Dereck.
Aun a pesar de mi aturdimiento e indignación por sus palabras, no puedo evitar quedarme mirando el movimiento de sus caderas y su culo mientras se marcha.
Mierda, esa chica es preciosa.
Y un dolor en el trasero.
— ¿Qué fue eso? — Jared pregunta, llevando mi atención a él.
Paso mi mano por mi rostro para despejarme, para salir del embrujo en el que ella me tiene. Y maldita sea si en los últimos dos meses al menos una sola vez al día no se me pasó por la cabeza sus ojos color avellana. No sé qué demonios me hizo, pero esa chica me tiene en la palma de su mano y me jode no poder tenerla yo a ella.
— Ya nos conocemos — murmuro un tanto frustrado —. Es la hija de la empleada de servicio de mi padre. Y nada, la cagué cuando la conocí y me gané su odio eterno.
— Dereck — Lizzy niega —. Por favor, no me causes problemas con ella, ¿vale? Es una amiga, no quiero que, por tus líos de faldas, las cosas se compliquen entre nosotras.
— ¿De dónde la conoces? — Pregunto con curiosidad.
— No te diré.
— Vamos, por favor, dime — le imploro.
— No — niega, luego toma la mano de Jared y lo lleva dentro de la casa para bailar.
No puedo creer mi suerte. Es la primera vez que me siento tan atraído por alguien y esa persona me detesta. Agrégale que mis amigos están de parte de ella. Lindo, ¿eh?
Y aunque intento respetar su deseo de alejarme de ella, mis ojos constantemente se pasean por el lugar en el que esté, buscándola. Pero es que no puedo evitarlo, además, su rojo cabello llama la atención en cualquier lugar. Es evidente que me detesta y aunque una parte de mí se divierte por ello, otra parte se enfada. Estoy enfadado con ella por ser tan rencorosa aun cuando no me conoce. Y también estoy enfadado conmigo mismo por haber sido tan patán en nuestro primer encuentro.
En algún momento de la noche, cuando las luces están bajas y la música suena más alto en la casa, la veo bailar con un chico. No niego que siento una ligera molestia ante la escena, pero no es por ello por lo que decido acercarme. Es sólo cuando veo el rostro del chico que decido intervenir y alejarlo de Sophie. Erick Taylor es famoso por salirse de control después de unos cuantos tragos y a la mierda si dejaré que se propase con Sophie.
— Cariño, he vuelto — la envuelvo por detrás y soplo un beso en su mejilla, para gran consternación de ella —. Hey, Taylor, yo me hago cargo. Gracias por cuidarla mientras no estaba, hombre.
Le regalo una sonrisa despreocupada y, sorprendiéndome, Sophie levanta su brazo y toma mi mejilla en su mano, mostrándose cariñosa. Parpadeo, de repente sintiéndome en un universo paralelo. Incluso ella se inclina hacia mi abrazo y acaricia mis manos en su vientre, su olor invadiendo mis fosas nasales. Me quedo atónito, tanto por la sorpresa como por el efecto que ella tiene en mí. Entonces, tan pronto Taylor se aleja, Sophie gira y me da un fuerte empujón.
Me río, pasando mi pulgar por mi labio mientras observo su furia. No puedo negarlo, es divertido sacar su temperamento a flote.
— Te lo permití porque ya no sabía que más hacer para quitarme a ese sujeto de encima, pero ya se acabó el teatro.
— Oye, novia — juguetonamente, enrollo su cintura con mis brazos. Ella traga saliva nerviosamente mientras evita mi mirada —. ¿Ni siquiera me darás las gracias?
— Gracias — gruñe, intentando zafarse de mi agarre.
— Vamos, rojita — con una mano libre, peino el cabello que cae en su hombro, llevándolo hacia atrás. No digo nada del estremecimiento que la recorre, estoy demasiado ocupado tratando de analizar la propia reacción de mi cuerpo hacia ella —. Sólo un baile, ¿qué puede salir mal?
— No.
Inclino mi rostro y susurro contra su boca —: Te asusto — paso rápidamente mi nariz por su mejilla y me alejo, risueño.
Ella, como imaginaba haría, me lanza dardos con su mirada.
— No me asustas.
— Entonces baila conmigo, ¿qué puede salir mal?
Entrecierra sus ojos hacia mí y pregunta —: Tú eres masoquista, ¿no es cierto? Te encanta que te traten mal.
— Sólo un baile — bajo mis manos a sus caderas y la pego más a mí —. Vamos, no seas cobarde.
Y esa es la palabra correcta. De inmediato, sus manos suben a mi cuello y empieza a moverse al ritmo de la música.
Joder.
Me quedo inmóvil cinco segundos, sin poder creer que lo conseguí.
Entonces salgo de mi estupor y empiezo a bailar.
Con mis manos en sus caderas, la atraigo a mí, divertido cuando su agarre en mi cuello se ajusta, como en un castigo. Para provocarla y, está bien, porque quiero, introduzco mis pulgares dentro de su camiseta y acaricio su piel mientras más nuestras pelvis se juntan en nuestro baile.
Espero, paciente a que me aleje.
Increíblemente, ella no lo hace.
Sorprendiéndome, Sophie apoya su frente en mi pecho y hunde sus dedos en mi cabello, arrancándome un gemido. Si le molesta la erección que se presiona contra ella, no dice nada, lo que sólo me motiva a mí más.
— Quise follarte desde la primera vez que te vi — gruño contra su oreja, a lo que ella contesta apretándose más contra mi cuerpo.
Mierda.
— No me digas — susurra con voz ronca.
— Lo primero que vi de ti fue tu culo. Entré justo cuando te agachaste a recoger tu teléfono — niega, pero no sé si lo hace divertida o molesta —. Lo siento, pero soy de carne y hueso, amor. Y tú eres probablemente la mujer más hermosa que he visto en mi vida.
— No te creo.
— No pude evitar imaginarte en esa exacta posición, contra la pared, mientras te follaba por detrás.
— No tienes tapujos en esa boca tuya, ¿no?
— ¿Te molesta, rojita?
No contesta, sólo se apoya más en mí y presiona mi cuello, obligándome a inclinar mi rostro más hacia ella. Así que, maldita sea, intento resistirme, pero no puedo, hundo mis pulgares en la pretina de su falda y acaricio allí al mismo tiempo que bajo mis labios en donde su pulso late.
Ella gime y yo me endurezco más.
Entonces, un segundo después, se escucha una pelea de fondo. Sophie y yo nos inmovilizamos, mirándonos fijamente el uno al otro.
¿Qué mierda está pasando?
La música de repente se va y poco a poco los gritos y escandalo van en aumento. Miro por encima de mi hombro y como si de una película de fraternidad se tratara, observo cómo uno a uno, todos los aquí presentes, empiezan a golpearse, empezando una golpiza grupal que vuelve a Sophie temblorosa en mis brazos.
— ¿Qué pasa? — Ella pregunta, bajando sus manos a mi pecho y luciendo aterrorizada.
Antes de que pueda formularle una respuesta, observo cómo vasos con bebidas vuelan a nuestro alrededor y, justo antes de que uno la salpique a ella, la cubro con mi cuerpo y la bebida golpea mi espalda.
El pequeño grito aterrorizado de Sophie se cala en mis huesos.
— Salgamos de aquí, rojita.
Con mi cuerpo cubriendo el de ella, me abro paso entre la locura que se desata en el lugar. Cuando llegamos a trompicones al auto de ella, Sophie me entrega las llaves y arranco a toda velocidad de allí.
Y nos vamos.