Epílogo: Para Siempre

1011 Words
Cuando llegamos a la propiedad que Massimo tenía frente al Lago de Como, yo me sentí como en un cuento de hadas, y no precisamente por el hermoso paisaje nocturno, sino porque pude observarlo desde la comodidad de una espaciosa cama, desnudo, fumando hierba junto al que yo estaba seguro de que era el amor de mi vida. Díganme romántico empedernido, pero aun cuando no llevaba ni un mes en mi cosa con Luciano, yo ya me sentía completamente de él, y que él era mío. Luciano le dio una calada a su porro, y se estiró para expulsar el humo en mi boca, y yo se lo recibí, sintiendo electricidad en todo mi cuerpo cuando nuestros labios se rozaron. Habíamos estado todo el día haciendo compras en el pueblo, comimos pizza y gelato italiano, y la gente nos miró como si estuviéramos locos cuando nos detuvimos en una tienda a comprar cervezas y apenas sonó la famosísima canción “Panamericano”, bailamos ahí mismo en la calle, sin importarnos cómo nos miraban las personas que pasaban cerca de nosotros. Después de la cena, Massimo no había sospechado nada cuando Luciano le dijo que compartiríamos cama durante toda nuestra estadía, porque al parecer al tipo ni se le asomaba por la cabeza que su hijo fuese gay, ya que Luciano lo ocultaba muy bien teniendo novias de mentiras, a las que ni siquiera tocaba, sino que simplemente les pagaba para que fingieran tener algo con él. Fue así que, tras una larga sesión de sexo de pre-cumpleaños, terminamos empiernados en la cama, fumando porros y contando chistes malos. —Cuando nos casemos, nos iremos a vivir a una gran casona como esta, porque quiero que tengamos muchos hijos —dijo Luciano, y no sé si fue por los efectos de la droga, pero a mí me agradó la idea —. Serás tú el que salga a trabajar, y yo me quedaré en casa con los pequeños, como el perfecto esposo mantenido que se ocupa de los hijos, y que cuando tiene un tiempito libre, se va a al spa con sus amigas y a tener desayuno de señoras. —¿Nos vamos a casar? —pregunté, y es que ni siquiera le habíamos dado un nombre a lo que teníamos. ¿Éramos novios? Sí, lo más parecido a unos. —Por supuesto que sí, mi amore —dijo él, acariciando y tirando los delgados vellitos que hasta ahora me estaban creciendo en el pecho —, y tendremos muchos hijos colombo-italianos por vientre de alquiler —me dio un besito en la mejilla, y yo me sentí sonrojar —, aunque los quisiera a todos parecidos a ti, y preferiblemente si son niñas. Ya en mi familia hay muchos varones. —Ok, tendremos muchos hijos —dije, dándole otra calada a mi porro, estando seguro de que no era eso lo que nos estaba poniendo tan melosos. La marihuana solo nos ponía más...sinceros entre nosotros. Nos estábamos diciendo las cosas que nos habíamos estado callando —. Te amo. Luciano me miró como para asegurarse de que yo no estaba mintiendo. No sé qué tanto daño le hicieron los anteriores chicos con los que salió antes de mí, pero al parecer no habían sido sinceros con él respecto a sus sentimientos; y yo podía estar un poco drogado en estos momentos, pero estaba muy seguro de lo que estaba diciendo: yo amaba a este chico pecoso, y quería una familia con él, por más imposible que pareciera siquiera pensarlo. ¿Me estaba ilusionando muy rápido por ser este un amorío que se dio en circunstancias inesperadas? Tal vez, pero joder...yo quería esto. Quería dormir y amanecer junto a este hombre el resto de mi vida, tener la dicha de llamarlo “esposo”, y tener muchas niñas parecidas a él, todas bonitas y pecositas, correteando por toda mi casa. —Yo también te amo —dijo Luciano, robándome un beso que me quitó el aliento —uhmmm...déjame estar sobre ti en la próxima ronda. —Ya has estado sobre mí —dije, sonriéndole gatunamente y pellizcándole una nalga, recordando la forma en que me cabalgaba. —Me refiero a...ya sabes, cambiar roles —dijo Luciano tímidamente. Oh. Ser pasivo. He de admitir que nunca se me había pasado por la cabeza eso de ser follado. Me gustaba follar, pero de ahí a que fuera un hombre el que me diera... Pero yo no me pude resistir a la carita suplicante de Luciano, y le di mi respuesta besándolo con fogosidad, y él sonrió entre los besos, buscando a tientas el tarro de lubricante y los condones. Fue doloroso al principio, no voy a decir que no. El ano no fue hecho para que le introdujeran cosas sino para expulsarlas, pero Luciano fue cuidadoso y muy tierno. No me paró de besar en ningún momento mientras me penetraba, y retiró con sus dulces labios las lágrimas de dolor que me cayeron por las mejillas, porque vaya que yo sí era estrecho. Cuando llegamos al clímax, pude confirmar de una vez por todas que, en efecto, el punto G de los hombres estaba en nuestro esfínter. Carajo, los orgasmos prostáticos eran mucho mejor que los orgasmos normales de cuando te halabas el ganso o cuando te follabas a alguien. —¿Ves que ser pasivo no es tan malo? —dijo Luciano después de un rato, cuando fuimos a darnos un baño de burbujas en la tina mientras nos bebíamos unas copas de vino. —Ahora voy a querer que me folles todo el rato —dije, y ambos soltamos una risotada, para después hundirnos en muchos besos. Cuando volvimos a estar en la cama, ya listos para dormir, cerré los ojos, y después de un rato, cuando Luciano creyó que yo ya estaba dormido, susurró: —Así me dejes y te cases con una mujer, no te dejaré en paz nunca —me acarició la mejilla —. Serás mío para siempre. Continúa en la obra Sentencia de Amor

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