—Teníamos un colegio en el norte —dijo Stapleton—. Para una persona de mi temperamento, el trabajo era mecánico y carente de interés, pero me encantaba tener el privilegio de vivir con los jóvenes, de ayudarlos a moldear sus inteligencias no maduras y de imprimirles mi propio carácter e ideales. Sin embargo, el destino se mostró adverso con nosotros. En el colegio cundió una grave epidemia y murieron tres de los muchachos; la institución jamás se recuperó del golpe y buena parte de mi capital desapareció irreparablemente. Y, a pesar de todo, si no hubiera sido por la pérdida de la encantadora presencia de los chicos, hubiese podido alegrarme de mi propia desgracia, ya que aquí encuentro un campo ilimitado para mis aficiones en el terreno de la botánica y la zoología; y mi hermana es tan af