—Por favor, señor Lopel, entienda, no tengo ahora ese dinero.
—¡Es algo desesperado! ¡Por favor, niña, ayúdame, mi hijo, mi amado Leonel no me quiere! Él tiene toda la razón, nunca fui un buen padre, lo destruí, lo decepcioné, pero, esto es un acto desesperado, créeme, no lo pido para mí, ¡Ayúdame! Esto es un favor de amor.
Esas palabras sacudieron la conciencia de la joven, ella tomó sus manos, miró esos ojos del mismo azul celeste de su amado Leonel, aunque en Lopel ahora se veían amarillentos
—¡Voy a conseguir el dinero!
—¡Esto es urgente, Savannah!
—Mañana mismo, traeré los cincuenta mil euros, aquí estaré, lo juro —dijo con gran seguridad
—¿A qué hora?
—A esta misma hora —aseveró
El hombre asintió, y se marchó.
Cuando Leonel volvió a casa, presentó a ambos nuevos empleados,
