CAPÍTULO TRECE Rómulo iba por el polvoriento camino mientras salía el sol, con una docena de sus soldados siguiéndolo, abriéndose paso a través del desierto, hacia el Cañón. Él agarró su manto mientras cabalgaban, ansioso por ponerlo a prueba. El sacrificio de la noche anterior había sido un éxito y Rómulo se sintió satisfecho de haber apaciguado al dios de la guerra. Cruzaría el Cañón, eso es lo que sabía. Su corazón latía con entusiasmo mientras se imaginaba la expresión de Andrónico cuando viera a Rómulo, dentro del Anillo, metiendo una espada en su columna vertebral. La Travesía del Este finalmente apareció a la vista, un puente que cruzaba un gran cañón, una gran división en la tierra, mayor que cualquier cosa que Rómulo hubiera visto. Los remolinos de bruma se elevaban alrededor,