Anna Sophie.
— ¡Voy para clases, mamá! — Le grito, dirigiéndome a la puerta.
— Espera, Sophie.
Me detengo y muy despacio me giro a mirarla, un poco desconcertada por el tono de voz que ha usado.
— ¿Sucede algo?
Ella se ve incomoda, lo que se me hace tan extraño. Nosotras siempre hemos tenido confianza, hablamos de todo, sin vergüenza, entonces no entiendo su comportamiento.
— La otra noche — empieza, dubitativa —. Ya sabes, cuando saliste de fiesta…
— Mamá, dime lo que me quieres decir.
— Me pareció verte con el joven McDaniels.
Mierda.
— Oh, eso
— ¿Era él a quien vi fuera de casa?
Recuerdo esa noche y me sonrojo, pesando en que mamá pudo presenciar algo así.
— No es lo que crees.
— No sabes lo que estoy pensando.
— Tenemos amigos en común, mamá, eso es todo — le soy sincera, porque lo cierto es que no hay nada más. Tal vez ese día nos pasamos un poco de la raya, pero hasta el momento nada ha ido más allá de un corto coqueteo.
— Como quieras — levanta las manos, rindiéndose —. No soy quien para decirte con quién pasar o no el rato, sólo te pido que me tengas confianza, no es como si te fuera a prohibir algo. Eso lo sabes, ¿cierto?
— Lo sé — sonrío, luego comprendo algo —. ¿Qué haces vestida así? Los lunes son los únicos días que descansas.
— Ya no — suspira con cansancio —. A partir de hoy empezaré a tomar turnos los lunes en la cafetería y en la tarde haré limpieza en otra casa.
— ¿Cómo? — No responde y luce avergonzada y mamá sólo se avergüenza por algo, específicamente por alguien —. ¿Qué hizo mi hermano, mamá?
— No quería decírtelo.
— Dime.
— Tuvo otra pelea — me quedo callada, esperando a que continúe. Viéndose renuente a hacerlo, ella susurra —: Se peleó con un chico en la biblioteca y destruyeron dos computadoras entre empujones y golpes. No los expulsarán sólo si cada uno se hace cargo del p**o de un ordenador.
— Joder, mamá — me río, pero la risa me sale temblorosa —. Joder.
— Sophie, vocabulario.
— ¿A quién diablos le importa mi vocabulario cuando mi hermano se está convirtiendo en un delincuente?
Me acerco al sofá y me siento, tratando de pensar ahora qué carajos haremos. A duras penas nos alcanza para pagar los recibos y mi mamá luce tan cansada, no puede agotarse más de lo que está. Temo que terminará rompiéndose.
— Déjame buscar otro empleo — le pido cuando se sienta a mi lado y acaricia mi rodilla.
— Cariño, no, tú tienes que estudiar. Acepté tu trabajo en el bar de Adam porque me lo pediste durante años, Sophie, pero sabes que no me gusta que te expongas y descuides tus estudios de esa forma. Me las arreglaré, siempre lo hago.
— Que trabaje Nate — gruño, enojada.
— No lo hará, tampoco quiero que lo haga. El estudio que les doy es lo único que les quedará cuando yo no esté, déjame darles aunque sea esto, por favor.
— Nathan se nos está saliendo de las manos, mamá.
Ella no responde a eso, como siempre pasa. Ella evade el comportamiento de mi hermano, se engaña creyendo que es una faceta por la cual todos los adolescentes pasan. Lo excusa con lo pequeño que era cuando papá se fue, lo justifica y resuelve sus desastres. No comprende que eso sólo empeora las cosas.
— Enviémoslo a Texas a la granja de mi tío, por favor — le pido con todo el dolor de mi corazón.
Ella niega de inmediato y se cierra aún más que antes.
Entonces comprendo que esto es una batalla perdida.
— Yo conseguiré el dinero — le doy un apretón a su mano —. No te preocupes, yo lo solucionaré.
Y salgo de casa con mis manos temblando de coraje.
Maldita sea, Nate.
***
— Es muy poco dinero — le digo al chico frente a mí.
— Nena, no creo que te den más — él apoya la mano sobre el capó de mi viejo auto, un Ford Thunderbird de 1964 —. Si quieres puedo encontrarte un comprador, pero no creo que te den más de lo que te digo.
— Es muy poco — suspiro, sin saber qué hacer.
Si lo vendo al precio que él me dice, sólo me alcanzará para pagar el ordenador que Nate destrozó. Aún tengo que pagar la deuda de la matricula en la universidad y sólo me queda una semana de plazo. Y ni doblando mis turnos en el bar podré cubrir todo lo que debo.
— El coche es un clásico, pero está en muy mal estado y no creo que te paguen más por él.
Miro fijamente el coche, sin poder creer que voy a deshacerme de lo más cercano que tengo de mi padre. No quiero hacerlo, pero creo que no tengo otra opción.
Cuando estoy a punto de acceder, el teléfono vibra en el bolsillo trasero de mi pantalón.
— Hola — contesto, aclarando mi garganta y alejándome unos pasos del mecánico.
— Rojita.
— Dereck — susurro, un poco sorprendida de escuchar su voz.
— Así que te acuerdas de mí — dice con lo que estoy segura es una sonrisa —. ¿Qué debería pensar de eso? ¿Que te gusté tanto que no he salido de tu cabeza en todo este tiempo?
— Sólo ha pasado un día. Además, ¿por qué te vas por ese lado? También puede significar que te aborrecí tanto, que mis noches han estado llenas de pesadillas por ti.
— Me imagino esas pesadillas — juro que me preparo para algo pervertido, así que no me sorprendo cuando dice —: ¿Allí gritabas mi nombre, pidiendo por más?
— Cállate, pervertido — una risa sale de mis labios y siento cómo la tensión de mi cuerpo desaparece un poco.
— Desearía que estuvieras aquí, callándome.
Se está burlando.
— ¿Qué pasa? ¿Para qué me llamas?
— ¿Puedes venir a mi apartamento? — Cuando abro mi boca para protestar, él añade —: Antes de que me malinterpretes, pequeña pervertida mía, tengo a Jared conmigo y está mal.
— ¿Cómo así que está mal?
— ¿Por qué no vienes y te explico todo aquí? Enserio, te necesito.
— La verdad… — miro al chico que me sigue esperando por una respuesta —. Estoy algo ocu…
— Por favor — murmura, su voz un ruego.
— Dereck — cierro mis ojos, tratando de resistir el tono de su voz.
— Ven.
— Me tienes — cedo —. Pásame la dirección por mensaje, ya voy para allá.
— Me tienes — repite mis palabras —. Como me encantaría que esas palabras fueran literales.
— Dereck, no empieces.
Su respiración se profundiza, pero finalmente murmura —: Te veo aquí, rojita.
***
— Pasa.
Entro en su departamento con precaución, sintiéndome caminar en un terreno infectado por minas. Dereck se da cuenta de mi reacción y suelta una sonora carcajada.
— Aunque me muera por hacerlo, no te voy a saltar encima, rojita.
— Me atrapaste — lo miro de reojo con una sonrisa —. ¿Dónde está Jared?
— Sígueme.
Lo sigo a través del espacioso lugar hasta que cruzamos un pasillo.
— ¿Está dormido? — Pregunto cuando lo encuentro acostado en la cama, sus ojos cerrados y totalmente ido.
— De lo borracho que ha estado todos estos días — Dereck responde —. Sophie, está hecho una mierda.
— ¿Qué fue lo que pasó?
— No sé qué tipo de discusión tuvo con Lizzy, nadie lo sabe, pero ella se fue y no responde. No sabemos dónde está, sólo dejó una nota diciendo que no la buscaran — gruñe con frustración —. Además, Jade, la hermana de Jared, es también la mejor amiga de Lizzy, crecieron juntas y está furiosa con Jared por todo lo que ha pasado. No lo quiere ni ver. Y Thomas tiene a su madre enferma. Así que sólo quedo yo — extiende sus manos, como en una presentación.
— Joder — susurro, mirando todo el desastre.
Hay botellas de alcohol en el piso y todo está desordenado, pero lo que más me preocupa es el rostro demacrado de Jared.
— No sé qué hacer para ayudarle, Sophie.
— ¿De dónde saca toda esa bebida? — Señalo las botellas en el piso.
— De mi reserva de alcohol.
Lo miro como si le hubieran crecido dos cabezas.
— ¿Cómo?
— Antes de que me digas que está mal, lo sé, debí deshacerme de ello al instante que lo traje a vivir conmigo. Pero, Sophie, si yo no le daba alcohol se iba a marchar en el auto a conseguir quién sabe en dónde. Así que no tuve otra opción. Entre borrachera y muerte por accidente de auto, la borrachera es lo que escojo.
Mierda.
— Primero, ordenemos un poco este desastre — le digo —. Botemos todas estas botellas y, Dereck, saca todo el alcohol de aquí.
— Pero…
— Cuando despierte veremos cómo lidiamos con él, por el momento, sácalo antes de que tenga un coma etílico de tanto que bebe.
Asiente, sin discutir.
— ¿Me vas a ayudar? — Susurra casi inaudiblemente.
— Te dije que lo haría — le digo distraída, observando atentamente a Jared para asegurarme de que esté respirando. Me pregunto si Dereck lo ha cuidado mientras duerme, lo último que necesitamos es que se ahogue con su propio vomito en caso de que llegue a vomitar. Cuando observo el rostro ojeroso y cansado de mi querido Zac, lo sé. Él no ha dormido por estar cuidándolo.
Qué bien, pronto no tendré a un hombre inconsciente, sino a dos.
Cuando me agacho a empezar a recoger las botellas, Dereck me llama —: Sophie.
Y la seriedad allí, en el tono de su voz, me inmoviliza un poco.
— Dime — lo miro, preocupada cuando veo la expresión vulnerable en su rostro.
— Gracias.
Sonrío, restándole importancia.
En dos zancadas él está frente a mí, tomando mi rostro en sus manos.
— Enserio, gracias.
— No es nada.
— No, sí es algo — insiste fervientemente —. No todos harían lo que tú estás haciendo.
Se me corta la respiración por la intensidad con la que me mira y, también, por la cercanía entre nuestros labios. Quisiera decir que me sigue molestando esa libertad con la que él me toca, sin pedir permiso, como si tuviera el derecho a hacerlo, pero no me molesta, me desconcierta. Me inquieta la atracción que fluye entre ambos y la facilidad con la que estamos en presencia del otro. Nunca había sentido esto con alguien, nunca. Y es un poco frustrante sentirme dan indefensa y desarmada con él.
Retrocedo un paso cuando su pulgar empieza a acariciar mi mejilla y Dereck deja caer su mano, luciendo también desconcertado por el comportamiento que tiene conmigo.
— Empecemos — digo nerviosamente y me giro para empezar nuestras tareas.
Y mientras me esfuerzo en desaparecer la sensación que me deja su toque, una sola pregunta ronda mi cabeza.
¿Qué demonios estamos haciendo?