y desafíos, el cuadro de La Gioconda me brinda fuerza y determinación. Es un símbolo de la capacidad de resistencia de nuestra familia, de nuestro legado que ha perdurado a lo largo de los siglos.
Con cada paso que doy en mi nueva casa, el retrato de La Gioconda me recuerda que, al igual que mi ancestro retratado en esa obra maestra, debo ocultar mis verdaderos pensamientos y emociones detrás de una fachada enigmática. La astucia y la inteligencia son armas poderosas en este juego de poder en el que estoy inmerso.
Envolviéndome en el misterio y la majestuosidad de la Mona Lisa, continúo mi camino por los pasillos de esta casa que alberga nuestra historia y nuestros secretos. La presencia de este cuadro me impulsa a seguir adelante, a enfrentar los desafíos que se presentan en mi camino y a luchar por proteger a mi familia y a nuestro legado.
Recorro con pasos silenciosos las habitaciones de mis hijos. Todos están en casa, incluso aquellos que ya no viven conmigo, pues están de vacaciones y han decidido pasar este tiempo juntos. Es reconfortante verlos aquí, reunidos bajo el mismo techo.
Me acerco primero a la habitación de mi pequeña Antonella. La encuentro durmiendo plácidamente en su cama de princesa, abrazando a su querido unicornio de peluche. Mi corazón se llena de ternura al contemplarla. Antonella es mi única hija entre tantos hijos varones, y su nacimiento fue el motivo por el cual decidí abandonar mi pasado como mafioso y buscar una nueva vida en tierras latinoamericanas.
Continúo mi recorrido y llego a la habitación de mis hijos gemelos, Gianluigi y Lorenzo. Ambos duermen profundamente en posturas chistosas, con los pies asomando fuera de la cama, como si fueran ranas en un laboratorio a punto de ser disecadas. Una risa se escapa de mis labios al observar su peculiar posición. Son momentos como estos los que me recuerdan la alegría y la vitalidad que traen consigo mis hijos.
Avanzo hacia la habitación de Vicenzo, mi hijo de 27 años que se desempeñó como militar en Italia y en Francia. No me sorprende encontrar la puerta cerrada con seguro, haciendo respetar su privacidad. Sé que Vicenzo valora su espacio y siempre ha sido alguien reservado. Le doy su espacio y continúo mi recorrido.
Finalmente, llego a la habitación donde Luciano, mi hijo mayor, suele descansar cuando viene de visita. Me encuentro con una escena conmovedora: Luciano y Santino, abrazados mientras duermen, recordándome aquellos tiempos en los que eran pequeños. Una oleada de nostalgia y melancolía me invade al ver lo mucho que han crecido mis hijos mayores. Me enorgullece ver cómo han evolucionado y cómo han forjado sus propios caminos en la vida.
Y aunque siento que he cumplido mi deber como padre y he brindado a mis hijos la mejor educación y oportunidades, también soy consciente de que tal vez les haya faltado la figura materna en sus vidas. A veces, me pregunto si hubiera sido más fácil para ellos si hubieran tenido a una madre presente, alguien que les brindara amor incondicional y apoyo emocional. Sin embargo, hago todo lo posible para llenar ese vacío y brindarles mi amor paterno en cada momento que comparto con ellos.
Mientras regreso a mi habitación, con el corazón lleno de amor y gratitud, me doy cuenta de que, aunque puede haber cosas que no puedo cambiar en el pasado, puedo seguir esforzándome por ser el mejor padre posible para mis hijos. Y tal vez, algún día, encuentre a alguien que pueda complementar nuestras vidas y llenar ese espacio maternal que se ha dejado vacío por tanto tiempo.