—¡Mowee! ¡Es mi turno! ¡Déjame columpiarme! —dice un niño pequeño con el pelo oscuro ondulado y ojos verdes que coinciden con los míos. —¡Pero acabas de tener un turno! —le grita una versión pequeña de mí, negándose a dejarle tener un turno. —¡Eso fue hace horas! Papá dice que tienes que compartir conmigo —dice, cruzando los brazos y haciendo pucheros. —Está bien, llorón —le digo y me muevo para que él pueda tener un turno. Se mete por el agujero de la llanta y se impulsa, balanceándose de un lado a otro, chillando de alegría. “Esto no es justo”, pienso. Me acerco sigilosamente por detrás, tomo impulso y salto encima de su espalda, pasando a través de la llanta con él. —¡Mowee! ¡Es mi turno! Tienes que esperar —dice, riendo. —Podemos columpiarnos juntos, Andy —le digo, riendo junto a