Se suponía que yo tenía que estar feliz. Me acababa de titular como abogado en la mejor universidad de Colombia, y una de las mejores de Latinoamérica. Pero no podía estar feliz cuando mi padre había muerto hace un mes.
Mi padre, un respetado magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Colombia, fue vilmente asesinado, frente a mis propios ojos, el día de mi cumpleaños 23.
Esa imagen de una motocicleta acercándose justo en el momento en que mi padre se bajaba de su camioneta para saludarme con un fuerte abrazo, no se me podrá borrar nunca de la memoria.
“¡Papi!” alcancé a gritar, cuando vi que uno de los tipos, a los que no les pude ver la cara porque tenían cascos totalmente oscuros, sacó un arma.
Mi padre solamente volteó un poco, y tuvo una fracción de segundos para reaccionar, y me abrazó, como siempre lo hacía, haciendo de escudo humano para que a mí no me hicieran nada.
Cuatro disparos.
Podría haber sobrevivido a los dos primeros.
El tercero me rozó en la cintura, pero el cuarto impactó en su cabeza.
Murió en el acto.
Después de eso...todo fue un caos. Las personas que estaban cerca llamaron a emergencias, mientras que yo me quedé sentado en el andén, rogándole a mi padre porque no me dejara, pese a que yo sabía que ya estaba muerto.
Al llegar a la clínica más exclusiva de Bogotá, me tuvieron que inyectar un tranquilizante, porque yo estaba a punto de cometer alguna locura. Mis hermanos llegaron en cuestión de minutos, y fue Carlos el que se encargó de consolar a Alejandro.
Alejito...
Junto con mi tristeza por la muerte de mi padre, yo solo pude pensar en cómo haría para hacerme cargo de mi hermano menor. Sí, bueno, ya tenía 15 años, pero estaba en una etapa decisiva de su vida: la complicada adolescencia y los últimos años de la secundaria.
Gracias a Dios, Alejito no era como Carlos y yo habíamos sido a esa edad. Carlos y yo le habíamos dado un poco de lata a mi padre, que como era un padre tan amoroso y paciente, en realidad fue muy blando con nosotros y no fue capaz de levantarlos la mano, jamás, ni siquiera cuando Carlos condujo borracho en su camioneta y la estrelló.
Bueno, tal vez en esa ocasión mi padre sí fue un poco duro, haciendo que Carlos prestara el servicio militar. En Colombia, eso es obligatorio para todos los hombres sanos y que no tengan alguna causal que los exima de prestar el servicio, pero como todo en Colombia se puede con el dinero, los padres de la clase alta pagan porque a sus hijos se les resuelva la situación militar; en pocas palabras, compran la libreta militar.
Pero papá se había decepcionado tanto de Carlos, porque, para colmo, le encontró pornografía en su portátil unos meses antes del incidente con la camioneta, que no le compró la libreta militar.
Pero lejos de que eso afectara en algo a mi hermano mayor, lo que hizo fue hacerle tener un amor por la vida militar que lo hizo unirse definitivamente al ejército como oficial profesional apenas terminó su carrera de Derecho.
Sí, mi hermano también se había titulado como abogado, pero había jurado en una de sus discusiones con papá que nunca en su puta vida se pondría una corbata, y que no se iba a hacer cargo de la firma que había fundado hace unos años, Orejuela Lawyers Enterprise.
Y Carlos que en serio era un hijo de puta por ponerme ese peso a mí. Se suponía que él se haría cargo de la firma, y que yo me haría cargo de Café Bustamante, el gran negocio multinacional de marca de café colombiano de mi familia materna.
En realidad, se suponía que el que se iba a hacer cargo de Café Bustamante era mi primo Gustavo, pero él sí que era un caso perdido. Abandonó su carrera de Negocios Internacionales en la prestigiosa universidad de Harvard, para vivir una vida loca junto a sus amantes Britney Spears, Paris Hilton y Lindsay Lohan. De hecho, esas tres dejaron de ser amigas por culpa de él.
Y en cuanto a mi prima Chloe..., mi tío Ricky es un machista de mierda que piensa que una mujer no se puede hacer cargo de un negocio tan importante, así que la crió como una princesa inútil, que a la final resultó independizándose de él a los 20 años cuando consiguió trabajo como modelo, y ahora es toda una sensación en Estados Unidos, al ser un ángel de Victoria’s Secret, y a nivel internacional también es muy reconocida desde que firmó contrato con Chanel.
Al menos un integrante de esta familia pudo hacer lo que realmente quería con su vida, porque el resto no pudo.
Gustavo quería jugar fútbol americano, yo quería ser futbolista (del verdadero fútbol), y Carlos quería ser un cantante y bailarín, aunque ahora le dé pena admitirlo.
Alejito, bueno...él todavía no sabe qué quiere hacer con su vida, pero al parecer se está yendo por el lado de las artes. Él desde pequeño ganó muchos concursos de pintura, y le encantaba ir a los museos.
Nadie hablaba sobre lo difícil que es ser de la élite. Se tenía que continuar con el legado de la familia, así que sí...yo tenía todo ese peso sobre la espalda, con tan solo 23 años.
No recibí mi diploma de abogado en la ceremonia. Lo recibí en la secretaría de la universidad, con una cara amargura que a cualquiera le asustaría.
Yo había sido un niño feliz, desde mi nacimiento, el brillo de la familia. En la escuela, había sido el niño casposo que no se quedaba quieto y que hacía reír a todos con sus locuras; fui el popular, capitán del equipo de fútbol, el rey del baile de graduación, y en la universidad tanto de lo mismo, todos me querían. Yo me sabía los nombres de los conserjes, las muchachas del servicio, las secretarias..., y los saludaba a todos como si fueran grandes amigos. Algo que no hacían los demás chicos pijos que estudiaban ahí, porque se creían la última Coca-Cola del desierto por venir de familias adineradas; yo también era de familia adinerada, pero mi padre había crecido en una familia humilde, en un pueblo olvidado por el gobierno, y tuvo que escalar desde muy abajo, así que nos había criado a mis hermanos y a mí con corazón humilde, como también había sido criado él.
Pero yo ya no tenía ganas de sonreírle a nadie ni tratar con amabilidad a nadie. Llegué a la ventanilla de la secretaría para recibir mi diploma, acompañado de mi tío Ricky, que por supuesto se había venido desde Miami apenas se le avisó que mi padre había muerto.
No es que mi tío Ricky se hubiera llevado bien con su cuñado, pero estaba aquí por nosotros, sus adorados sobrinos, de los que estaba más orgullosos que de ni sus propios hijos.
Gustavo era su gran decepción, ¿y cómo no? Si había gastado millones en su universidad, para que terminara abandonando el barco, y, para colmo, metiéndose en escándalos con celebridades muy polémicas.
Actualmente está de novio con una de las Kardashians, y es ella la que lo está manteniendo, esperemos a ver hasta dónde le llega la felicidad.
Y en cuanto a Chloe, la “princesa de Miami”, mi tío simplemente le dejó de hablar por un tiempo, y hasta ahora se están reconciliando. No sé qué rayos es lo que él quería de ella, si la crió como una tonta inservible. Y no digo que las que trabajen como modelos sean tontas, porque al fin y al cabo mi mamá fue una, pero...en fin, Chloe siempre me ha caído mal. Es una pinche clasista, al igual que Gustavo.
—Al menos di gracias, hijo —dijo mi tío Ricky, cuando la secretaria me entregó el diploma, el acta y el anillo con el sello de la universidad.
—Ujum sí, gracias —dije, sin mirar a la señora a la que yo tantas veces le había sonreído amablemente, y que le había llevado un postrecito solo para agregarle el día, porque ser secretaria de una universidad tan importante debía ser muy estresante —. Adiós, Adriana.
—Adiós, joven Fernando. Mi más sentido pésame —dijo la mujer, que también lamentaba mucho la muerte de mi padre.
Por supuesto que todos habían conocido a mi padre en mi universidad. Dictó algunos diplomados, y siempre me llevaba el almuerzo aunque tuviera mil compromisos, porque...porque así de bueno había sido él. El mejor padre del mundo, y ya no estaba.
—Vámonos de esta puta ciudad, no tengo más nada que hacer aquí —dije apenas me monté a la camioneta con mi tío, y el chófer arrancó.
—Lenguaje...—dijo Carlos, sentado a mi lado, en su uniforme militar, pendiente de su celular, porque era de ahí que cuadraba algunas cuestiones mediante mensajes de texto.
Carlos es comandante de las fuerzas especiales antiterrorismo del ejército. Sí, un super cargo, considerando que este es el país en donde el terrorismo está a la orden del día.
Pinche cabrón. Podría estar sentado en la oficina del CEO de Orejuela Lawyers, para yo solamente tener que encargarme del negocio del café, pero al hijoputa se le dio por jugar al soldadito.
Y con todo y eso...no soy capaz de odiarlo. Papá nos crió lo suficientemente bien como para que sus hijos se amaran incondicionalmente.
—Te odio —le dije a mi hermano, cuando ya íbamos a mitad del camino al aeropuerto.
Carlos sabía perfectamente que esa era mi manera de decirle “te amo, cabrón”, y aunque la tristeza por la muerte de papá también lo estaba embargando, tuvo las fuerzas para voltear a mirarme y sonreírme.
—Te odio más, idiota.
Apoyé mi cabeza en su hombro, y él apoyó su cabeza en la mía. Queríamos disfrutar de estos últimos minutos que nos quedaban, antes de que yo regresara a Bucaramanga, nuestra ciudad natal, y que él tuviera que quedarse aquí.
Carlos hubiera querido pasar más tiempo con Alejo y conmigo en casa, pero no le habían dado más de dos semanas de luto.
Sí, así de inhumano podía llegar a ser el ejército, pero eso parecía ser lo que le encantaba a Carlos.
Yo no sabía por qué rayos él seguía insistiendo en estar en ese régimen. Recuerdo cuando hace poco tuvo una misión en el Amazonas, en donde pasó un año entero en el que no supimos nada de él, y cuando al fin regresó a casa, resultó con depresión (la cual ya superó, o al menos eso aparenta) y con unas grandes cicatrices en la espalda porque un tigre lo atacó.
En esa misión él perdió a uno de sus mejores amigos, y siento que desde ahí no ha vuelto a ser el mismo de siempre.
O sea, Carlos siempre ha sido un amargado, pero ahora es...como si viviera como un robot. Hace las cosas porque tiene que hacerlas, y ya está. Y a sus casi 30 años no tiene todavía una novia estable, nadie quien lo espere en casa. Y mi tío es el que lo molesta con eso de que siente cabeza de una vez por todas, que ya va siendo hora de pensar en hijos, a lo que Carlos apenas le responde entornándole los ojos.
Yo, por mi parte, todavía estaba muy joven. Tuve alguna que otra noviecilla en la escuela y en la universidad, pero nada serio.
Empezando porque...porque no me gustan solo las mujeres. Me gustan los hombres, pero es algo que nadie aparte de Alejandro sabía.
Alejito sí es abiertamente gay. Salió del clóset hace unos meses, aunque, a decir verdad, todos habíamos sabido que él era así desde pequeño. Aparte de su orientación s****l, también le gusta a veces sentirse como mujer. Se pone vestidos, se maquilla y toda la cuestión, y mi padre no le puso problema, y hasta le compraba libros de romance LGBT, y todo lo alusivo a la comunidad.
Jodida mierda. Mi papá había sido tan perfecto, que había acompañado a Alejo a la celebración del día del Orgullo en las calles Bogotá.
Y aunque yo estaba seguro de que mi padre no se decepcionaría cuando le confesara que me gustaban los hombres..., yo simplemente no fui capaz de decirle. Me daba pánico, no por él, sino por Carlos.
Carlos sí que reaccionó mal cuando Alejo salió del clóset. Carlos estuvo tan ausente de la vida de Alejo, que no se dio cuenta que Alejo siempre fue...diferente. No se dio cuenta de que Alejo era más delicado que la mayoría de chicos, y por supuesto que no se daba cuenta que le gustaba ponerse los vestidos y tacones de mamá.
Y aunque Carlos había terminado por aceptar a Alejo, porque al fin y al cabo siempre ha sido la debilidad de toda la familia, yo no sabía si haría lo mismo conmigo.
De todas formas, yo no había estado con ningún hombre. No había besado a ninguno, ni mucho menos había tenido sexo con alguno. Me limitaba a halarme el ganso viendo porno gay, pero con el cuidado de verlo en una pestaña de incognito para que mi padre no se diera cuenta al revisar mi historial de búsquedas, porque ese fue el cuidado que no tuvo Carlos.
También había tenido muy bien guardadas las revistas en donde salían Justin Bieber y Chris Evans.
Jodida mierda. Cuanto me calenté en esa escena de la película de Capitán América: El Primer Vengador, cuando la capsula se abrió y Steve Rogers salió de ella convertido en un super soldado.
Recuerdo que me atraganté con las palomitas que estaba masticando, y fue ahí que mi padre empezó a sospechar, pero nunca se atrevió a preguntar nada, por respeto a mi intimidad.
Me gustaban las mujeres también, por supuesto que sí. Me gustaban las caras bonitas y unas buenas tetas, y disfrutaba estando con ellas en la cama, pero...pero tal vez me iban más los hombres, solo que aún no me había atrevido a estar con alguno.
Tenía miedo de que, cuando al fin supiera lo que era estar con uno, me volviera adicto.
Carajo, yo todavía me sentía perdido en esto de mi sexualidad, y no tener con quién hablarlo aparte de Alejo, que tampoco había tenido alguna experiencia todavía, era muy frustrante.
Yo sabía que Carlos se había follado a alguno que otro tipo en el ejército cuando estaba en misiones de campo. Era bien sabido por todo el mundo que en los batallones del ejército los hombres tenían que encontrar alguna manera de liberar tensión, pero no...eso no hacía a Carlos gay o bi. Era solo un hombre que liberaba tensión con otros hombres por cuestiones de supervivencia.
Pero a mí...a mí en serio me gustaban los hombres. Simplemente, no había tenido aun mi primera vez con uno por puro miedo.
Se esperaba mucho de mí por ser el único Orejuela que estaba dispuesto a continuar con el legado de ambas familias, y salir del clóset en un país tan homofóbico no era un lujo que yo me podía dar.
—Renuncia al ejército, y ven a casa conmigo —me animé a decirle a Carlos, mientras que me permitía olisquearlo como si fuera un perrito, gustándome su perfume de Invictus.
Carlos, por esa puñetera masculinidad frágil que siempre había tenido, no se dejaba hacer muchos arrumacos de mí, que siempre fui un empalagoso; pero por la difícil situación en la que estábamos, él me dejó hacerle todos los arrumacos que quise, sabiendo que estaba buscando en él algo de consuelo.
—Deberías escuchar a tu hermano, Carlos Arturo —se metió mi tío Ricky en la conservación, y sentí a Carlos tensionarse, sabiendo lo que se aproximaba, y detesté haber sacado el tema a colación —. Ya que tu padre no está, deberías tomar las riendas de los negocios, y no dejarlo en manos de terceros, mucho menos de Fernando, que hasta ahora termina la universidad.
—Deberías decirle eso a tu irresponsable hijo —replicó Carlos —. Oh, cierto...—sonrió con sorna —, tú no tienes la moral para decirle nada, no cuando tú también fuiste la oveja negra de la familia que se dedicó a las fiestas, a las drogas y a las putas, y él parece estar siguiéndote los pasos.
—¡Carlos! —lo amonesté, apretando mi agarre en su brazo.
Ya estábamos lo suficientemente mal con nuestro luto, como para que Carlos le agregara una discusión familiar.
Mi tío no dijo nada. Solo hizo una mueca y bajó la ventanilla para poder fumarse un cigarro. Por supuesto que él sabía que su hijo era un caso perdido, igual que él lo había sido en su momento.
Tras la muerte de mamá, mi tío se había intentado hacer cargo de Café Bustamante, pero el hecho de haber sido un drogadicto en la juventud sí que le dejó secuelas mentales, y ya no daba pie con bola ni para hacer una simple suma.
—Lamento que tengas todo este peso sobre los hombros —me susurró Carlos, y yo me mordí un carrillo, queriéndole decir mil cosas, pero me contuve. Pero sí que me atreví a decirle:
—Claro, soy yo el que tengo que hacer sacrificios en mi vida, pero tú al parecer no puedes. Quieres más al ejército que a tu familia.
Carlos no dijo nada. No tenía ánimos para discutir, y yo detesté estar buscándole discusión, cuando se suponía que teníamos que estar más unidos que nunca.
Jodida mierda. Nos habíamos quedado huérfanos, y heme aquí, peleándole a Carlos.
Yo sabía que estaba siendo un inconsciente, cuando Carlos había sufrido una gran pérdida hace dos años, y ahora sufría otra.
Su mejor amigo del ejército, Salomón, había fallecido en esa misión del Amazonas de la que Carlos no quería hablarnos. Papá y yo lo acompañamos al funeral, y fue...muy doloroso, y tal vez fue la única vez que he visto a Carlos llorar, porque ni siquiera se permitió hacerlo con la muerte de papá, no cuando tenía que ser fuerte por nosotros, sus hermanos menores.
La familia de Salomón había tenido que enterrar un féretro vacío, porque Carlos no se había podido traer el cuerpo.
Yo había intentado sacarle información sobre esa misión a sus otros dos amigos del ejército, Nicolás y Jorge, pero ellos solo me dijeron que fue una misión muy complicada, en donde duraron separados de Carlos y Salo durante meses, y que cuando se reencontraron con Carlos, fue cuando supieron que Salo estaba muerto, y que lo demás que ocurrió era de carácter confidencial.
Ni siquiera Alonso, que es el mejor amigo de infancia de Carlos, sabía lo que había pasado en esa puñetera misión que había dejado a Carlos tan anímicamente mal durante meses.
—Lo siento, no quise decir eso —le dije a mi hermano, sintiéndome culpable al instante, y volviendo a apoyar mi cabeza en su hombro —. Te amo.
Siempre que Carlos y yo solíamos tener alguna pelea cuando pequeños, papá nos obligaba a reconciliarnos y a decirnos “te amo”, así que fue una costumbre que se me quedó.
—Y yo te amo más, más que al ejército, así no me creas —dijo Carlos, dándome un beso en la frente.
****
Llegué a casa, de nuevo sintiendo el calor de mi ciudad natal, Bucaramanga.
Había pasado de un extremo al otro. Del frío extremo de Bogotá, al calor intenso. Pero no cambiaría a mi ciudad por nada. Bogotá era una ciudad caótica, como cualquier capital, pero Bucaramanga es...como el Mónaco de un país tercermundista. Un cómodo vividero en donde no te tenías que preocupar por mucho.
Apenas crucé el umbral de la puerta junto a mi tío, me sobresalté al escuchar un “¡Sorpresa!”.
Un gran cartel que decía “Felicidades por tu graduación” estaba colgado en el barandal de la parte de arriba de las escaleras, y en el centro de estas, estaban Alejo, Gustavo, Chloe y Alonso con un pequeño pero bonito pastel de graduación, que tenía un birrete en miniatura y el maso de un juez.
Yo había dejado muy en claro que no quería que me hicieran ningún tipo de celebración, pero no me pude resistir a la carita feliz de Alejo, que estaba haciendo el gran esfuerzo de ser fuerte, por mí. Alejo era muy consciente de que era mi polo a tierra, así que el solo hecho de que estuviera sonriendo, como siempre lo había hecho desde bebé, con ese brillo en los ojos que hacía que fuera la debilidad de todos en la familia, era muy loable.
—Felicidades, bubu —dijo Alejo, acercándose para darme un fuerte abrazo —. Papá hubiera querido que celebráramos este logro.
—Gracias, bebé —le dije, llenándole la cara de besos.
—A ver, a ver, déjame ver ese diploma —dijo Gustavo, y le pasé el cartón.
—¡Iré por el vino! —dijo Chloe, moviéndose en sus altos tacones hasta la cocina, y Alonso, que siempre había botado la baba por ella, la acompañó.
—Ya eres el tercer abogado de la familia, primaso —comentó Gustavo, dándome una amistosa palmada en el hombro, y después miró a Alejo —, ¿tal vez haya un cuarto?
—Ugh, no, Dios me salve de resultar siendo un aburrido abogado —respondió Alejito, y Gustavo se rió, de la misma puñetera manera en que lo hacía Alejo.
Alejo parecía más hermano de Gustavo que de Carlos y de mí. El parecido entre los dos era entrañable. Mi tío Ricky y mi madre eran mellizos, así que eran igualitos, y como Gustavo salió parecido a su padre, y Alejo salió parecido a nuestra madre, era apenas obvio que ambos se parecieran.
Gustavo había sufrido bullying en la escuela por tener rostro andrógino. En Estados Unidos los chicos sí que eran crueles, mientras que aquí, solamente con que mi padre fuera a hablar con los maestros, ya se resolvía.
Lo más respetuoso que le habían dicho a Gustavo era “cara de niña”. Pero ahora, con 30 años, tenía el rostro más maduro y varonil. Eso quería decir que Alejandro no parecería chica toda la vida.
Y tal vez, solo tal vez, a mí me gustaba mi primo. Yo tenía entre 10 y 12 años cuando me di cuenta que estaba teniendo pensamientos impropios hacia Gustavo, y con impropios quiero decir que...me daban ganas de besarlo.
A los 16, cuando yo ya estaba seguro de que me gustaban los hombres, mis pensamientos hacia Gustavo fueron aún más impropios, y me imaginaba estando arrodillado entre sus piernas, chupándole la polla.
Y carajo...yo aun quería eso, pero sabía que no podría ser. Gustavo no daba indicios de que le gustaran los hombres, y aunque le llegasen a gustar, nunca podríamos tener nada. Somos primos, sería más que incorrecto tener algo con él.
Y eso de echar un simple polvo con alguien, no me gustaba. Ni siquiera lo había hecho en la universidad.
Bueno, tal vez sí lo había hecho con alguna que otra chica, pero eran chicas con las que tenía química desde hace mucho antes; chicas que yo me había dado el tiempo de conocer antes de simplemente llevarlas a la cama.
O tal vez podría experimentar en la universidad en la que haré mi máster...
No. Yo no haré ese máster. Eso implicaría dejar a Alejito dos años, solo.
Mi padre, algunos meses antes de su muerte, había dejado todo p**o para que yo me fuera a estudiar mi máster en Derecho Penal a Italia apenas terminara mi pregrado.
Habíamos planeado eso desde hace tres años. Yo había dicho que quería ser penalista, como él, y que lo mejor sería hacer un posgrado en Italia, la cuna del derecho, así que mi padre me había pagado clases de italiano, para que no bregara con el idioma al llegar allá.
Se suponía que yo debía viajar en un mes. Los boletos de avión ya estaban pagos. Los gastos de estadía también estaban pagos. Todo estaba p**o.
—Gracias por esto —dije, cuando estuvimos sentados en la mesa del comedor, degustando el pastel junto a unas copas de vino —, significa mucho para mí que ustedes estén aquí.
Si bien yo nunca había sido cercano a mis primos porque siempre han vivido en Estados Unidos, eso no quitaba el hecho de que son familia y que en algo les estimo, por muy fastidiosos que sean. Chloe es una clasista egocéntrica que se creía la reina del mundo, y yo en serio no sabía qué le veía Alonso como para estar botando la baba por ella, pero claro, mi tío nunca los dejaría estar juntos.
Y Gustavo es...tanto de lo mismo que Chloe. Si por algo Carlos odiaba a Gustavo, es porque desde pequeños él había sido cruel con Alonso, al tratarlo de niño pobre, y aunque fueron cosas de la infancia, no es que Carlos pudiera olvidar eso. El muy tarado siempre ha sido rencoroso.
—Y entonces...¿vas a ir a estudiar a Italia? —preguntó mi tío después de un rato.
—Papá...—murmuró Chloe, diciéndole con la mirada que ese era un tema que claramente no se debía tocar con tan solo un mes de haber muerto mi padre.
—Sé que dadas las circunstancias sería algo difícil, pero...opino que sería muy terapéutico para ti, hijo —continuó mi tío —, seguir estudiando te mantendrá la mente ocupada, y conocer otra cultura te oxigenará la mente.
—Sí, yo también opino que sería lo mejor, Fer —dijo Gus, y entonces yo miré a Alejo, que estaba callado, como pensando muy bien las cosas.
—Pero...no puedo dejar solo a Alejo, y dejarlo con Carlos en Bogotá no es una opción, él nunca está en casa, servicios infantiles se lo quitaría en menos de lo que canta un gallo.
—Yo me haré cargo de él, puedo llevármelo a Miami, y que siga estudiando en un colegio virtual de aquí —dijo mi tío, pero yo seguí dudando —, así ambos podrían darse otros aires, y hacer esta difícil situación más llevadera.
Bueno, escuchándolo así, tenía algo de sentido.
Si yo me volvía a enfocar en mis libros, no me iba a seguir enfocando en ese dolor que yo sentía las 24/7 y que casi no me dejaba dormir. Tanto de lo mismo para Alejandro, que, si bien no iba a estar tan concentrado en lo académico, le haría bien guardarle el luto a papá en una ciudad que siempre tenía ambiente festivo.
—Lo pensaré —le dije a mi tío, volviendo a llenar mi copa de vino.