7. Que empiece el juego.

2425 Words
Anna Sophie. Veo a estos dos grandes hombres frente a mí y no puedo creerlo. — Dejen de llorar — les riño —. Son sólo unos cuantos golpes. — Como no eres tú — refunfuña Dereck, presionando el hielo en su labio partido —. Joder, ¿ves lo que provocas, estúpido? Jared, a su lado, lo mira mal. — Yo no les pedí que fueran a rescatarme, no soy una damisela en apuros. — Eso díselo a Sophie que saltó sobre ese gigante como una completa desquiciada, lo que, por cierto… — Dereck me mira con aparente calma —. ¡¿Estás jodidamente loca?! Tapo mis oídos porque, sinceramente, estos hombres van a acabar conmigo. — Ya basta. Pero Dereck no se detiene, ahora encara a Jared, golpeando su costado con un puño. Jared hace una mueca de dolor. Lo golpeó en el costado en el que justamente cayó. Astuto mi querido Zac. — Es tu puta culpa, Jared, y agradece que ese imbécil tenía algo de decencia y no le hizo nada a Sophie. — Contrario a la paliza que les dio a ustedes y eso que eran dos contra uno — murmuro por lo bajo, a lo que ellos me miran de inmediato. — ¿Qué dijiste? — Y ambos suenan indignados. Niego, rodando mis ojos. Le quito la compresa con hielo a Dereck para esta vez presionarla yo contra su labio. Él intenta quitármela cuando presiono tal vez demasiado fuerte —ups—, pero palmeo su mano y continúo con mi trabajo. — ¿Te golpeó muy duro? — Le pregunto a Jared cuando hace otra mueca de dolor, sosteniendo un lado de su vientre —. ¿Deberíamos ir a que te revise un doctor? Él no me contesta nada, a lo que Dereck le gruñe —: Estúpido, te está hablando, ten la decencia de contestar. — ¿Ahora sales en su defensa para todo? ¿Por qué será? — Y el tono insinuante y sucio en su voz me molesta. Estiro mi pierna y en un hábil movimiento, presiono la bota de mi zapato en su costado. Duro. Jared cae del sofá al piso, gimiendo de dolor. Dereck explota en carcajadas. — ¡Lo siento, carajo, Sophie! — Jared me gruñe, aún en el piso —. Sólo… Y se queda sin palabras, aunque lo entiendo. Él no es así. Jared nunca ha sido desagradable conmigo, así que comprendo que todo esto es por Lizzy. La expresión avergonzada que me envía cada vez que me habla con brusquedad o de alguna mala manera, me indica que está en su peor versión y, aunque no es lo que quiere, no puede evitar darme de su amargura. — Realmente, Jared, la próxima vez que le hables mal a Sophie o digas algo remotamente desagradable que la implique a ella, te sacaré la mierda, así que ten cuidado — y aunque la amenaza de Dereck suena como algo dicho aparentemente a la ligera, hay un tono de letalidad en su voz que vuelve pesado el ambiente. — ¿Por qué simplemente no me pueden dejar en paz? — Jared presiona su frente en el sofá y se escucha cansado. Por un momento, me da pesar, pero sólo por un remoto momento. — Vuelves a emborracharte de la forma en que lo hiciste y voy a actuar de la misma forma que hoy — le advierto —. Y no sabremos si la próxima vez que me tope con alguien que quiera golpearte, él será lo suficientemente decente para no ponerle un dedo encima a una mujer. — ¿Me estás amenazando? — Jared levanta su rostro y me mira. Y sí, señoras y señores, está furioso. — Una simple advertencia de que, si me pasa algo por toda esta mierda, será tu culpa. Dereck pasa su brazo por mi espalda y, disimuladamente, introduce su mano en mi camiseta y me pellizca. Presiono con fuerza el hielo en su labio. Él gruñe. — ¡Estás loca si crees que te dejaré hacer una mierda de esas otra vez! — Dereck finalmente explota —. ¡Por más caliente y endemoniadamente gracioso que fuera ver eso, es la última vez! ¡¿Tú seriamente estás loca o qué demonios?! Lo miro de hito en hito. ¿Pero a éste qué mosca le picó? — ¿Y tú qué derecho tienes sobre mí, canalla? Eso lo calla, sin embargo, si las miradas mataran, yo estaría completamente muerta y enterrada. — Malditos sean, váyanse a la mierda los dos — Jared murmura, intentando ponerse de pie —. Me duele la cabeza, el cuerpo, todo, joder. Lo último que necesito es escucharlos a ustedes dos discutir — de repente, se detiene en su pobre intento de levantarse y nos mira, casi parece resuelto —. ¿Saben qué? Cambié de opinión. Vayan y follen todo lo que quieran si eso los deja fuera de mi camino. Imbécil. — Jared Preston, vuelves a emborracharte y me conocerás, te lo juro — y lo apunto con mi dedo, intentando adquirir una pose ruda. La clave está en “intentando”. Seguramente me veo ridícula. Él me mira sobre el hombro, ve la herida de Dereck en su labio, de vuelta a mí y, casi imperceptiblemente, me da un ligero asentimiento. Dereck y yo jadeamos de asombro e, inmóviles, sin salir de nuestro estupor, observamos cómo desaparece hacia su habitación. Finalmente, mi querido Zac y yo nos miramos. Sonreímos. Chocamos las cinco. Y salto a sus brazos, abrazándolo con fuerza mientras celebramos nuestra victoria. — Mi rojita — Dereck ríe contra mi oreja, levantándome cortamente del piso —. ¿Cómo demonios hiciste eso? — No tengo idea — me separo de él y lo miro, la sonrisa sin irse de mis labios —. ¿Jared asintió a mis palabras, cierto? — ¡Sí! — ¿Eso quiere decir que no beberá más? — Sí. — ¿No se emborrachará más? — Sí. — ¿No se meterá en más peleas? — Sí. — ¿No se…? — Él calla mis palabras con un beso de pico contra mi boca que dura menos de un segundo. — Eres adorable, pero también puedes ser insoportable, Anna Sophie — me dice seriamente, luego cae sobre el sofá, toma el hielo y vuelve a presionarlo sobre su labio. Me quedo allí, de pie, mirándolo. Él me mira de reojo —: ¿Vemos una peli? — Y toma el control del televisor y empieza a buscar por el catalogo de Netflix, murmurando para sí diferentes nombres de películas. Finalmente, me rindo, cayendo a su lado mientras niego con la cabeza. Él es imposible. — Tengo hambre — le digo, palmeando suavemente mi estómago. — No comimos antes de irnos — y señala hacia atrás, en donde aún están las bolsas del domicilio sobre la mesa del comedor —. Ya vengo, iré a calentar y podemos comer aquí. ¿Qué pediste? — Comida china — le digo, arrebatándole el control mientras busco una película de mi gusto —. ¿Le deberíamos dejar algo a Jared? — ¡Idiota, en la nevera te queda comida! — Grita a los cuatro vientos, arrancándome una risa. — ¡Bueno! — Le grita Jared de vuelta, desde algún lugar del apartamento. Vuelvo a reír. Comemos mientras vemos la película de comedia y cuando terminamos, Dereck estira sus brazos y piernas perezosamente. — Creo que me voy ya — limpio mis dedos en una servilleta —. Te ayudo a lavar los platos y me voy, ¿vale? — No hace falta, yo los lavo — toma un sorbo de su refresco y lo deja sobre la mesita de café de enfrente —. Y vamos, te llevo como la última vez. — Vamos, Dereck — le digo seriamente —. Me puedo ir sola. No son ni las siete de la tarde. — No importa, yo te acompaño. — He estado toda mi vida sin ti y sin tu protección, ¿eres consciente de ello? — Pues ya no tendrás que estarlo. Vamos, yo te acompaño. Me rindo porque discutir con él es como una causa perdida. Es cuando estamos dentro del coche, yo conduciendo hacia casa, que él dice —: Antes, habías dicho algo sobre que te dejara aprovechar tu auto mientras pudieras. ¿A qué te referías? — No se te escapa ni una, ¿no? — Lo miro de reojo con una sonrisa. — Graciosa — y pincha mi estomago con su dedo, arrancándome una risita. — Respondiendo a tu pregunta, dije eso porque voy a vender mi auto. — Oh, ¿en serio? — Sí, necesito el dinero — digo, encogiéndome de hombros. — ¿Sería muy entrometido de mi parte si te pregunto para qué lo necesitas? — Sí, sería muy entrometido de tu parte preguntarme eso — le digo, pero sonriendo —. Sólo tengo unas deudas, eso es todo. No te preocupes. — Puedo ayudarte a encontrar un comprador. — Dereck… — susurro. — Vamos, es cierto. Tu carro es un clásico, ¿no? ¿Un Ford Thunderbird? ¿De qué año? — Del noventa y cuatro — respondo, cruzando en una calle. — Pues ahí está. Mi abuelo tiene una colección de carros antiguos, puedo hablar con él, puede estar interesado. — ¿Estás seguro? — Sí, déjamelo a mí. Te concretaré una cita con él, te lo prometo. — Gracias — le regalo una sonrisa, una completa, sintiéndome verdaderamente agradecida con él. — Joder, y esa sonrisa será mi muerte. — Jesús, Dereck, para de coquetear. — No estoy coqueteando, estoy siendo sincero. Niego, riendo. — Contigo me siento como una niña — murmuro —. Jugando y riendo en todo momento. — Me amas, ¿cierto? — Y ahí viene tu enooorme ego. — Me gustaría enseñarte que el ego no es lo único enorme que tengo, pelirroja. — Joder, apareció el Dereck pervertido. — Te gustan todas mis facetas. — No lo digas con tanta seguridad. — Hagamos una apuesta. Y esas palabras me dejan un momento en silencio, asimilando lo que dijo. — ¿Una apuesta? — Pregunto, para asegurarme que escuché bien. — Sí, una apuesta. — Mmm… — murmuro, pensando —. ¿Sobre qué? — Voy a ser completamente sincero contigo, mi rojita. — Está bien, mi querido Zac, creo que ya estoy acostumbrada a tu sinceridad. — Quiero follarte. Suelto una enorme carcajada, una carcajada que retumba en el pequeño espacio del auto. De hecho, tengo que estacionarme a un lado de la autopista porque mi risa no se detiene. — ¿Qué? — Él me mira sonriendo —. No creo que sea una sorpresa para ti. Te deseo, eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida y, mierda, rojita, me tienes en la palma de tu mano. — ¿Qué? — Que estoy loco por ti, Sophie. Y la sinceridad y seriedad de sus palabras me deja muda por largos segundos. — Dereck… — trago saliva, buscando las palabras correctas —. Yo en este momento sólo puedo ofrecerte una am… — Shhh — pone su dedo en mis labios, callándome —. Escúchame, ¿vale? No quiero perderte por culpa de este deseo que siento por ti, pero tampoco puedo mentirte y decirte que no voy a coquetearte, que no voy a intentar tenerte, que no voy a intentar entrar en tus bragas, porque, joder, Sophie, lo deseo fervientemente, aunque quisiera, no podría detenerme de intentarlo. Así que hagamos un trato. Dame dos meses. — ¿Cómo? — Por los próximos dos meses, no te indignarás ni terminarás nuestra reciente amistad porque te coquetee. Si en estos dos meses, no consigo acostarme contigo, entonces pararé ahí y seguiremos siendo amigos, los coqueteos completamente acabados. — ¿Y qué consigo yo con eso? — Pregunto, sin entender. — Ahora la apuesta está de tu lado. Piensa en algo, cariño. — Dejando las cosas claras, tú estás apostando que en menos de dos meses conseguirás que me acueste contigo, ¿sí? — Exacto — asiente, sonriendo y yo le sonrío de vuelta. — Qué descaro el tuyo, hombre. — Vamos, sígueme el juego. — Madre mía, está bien — murmuro pensativamente mientas recuerdo sus palabras, su forma de decirme que lo tengo en la palma de mi mano, lo protector que desde ya es conmigo y simplemente lo tengo —. Ya sé lo que te apostaré a cambio. — Dímelo. — Yo te apuesto que, en menos de esos mismos dos meses, tú te habrás enamorado de mí. — Joder — suelta una fuerte risotada —. Salió astuta mi rojita. Me giro completamente a mirarlo. — ¿Hay o no hay trato, mi rojito? — Le digo un tanto burlona. — Espera, espera — me detiene —. Pongamos las reglas. — Te escucho. — Durante ese tiempo, los dos seremos célibes. — ¿Cómo? — Lo miro sorprendida. — Eso — murmura, incluso él mismo parece sorprendido por sus palabras —. Durante ese tiempo, no nos acostaremos con nadie, Sophie. — A mí no me importa, esa regla está destinada para joderte a ti mismo — le digo, un tanto desconcertada —. ¿Estás seguro de que sobrevivirás tanto tiempo sin sexo? — Digo exageradamente. — ¿Aceptas la regla o no? — Sí, no hay problema — me encojo de hombros —. Pero, la siguiente regla la pongo yo. — Dila. — Cuando terminen los dos meses, haya ganado quien haya ganado, nada interferirá en nuestra amistad. Seguiremos siendo amigos, ¿está bien? — Perfecto — asiente —. Regla número uno, seremos célibes. Regla dos, sin importar el resultado, seguiremos siendo amigos. Me río, sin poder creer que estoy haciendo esto. Maldita sea, Dereck me hace ser de nuevo una niña. Y no puedo negar que soy feliz a su lado. Dereck le da un tirón a un mechón de mi cabello, viéndose también divertido. — Lo siento, es que esto es muy gracioso — digo sin parar de reír. Él me mira, enseñándome su mano como para un apretón. — Te apuesto que, en menos de dos meses, follaré contigo, mi rojita. — Te apuesto que, en menos de dos meses, te enamorarás de mí, mi querido Zac. Y estrecho su mano, ambos cerrando el trato. — Que empiece el juego.
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