A la una y cinco en punto, salí de mi habitación y agradecí que Ian me explicara lo de las escaleras, porque tenía tres pasillos ante mí, los que no había visto antes porque iba acompañada del mayordomo. Bajé las escaleras y, tal como me había dicho, Ian ya se encontraba allí. Debo admitir que fue una sensación extraña, me sentí como Rose cuando bajó las escaleras para encontrarse con Jack en Titanic. Casi pude verme con un vestido antiguo…
Ian me hizo tomarlo del brazo y así me llevó hasta un enorme comedor donde ya estaba instalado Edward y puestos los cientos de cubiertos y copas y vasos que se utilizan en cenas de gala. Solo de pensar que yo no sabía las normas de etiqueta en la realeza, me flaquearon las piernas. Ian me sostuvo muy bien.
―Tranquila, todo estará bien ―me susurró con dulzura.
Edward abrió mi silla para que me sentara. Me sentía tan fuera de lugar como una flor de plástico en una florería elegante.
―¿Se instaló bien? ―me preguntó mi jefe con interés.
―Me instalaron, querrá decir ―contesté un poco más ruda de lo que pretendía―. Sí, muchas gracias.
El señor Mansfield se veía mucho más relajado que en la oficina y sonrió divertido ante mi respuesta.
―¿Le agradó su habitación?
―Mucho, es muy grande y bella, la verdad es que no esperaba encontrar algo así, creí que...
―¿Sería un cuarto de sirviente? ―me preguntó como si hubiese leído mis pensamientos―. Usted es mi invitada, sé que es mucho lo que pido, por eso espero que se sienta lo más cómoda posible.
―No soy una invitada, señor Mansfield, soy una empleada, de todas formas, muchas gracias, es usted muy amable, demasiado, yo no...
―¿Preferiría irse a un cuarto de servicio? ―me interrumpió.
―No... ―respondí apresurada y él ensanchó un poco más su sonrisa.
―Entonces, no hay nada que discutir.
―Lo siento, señor Mansfield, no quiero parecer malagradecida.
―No lo pienso. Por favor, solo Edward, pasaremos mucho tiempo juntos y las formalidades no ayudan a la comunicación, deberíamos tutearnos, mi exasistente y yo nos teníamos mucha confianza.
―Supongo que a ella la conocía mucho tiempo también.
―Desde el inicio fuimos informales.
―Bueno, como quiera.
Él me miró con suspicacia.
―Como quieras ―corregí.
―Así está mejor. Y dime, ¿cómo es tu vida fuera de aquí?
―Sinceramente, no tenía mucha vida social. Mis padres viven a un montón de kilómetros y solo los veo cada dos o tres años, yo tengo que ir, ellos jamás vienen. No tengo amigos, solo compañeros de trabajo. Soy lo que se llama una nerd con todas sus letras.
―No creo que seas nerd, solitaria tal vez.
―Sí, si soy sincera, no me gusta mucho la gente, prefiero mi soledad ―respondí sin pensar, me arrepentí enseguida, no podía estar contando mi vida como si nada, por muy jefe que fuera.
―Aquí hay bastante gente, pero nadie te molestará.
―¿Y usted? ¿No hay una señora Mansfield?
―¿Usted?
―Tú, ¿no tienes esposa?
―No, nunca he tenido tiempo para eso, mi vida ha sido trabajar y viajar, viajar y trabajar. Nada fuera de lo común para un empresario como yo.
―¿De verdad? ¿Pareja?
―Hace mucho que no tengo a nadie a mi lado.
―¿Y nunca te has interesado en formar una familia?
―Claro que sí, pero no he tenido la oportunidad.
―A veces las oportunidades uno debe buscarlas.
Edward me regaló una espléndida sonrisa.
―Creo que no he querido buscar la oportunidad. Prefiero mi soltería, la mujer que esté a mi lado tendría que ser muy especial y es muy difícil saber si están conmigo por el dinero o por amor. Además, dudo que le guste estar al lado de un hombre tan ocupado.
―Sí, eso es verdad.
―Y tú, ¿has tenido novios, esposo?
―No ―contesté algo avergonzada―, no he sido de lo más popular.
―¿Y eso? Eres una chica linda, supongo que los hombres caen rendidos a tus pies.
―No, he sido más bien invisible. Si he tenido algún pretendiente, yo no me he enterado.
―De donde vienes, los hombres deben ser ciegos.
No contesté. ¿Me estaba diciendo que yo era linda cuando me veía todos los días al espejo y distaba mucho de ser Afrodita?
―Bueno, no preguntaré más de temas personales. ¿Te agrada este lugar?
―Es espléndido, jamás me imaginé siquiera conocer un castillo, mucho menos vivir en uno. No sabía que todavía existían los mayordomos.
―A Ian le gusta llamarse así, viene de una larga familia de mayordomos, es su profesión a mucha honra.
―¿Y cuánta gente trabaja aquí?
―Siete de día, diez de noche.
―¡Tantos!
―Es una casa algo grande ―contestó avergonzado.
―Sí, deben faltar manos para mantenerla tan linda y pulcra.
―Sí, gracias a Dios tengo un buen grupo de gente que se ha mantenido a mi lado por muchos años.
―Si es igual de buen jefe que conmigo, deben estar muy contentos de trabajar aquí.
―Eso espero, me gusta que mis colaboradores se sientan a gusto, sobre todo en un lugar como este, donde se pierden de todas las bondades del exterior.
―¿Bondades? ¿Hace cuando que no sale? ―pregunté con sorna.
Él me miró confundido y sonriente.
―Afuera no es lindo para la gente como nosotros. Quizá para alguien como tú, que no tiene que luchar contra el tráfico, los robos, la lluvia, el calor sofocante del metrotrén... Sí, puede ser pasable, pero para la gente común y corriente… es un verdadero asco.
―Toda la razón, esto es un paraíso comparado a la selva de cemento que uno encuentra afuera.
―Sí, además, ¿quién tiene el trabajo a la puerta de su dormitorio? ―pregunté orgullosa.
―Punto a tu favor. Aunque, si lo veo así, creo que te estoy pagando demasiado ―bromeó relajado.
―Muy tarde, ya hiciste un trato conmigo y la palabra de un hombre vale oro, ¿o no?
Él me miró directo a los ojos, luego, tal como lo había hecho más temprano, deslizó su vista por todo mi rostro, como si me estuviera escudriñando, como si quisiera ver más allá de mí.
―Toda la razón, Francis, ya te di mi palabra y mi palabra es sagrada, tenlo siempre presente... Siempre.
Yo no supe qué decir, la forma en que lo había dicho... Bajé la cara para apartarme del magnetismo que ejercía sobre mí.
―Al menos sé que no rondan espíritus por aquí, con tanta gente trabajando de noche, dudo que se quieran presentar. ―Cambié el tema a propósito para evitar el silencio.
―¿Les teme a los fantasmas, señorita Smith? ―me preguntó con un tono de tierna burla.
―¿Quién no?
―Yo.
―¿No les tiene miedo?
―No, ¿por qué habría de temerles?
―Porque... ¿son fantasmas?
Él largó una carcajada que me contagió, aunque no le encontraba el chiste.
―¿No crees en ellos?
―Sí, pero son personas viviendo en otro plano, nada más. No tienen por qué venir a hacernos daño, muchos solo siguen aquí porque no saben que han muerto.
―¡Qué miedo! Yo no estoy tan de acuerdo.
―Tema vedado en nuestras conversaciones, Francis, no quiero asustarte.
―¿Aquí hay fantasmas?
―No.
―Yo una vez vi un fantasma ―confesé, no sé por qué, no me gustaba hablar de eso, todos me decían que estaba loca.
―¿Ah, sí? ¿Cómo fue?
―Estaba pequeña, tenía como doce años, mi mamá y mi papá habían salido a una fiesta y yo quedé con la niñera. Cuando me iba a dormir escuchamos un ruido muy fuerte en la cocina. Lucy fue a ver, pero no regresaba, yo fui a verla, ella estaba parada, mirando algo, me acerqué y lo vi... Había como un espectro flotando. Yo agarré a Lucy de un brazo y salimos corriendo, pero antes de poder salir de la casa, nos cerraron la puerta, las luces se apagaron. ―Tuve que tomar aire para continuar, recordarlo no me hacía nada bien―. Subimos a mi cuarto, el ropero se movió solo y selló la entrada. Quedamos allí, solas, a expensas de esa cosa. Nos subimos a la cama con Lucy, como si eso pudiera defendernos. La cama empezó a moverse arriba y abajo como en El exorcista... Las cosas volaban por el aire. Estábamos abrazadas, teníamos miedo y no sabíamos qué era todo aquello. Fue horrible mi experiencia con fantasmas.
Él me observaba sin una gota de sarcasmo o de burla, al contrario, parecía muy interesado.
―¿Y cómo lograron salir de eso?
―No sé. Empezamos a gritar pidiendo ayuda. Una patrulla pasaba por ahí y los vecinos los alertaron. Derribaron la puerta y entraron. Todo se pasó en cosa de un segundo. El policía quiso entrar a donde estábamos nosotras, pero no podía porque estaba el clóset, al final, algunos vecinos ayudaron, pero cuando entraron, no encontraron nada... No hubo explicación racional, solo que habíamos sido atacadas por un fantasma. No faltó quien ofreció un sahumerio, agua bendita y cosas así. Una señora muy religiosa se puso a rezar en toda la casa para expulsar al demonio que se había apoderado de las cosas. Culpó a mis padres por no ir regularmente a la iglesia, que habían abandonado a Dios por una vida más fácil.
―¿Lo volviste a ver? ¿Te volvió a atacar?
―No, o no sé. Después de eso, veía sombras, pero nunca tan terrorífica como aquella vez.
―Con una experiencia así, cualquiera les temería a los espantos.
―Sí, soy muy miedosa.
―Supongo que Ian te enseñó el timbre para llamar a los empleados que trabajan de noche. O de día. Puedes llamarlos cada vez que lo necesites, sin embargo, espero que no vivas una experiencia tan traumática como aquella. No me gustaría que quisieras salir huyendo de esta casa.
―Espero que no tengas que recurrir a eso.
―Esperemos que no ―replicó enigmático, como si estuviera escondiendo algo.