Capitulo 8

1646 Words
—¿Qué hace usted aquí? —preguntó, mirándolo con los ojos abiertos de par en par. Eran grises, ya no tenía ninguna duda. ¿Cómo no se había dado cuenta? Era un hombre observador. —Tranquila, no voy a decirle a nadie que lo que acabas de robar puede estar valorado en cien dólares. Megan volvió a ruborizarse. Le hizo gracia su reacción. Habría sido imposible cazarla en un momento de debilidad en la oficina, tanto que parecía una mujer distinta. No solo porque estuviera asustada, inquieta y cabreada, todo lo expresiva que no era en el trabajo, sino por el interesante vestido que se había puesto para sorprender a su cita. —N-no acostumbro a coger lo que no es mío, esto ha sido s-solo porque… estaba mosqueada porque llevo c-cincuenta minutos esperando, y valoro mmuchísimo mi tiempo. Ni siquiera me han ofrecido pan —espetó, mirando con el ceño fruncido a la pared. Por lo visto, cualquier cosa era más atractiva que el propio Marcus , repantigado en la silla como amo y señor del universo y la situación. ¿Quién decía que no lo fuera?—. Espero que no haya detector de metales a la salida. —Solo hay un hombre muy desagradable que no sabe que el cliente siempre tiene la razón, pero no te preocupes. Yo mataré encargados de restaurante por ti. Megan no se rio. Nada fuera de lo común. Cuando entró en Lawfield Abogados, Marcus intentó hacer buenas migas con ella con su humor de siempre, pero ella no se molestó en aportar una sola carcajada. Era de esas estiradas aburridas que pensaban que afrontar el trabajo con cara de palo daría mejores resultados, cuando en su humilde opinión —que era la mejor opinión—, decir los Buenos días, mundo de Rosana con una sonrisa ya era un beneficio en sí mismo. —No sé cómo es posible que esté aquí —le interrumpió ella—, p-pero estaba a punto de irme porque mi… amiga al final no ha podido venir, y no soy ninguna fan de comer sola en público, así que… Me alegro de verle y felicito su buen gusto eligiendo restaurantes, pero me vuelvo a casa. —¿En serio? ¿Después de cincuenta minutos esperando y una excusa pelirroja tan sexy no te vas a dar el festín de tu vida? Y no me digas que tu amiga te ha dejado tirada. Debe ser una muy mala amiga, además de una amiga con placa de Policía y cola entre las piernas. Megan apretó los labios y se envaró, muy ofendida porque la hubiera descubierto. —No sé de qué me estás hablando. —Los dos sabemos de lo que hablo, y no voy a permitir que me quites ese placer, porque normalmente ni yo sé lo que digo ni lo sabe el que me escucha. No sé si te habrás dado cuenta de que hablo muy rápido y me enredo a menudo. —Sonrió ampliamente al ver que se sonrojaba otra vez—. ¡Pero bueno!, los distribuidores del rubor deben estar forrándose esta noche; mañana sus acciones subirán en bolsa gracias a la señorita Klein . —No tengo tiempo para esto —insistió, ciñéndose el bolso al hombro. Marcus comprendió en su lenguaje corporal que no tenía ninguna prisa por irse. Le intrigó descubrir por qué. —Pero has tenido tiempo para esperar a tu cita, así que… ¿por qué no te sientas? Te aseguro que las noches conmigo son inolvidables sin importar el escenario. —No pretendo compartir otro escenario con usted que el laboral. Es mi jefe y está mal a todos los efectos que estemos en la misma mesa en un restaurante. ¿Qué pensaría la gente si nos viera? —Depende. Con «nos viera», ¿incluyes el momento del robo? Porque en ese caso el adjetivo que te pondrían estaría muy claro. En cuanto a mí, pensarían que soy un tipo guapísimo. —Ya le digo que yo nunca robo, ha sido un… impulso. Y no me atrevo a sacarlo ahora, delante de todos, por si llaman a la Policía. —Yo también digo esa frase para mí mismo muchas veces en momentos de necesidad —dijo sin poder resistirse. Verla ruborizarse otra vez le retorció el estómago. Estaba a punto de reírse—. Vamos, siéntate y saca el vino. Estabas aquí porque querías una cita, y obviamente tú y yo no nos llamaremos así por todo el tema de la profesionalidad, pero hasta donde entiendo no nos pueden denunciar por comer en la misma mesa. —Usted no es mi cita… —Parpadeó una vez y acabó mirándolo con los ojos entornados—. Espere… ¿lo es? ¿Ha estado riéndose de mí fingiendo ser otra persona en la web de citas? Porque no me sorprendería. Usted solo encuentra diversión mofándose de los demás. Lo que no entiendo es cómo ha podido llevarlo tan lejos. —Conque ese es tu problema —comentó, con ojos brillantes. Acababa de ver el sol salir—. Te caigo mal porque crees que me río de ti cuando yo solo intento reírme contigo. »Espera, sigamos un orden: no, no soy tu cita. No, no estaba fingiendo ser otra persona. Soy Marcus Bennett y esto no es Jackass, y tampoco visito webs de citas, pero visto que alguien no ha querido venir a verte, ocupo su puesto. Tu amiga, ¿no? —Se regodeó. —¿Y dice que no se está riendo de mí ahora? Me voy. —O te sientas o te despido. Megan abrió la boca de pura incredulidad. —¿Va a obligarme a…? —Si quisieras irte, lo habrías hecho hace seis minutos. Pero sigues aquí por un motivo. Un motivo muy pelirrojo —aportó. —Eres un engreído. —¡Un engreído de treinta y cinco años, por fin…! —aplaudió—. Celebro que me tutees. Me salen canas cada vez que usas el trato cortés, sobre todo cuando estás borracha. —No estoy borracha. —Ah, ¿no? ¿Y cuántos dedos tengo? —Veinte. Cinco en cada mano y cinco en cada pie. Marcus sonrió, momento que Megan aprovechó para sentarse muy dignamente en la silla. Dejó el bolso entre sus piernas, inclinándose lo suficiente para que Marcus apreciara sin esfuerzo lo que el escote del vestido apenas lograba contener. Nunca imaginó que se las vería en persona con las lolas de Christina Hendricks. Marcus se preguntó cómo era posible que estuviera tan histérica. No se consideraba un tío lo bastante intimidante para procurar esa reacción en alguien. Megan debía tener muy interiorizado que al jefe se le trataba con respeto y cortesía distante. —Bueno, supongo que ya habrá hablado con los clientes del caso de Cherry’s para… —¿Era eso lo que planeabas para tu cita? —preguntó, apoyando los codos sobre la mesa—. ¿Hacerle preguntas sobre el trabajo? —No, pero mi cita no ha aparecido, así que improviso. —Pues improvisas muy mal. A un abogado normal no le gusta que le agobien con trabajo en su tiempo libre. —No sabía que fueras abogado. Por ahora eres un desconocido que quiere cenar conmigo. —¿Y no tienes nada mejor para entretener a un desconocido que quiere cenar contigo? —Interpretó el silencio como le pareció—. Comprendo, querías pasar rápido a la acción. Megan lo fulminó con la mirada. Eso ya le gustaba algo más. No sabía qué le pasaba con las mujeres con carácter, pero le encantaba que lo tratasen con la punta del pie y lo abofetearan si encartase. A Megan no se la imaginaba cantándole las cuarenta a voz en grito, pero eso ya era un avance. ¿Quería avanzar con ella? No. ¿Era importante para él esa cena? No, ni siquiera se había propuesto hacer del momento algo especial. No obstante, nunca perdía una oportunidad. —De hecho, había traído conmigo unas… tarjetas. —¿Tarjetas? Aún queda mucho para Navidad. —¿Quién manda ese tipo de tarjetas hoy en día? —preguntó en voz baja—. Me refería a tarjetas con temas de conversación. —Me alegra que lo especifiques. Ya estaba imaginándome el taco de la Caja de Comunidad del Monopoly. Megan puso los ojos en blanco. Oh, vamos, ¿por qué no se reía? ¿Qué hacía falta para lograrlo? —Soy pésima jugando al Monopoly, e igual intimando. Busqué en Internet qué es lo típico que se pregunta a alguien que conoces por Internet y… Es que no suelo hacer esto. —¿Salir con amigas, dices? Megan hizo una mueca cómica. —Vale, vale, sorpréndeme. ¿Qué contienen esas tarjetitas que llevas ahí? Hazme una pregunta. Pero que sea de desarrollo, el tipo test siempre se me ha dado mal. —No puedo imaginarme por qué sintetizar no sería tu mejor talento. —Le oyó decir por lo bajo—. Son preguntas básicas. Edad, trabajo, aficiones, eh… Hay algo sobre familia, si le gusta viajar… —¿En serio? Las preguntas del Trivial están muchísimo mejor que esas. —Buenas noches —interrumpió el camarero con una sonrisa—. ¿Han decidido ya qué van a tomar? Marcus cazó la carta y echó una ojeada rápida. —Por mi parte está claro. El rodaballo con ajo n***o, rosbif con Yorkshire pudding y salsa Robert. El pollo cocido a la cazuela con riesling también lo probaré. La ensalada césar de entrante y como postre me quedaré con el crumble especiado de manzana y uvas, la tarta de fresones con infusión de rosas y violetas y… La ensalada de fruta osmotizada, que hay que mantener la línea. ¿Y tú, Meg ? Ella lo miraba como si hubiese dicho una barbaridad.
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