El regreso.
San Diego, Texas.
—¡Maria es fea, fea! —añaden al unísono un grupo de niños.
—Mira, su papá siempre la peina con trenzas…—añade otra niña haciendo llorar a la pequeña. —Sus vestidos son tan feos, y aburridos que solo se los pone ella.
—¡Ya no más! —se tapa las orejas —no, no soy fea, mis vestidos son bonitos —musita para sí misma y llora desesperada.
Maria está tan ensimismada que no se ha dado cuenta de que los murmullos se han acabado, ya no la molestan y los niños que lo hacían se han ido espantados, es entonces que siente un par de manos sobre las suyas, abre los ojos y se da cuenta de que no está sola, sonríe moviendo su nariz y se lanza a los brazos de su salvador.
—¡Rodrigo! —dice con un marcado acento campesino —me salvaste.
—No me gusta que también a ti te molesten, —le limpia las lágrimas —no les hagas caso, tú eres bonita y tus trenzas también —añade con una sonrisa que logra conmoverla —te ves bien con tus vestidos.
—Pero ellos han dicho que no, mi tata se va a enojar cuando vea como me he ensuciado el vestido por cubrirme de ellos —baja la mirada a su vestido cubierto de tierra.
—No pasa nada, le diremos que estábamos jugando y sin darnos cuenta nos caímos —ella asiente —anda, debemos irnos. Sé que tu tata no demora en venir por ti y debes limpiarte la cara.
Desde ese momento Rodrigo y Maria se volvieron inseparables, a pesar de ser la hija de un jornalero y él hijo del dueño se convirtieron en amigos, pues aquella niña se encargaba de alegrar sus días con pequeños detalles, Rodrigo la convenció de ser una hermosa niña con lo cual por esa época se pegaba a él y él a ella como salvavidas en sus respectivos "infiernos", Rodrigo sonríe ya que a pesar de que la niña es hija de Jose Maria Aguirre y tener tan solo ocho años es de las pocas personas que consigue hacerlo sonreír, sabe que dentro de poco deberá irse al internado militar y lo más probable es que después de eso no se vuelvan a ver.
Años después…
Rodrigo Castro se ha convertido en un joven de 27 años, abandonado por su madre y con un padre alcohólico, en ese punto de su vida siente que no hay una constante más que la soledad detrás de relaciones que no le aportan nada, es amante de los caballos y es por ello que siempre que tiene oportunidad va a las carreras. Esta vez acude a una ya que es la primera vez después de años de ausencia.
Al salir de la carrera se va para su rancho, quiere tomar por sorpresa a su padre y no darle tregua a nada, y menos cuando acaba de confirmar lo mucho que extrañaba a su pueblo y su gente, especialmente cierta niña que solía alegrar sus días cuando su padre lo hacía sentirse inferior solo por no seguir sus pasos.
Rodrigo se siente ajeno y no es para menos, ha sido más de una década de vivir en los Ángeles después de ser enviado allí al ser dado de baja en la armada de los Estados Unidos, en donde paradójicamente ya no se sentía que pertenecía, y decidió emprender su propio negocio. Una vez más se pregunta qué habrá sido de la vida de aquella niña que vivía en rancho y sí tal vez ahora es una mujer casada, cosa que no le asombraría pues ello es común en esa zona del país, especialmente por el machismo que hay.
Sin poder evitarlo saca una botella y antes de poder pensar en nada más da un sorbo, sintiendo el líquido bajar por su garganta ya que últimamente es lo único que hace para olvidar los malos ratos que ha pasado en su vida. Tiene la sensación de estar por vivir algo muy importante para su vida.
Al entrar a la casa se encuentra con una joven que la limpia, parece tan ensimismada que no se ha percatado de su presencia y la verdad es que poco le importa pues él solo está de paso. Se encoge de hombros sin dejar de seguir cada movimiento de la joven y detallando algunas cosas de ella antes de que se de cuenta de su presencia y pierda el encanto. La joven tiene dos trenzas perfectamente peinadas a cada lado de su rostro con un vestido blanco muy sencillo y sandalias lo que sugiere humildad en ella, la joven levanta la mirada para encontrarse siendo observada de una manera que para ella es desconocida, y en respuesta no puede evitar sonrojarse captando así completamente la atención de quien la mira, deja de canturrear quedando estática a la espera de alguna acción por parte de aquel extraño o está dispuesta a echarse a correr.
—¿Y usted quién es? —inquiere al ver que aquel hombre no le dice nada, habla con gran acento campesino lo cual logra sacar una sonrisa disimulada de Rodrigo al recordar su manera de hablar.
—¿Cómo qué quién soy? —se cruza de brazos dejando sus maletas a un lado, recorre su figura y traga saliva a pesar de no ser ningún muchacho inexperto se siente como tal. —Soy el dueño de este rancho —habla con gran satisfacción al ver que la ha dejado perpleja, sonríe descaradamente a la espera de alguna respuesta de su parte.
—¡María! —la llama su tata como le dice cariñosamente —Maria te he dicho que no hables con desconocidos - parece regañarla, ella baja la cabeza y traga saliva pues aquel joven empezaba a gustarle o bueno a atraerle, pero aquella interrupción y regaño la hacen sentirse como una niñita.
—No soy un desconocido, soy el dueño de todo esto… —sonríe al ver las caras que hacen padre e hija.
—Niño Rodrigo —saluda el mayor cambiando el semblante, mientras Maria sonríe disimuladamente al reconocer quien es.
—Él mismo que viste y calza —se ríe en respuesta y no puede evitar sentirse nervioso al salir del tema. —¿Dónde está mi papá?.
—Debe estar donde el juancho —habla con un tono de voz que logra divertir a Rodrigo quien reconoce que a pesar de qué él cambió en algunos aspectos, en el pasado hablaba como ellos, se da cuenta de que cambió mucho y ya no es quien solía ser.
—Tú debes ser Maria ¿verdad? —pregunta cambiando una vez más él tema, la joven asiente ruborizándose cuando lo ve acercarse. —Dijiste que siempre me esperarías ¿acaso lo cumpliste y por eso estás aquí? —Maria empieza a recordar ciertas promesas que hicieron cuando eran unos niños, bueno ella más que él pues solo tenía cinco o seis años en esa época.