Narra Micaela Aterrizamos en la mañana siguiente y manejamos un Lexus alquilado hacia los suburbios. Todas las casas se veían iguales: grandes columnas blancas, frente de piedra o ladrillo, autos silenciosos estacionados en caminos de entrada cubiertos de asfalto. Reinaldo no habló mucho durante el viaje y no lo presioné; me di cuenta de que esa carta le pesaba, aunque no entendía del todo lo que significaba.El GPS del teléfono de Reinaldo nos dirigió por un largo camino de grava a través de un espeso bosquecillo de grandes robles viejos. Las hojas se esparcieron por la hierba y más adelante, en la cima de una colina lenta, se encontraba una casa grande con postigos blancos y un porche alrededor. Varios autos estaban dispersos en el frente, y una mujer joven estaba sentada en una mecedora