Martha
Llego exhausta del trabajo después de un arduo día y, con cada paso que doy hacia el baño para darme una ducha antes de cenar, siento cómo mis pies apenas responden a mis órdenes. El cansancio se apodera de mi cuerpo y la necesidad de descanso se vuelve imperiosa.
No alcanzo a meterme al baño, cuando escucho a mi hija Sofía gritar desde su habitación:
—¡No puede ser!
Me acerco a su habitación para ver qué está sucediendo, y entonces veo a mi hija menor mirar algo en su celular, con una mano en la boca y totalmente en shock.
—¿Qué ocurre? —le pregunto, preocupada.
—¡Prende la TV! ¡Han hecho un atentado en el Vaticano!
Mis nervios se alborotan, ya que mi hija mayor, Daniela, está en Italia.
Con manos temblorosas, enciendo el televisor de mi habitación y quedo atónita al ver las imágenes que inundan todos los canales de noticias. El atentado ha ocurrido en plena madrugada en Italia, y al parecer, el Papa, los cardenales y diversas personalidades importantes de la política italiana se encontraban en su interior, todos ellos fallecidos en el trágico suceso.
Mi mente se niega a creerlo. El Vaticano, un lugar tan sagrado y fuertemente custodiado, ¿cómo es posible que alguien pudiera causarle daño? ¿Quién podría tener motivos para cometer semejante atrocidad?
Un escalofrío recorre mi espalda mientras intento asimilar la magnitud de la tragedia. Mis pensamientos se vuelven caóticos, llenos de preguntas sin respuesta. ¿Por qué alguien haría algo así? ¿Qué motivos podrían llevar a alguien a atacar un lugar tan sagrado y a personas tan venerables? El mundo parece haberse vuelto del revés en un abrir y cerrar de ojos, y una incertidumbre desgarradora se apodera de mi corazón.
—...uno de los fallecidos de los que se tiene registro hasta el momento por las autoridades italianas, es el exsenador Massimo Mancini, de 49 años de edad —habla la reportera —. Se cree que Mancini se encontraba en el Vaticano participando en una subasta de una valiosa pintura.
Permanezco en silencio mientras escucho a la reportera da un resumen de la vida de ese hombre. No estoy familiarizada con el nombre de Massimo Mancini, ya que no sigo de cerca la farándula internacional. Sin embargo, recuerdo haber oído mencionar a dos de sus hijos en algún momento. Uno de ellos es piloto de Fórmula 1, mientras que el otro es conocido a nivel internacional por ser considerado el hombre más hermoso del mundo, y ha estado viviendo aquí en Colombia durante los últimos meses, en el importante cargo de embajador de Italia.
En la pantalla, veo la fotografía de Massimo Mancini y no puedo evitar notar su atractivo. Sus ojos azules como el cielo parecen los de un ángel, pero el resto de su rostro transmite una sensación de maldad. Es como si la oscuridad se manifestara a través de sus rasgos mediterráneos.
Mientras el noticiero continúa hablando sobre él y atribuyéndole crímenes atroces al ser el gran capo de la mafia italiana, no puedo evitar pensar que es una lástima que alguien con una apariencia tan cautivadora hubiera sido tan malvado. Eso me recuerda que, aunque la belleza exterior puede atraer y fascinar, es importante recordar que la verdadera belleza se encuentra en las acciones y en la bondad del corazón. La historia de este Mancini es un recordatorio de que no debemos dejarnos engañar por las apariencias y que las acciones tienen consecuencias inevitables.
—Lamentablemente, la muerte de Massimo Mancini ha dejado huérfanos a sus seis hijos, tres de ellos siendo todavía menores de edad, y la menor de ellos, tan solo una niña de tres años.
Me embarga una profunda tristeza al escuchar las palabras de la reportera. La noticia de que Massimo Mancini ha dejado huérfanos a seis jóvenes, tres de ellos tan solo unos pequeñines, resuena en lo más profundo de mi ser. Imaginar a esos pequeños enfrentando la pérdida de su padre y teniendo que lidiar con las consecuencias de sus acciones me parte el corazón.
Esos pequeños, inocentes y vulnerables, ahora tendrán que enfrentar un futuro incierto y cargar con el peso de la ausencia de su padre. Siento una profunda compasión por ellos y por el difícil camino que les espera. La vida puede ser tan injusta a veces, llevándose a seres queridos y dejando a otros con el dolor y la responsabilidad de reconstruir sus vidas.