Reina VS Preferida.

1929 Words
En plena contemplación del cuadro pintado en odas al magnífico instrumento de la fornicación del rey Kairon Loguember. Se dejo cegar por un incomprendido tormento, llamado Bastix. Se acercó más a la pintura, para debatirse con sus ojos; si el pintor no había exagerado, era casi una aparición. «¡No debe de importarte eso Vieda, al final tu prioridad es huir!». Le susurro la vocecita sensata que de vez en cuando la hacia aterrizar. En cambio no podía dejar el desasosiego a un lado. —Me satisface, verte tan maravillada por esta obra de arte.—Cerro los ojos, su voz la estremeció, acoplada a un profundo cosquilleo interno. La incómodo, ser sorprendida por el, contemplado sin decoro esa vulgaridad. —Es una gran obra aunque noto algunos defectos. Señor.—No tenía ganas de discutir. Lo dejaría regodearse en su propia vanidad enfermiza. —No creo que sepas mucho del arte. Con solo el hecho de yo estar inmortalizado en ese lienzo, lo convierte en una obra magnífica. —Debía recordarse que tenía todos los defectos más desagradables. Uno de ellos era la soberbia, se creia mejor que todos los demas. —Dibujo.—Le dio el frente.—Domino aparte del pincel, los principios básicos de la armonía y ahí no existe.—Miro a la mujer con la serpiente. Su desplazamiento se deslizó a la gran virilidad, tenía todo el peso visual.—Toda la atención, se la lleva esa cosa. —¿Querés decir, mí v***a?. —Si.—Volvio a mirar su tormento.—La mujer que intenta besar a la serpiente está de más. Yo la borraría. —No, se ganó ese derecho, es mi diabla predilecta. Si deseas borrarla, debes ganarte ese derecho, servidora.—Se lo restregó con naturalidad. Guardo su recelo con compostura, no podía ser tan evidente de mostrarle su incomodidad. —Ok, igual no me importa.—Se acerco más a el, para hacerlo prescindir de su presencia.—Con su permiso. No hubo respuestas, la sensación de ser ignorada, se asemejaba a que le estuvieran introduciendo un trozo de leña prendida en la garganta. Apretó los ojos, cuando los volvió a abrir, se rescato de casi chocar contra el marco de la puerta principal. Le tocó mirar atrás, el seguía embelesado viendo esa abominación, sus compañeras la seguían, con su posición habitual. Al menos no habían testigos de que casi tropieza con la pared. Dio muchas vueltas, por todos los rincones, ya sentir la presencia que la abrumó en toda la madrugada le estaba haciendo falta. Su mente divagó mucho mientras almorzaba unas horas después en la soledad de su habitación. «¿Estará enamorado de ella?», pensó. Las ideas que la bombardeaban constantemente la tenían en una encrucijada mental. —No puede amarla, los demonios no tienen sentimientos bonitos. Menos ese animal.—Dijo, sin apenas percatarse. El eco de las paredes la delataron. Mordisqueo una manzana, para soportar el escuchar la repetición molesta. Intento suprimir hasta un leve susurro. Sin con quien hablar, aburrida y confundida por su obsesión por la mujer del cuadro, decidio entrenarse con una libreta que llevaba en su cartera. Tenía anotados algunos hechizos, así como remedios. Al tomar la pluma, no hizo nada de provecho, se desvío a intentar dibujar el rostro del Carmesí. El resultado le recordó lo perfectamente que estaba registrado en su memoria. —¡Estas loca, Vieda!.—Otra vez salto el eco. Lo ignoro de mala gana. Guardo la libreta e intento conciliar el sueño. Esa siesta fue quizás la más profunda que tuvo en años. La voz de livia, la escuchaba a lo lejos. Incluso en el propio letargo somnoliento se quejo. Con ademanes furtivos. —Quiero dormir. Cuando despierte la pesadilla terminará.—Algo frío la tocó. —¡Señora!.—La sensación se transmuto en un ligero escalofrío. —El rey Carmesí me castigará si no bajamos pronto. Abrió finalmente los ojos. Su realidad seguía siendo la misma. Una prisionera. —Aun tengo que comer.—Le señaló la bandeja con frutas a livia. —El señor desea que baje a cenar con el y todas sus mascotas. —Cuando está habló se volvió a derrumbar sobre el colchón. ¿En qué fábula demoniaca estás metida Vieda?. Se pregunto, sabía la respuesta. Ese era su mayor tormento. —Dile que estoy en trance espiritual. —La servil, se había alejado un poco de ella, tenía en sus manos un vestido rojo granate.—Es muy escotado. —Le quedara bien, además muchas de esas hembras andan desnudas a estas horas. —La chica se fue acercando a ella, con intención de persuadirla.—Por favor señora, no quiero ser castigada. No sabe cómo duelen los azotes. Toda trémula, removía el vestido. Se levantó para tomarlo. —Tranquila. Debiste decirme eso primero.—Coloco el vestido sobre la cama. Luego empezó a desnudarse.—sientate e intenta levantar el rostro. —Ok, señora.—Era tímida. Si el semblante gris de los muertos no estuviera tan presente en su fina estampa, se vería más hermosa aún. —Un día de estos, quiero que me cuentes tu historia. —No decía nada.—Si algún día tengo la oportunidad me gustaría ayudarte. —Gracias. Debió ser muy joven cuando murió. No podía tener más de 19. Subió el vestido, era de su talla. Solo faltaba cerrarlo por detrás. Livia se adelantó hacerlo, sintio el aire helado de sus respiración, en contraste con el ambiente tibio le generó escalofrío. —Listo. —Gracias, Livia. —No sabía que tan bien estaba. No había espejos. Lo que si sabía era que sus pechos estaban casi saliéndose. —Podemos bajar. Se encaminaron hacia la salida de la habitación. Cuando caminaban por el amplio pasillo que daba al palacete de las mascotas. La abordo una duda. —¿Crees que hayan frutas?. Soy vegana. —No se preocupe señora. El señor está al tanto, de no haber comida para usted aquí, manda a buscarla a la otra dimensión. —Entiendo.—El pasillo era bastante largo, a los lados una espesa oscuridad, con neblinas rojizas. Cada 10 metros había un feo demonio con armadura, erguido de forma imponente al lado de las columnas. Se llevó la mano a la boca para simular un bostezo, aún tenía sueño. —Ya estamos llegando.—Le anuncio livia. El trayecto había sido largo. —Menos mal, todo esto me causa espanto. Lo feo que son estos demonios. Por suerte el rey es be.—Corto la última palabra. El calificativo expondría, el hecho de que lo encontraba alucinantemente hermoso. —Por suerte no lo ha visto en su forma demoniaca.—Ya imaginaba el trasfondo en esa confesión. Tampoco quiso interrogarla. Pararon frente una enorme puerta de bronce, los seguridad abrieron, sin dirigentes la palabras. Entró, sin ponerle mucho reparo a la escena delantera, estaba algo retraída, intentado diseñar el rostro feo que esconde Kairon Loguember. —Señora. Me quedaré acá. —La voz de livia fue nuevamente una alarma para sus sentidos distraidos. —Siga, el rey está al fondo. Enfocó el haren dorado. Muchas mujeres tenían sus ojos puestos en ella, empezó a caminar, entre el lujo y la desnudes de de algunas féminas, fue lo de menos ese hecho, sus estaban bastante corrompidos a esa altura de juego. Todos sus ojos la asaltaban, tampoco le dió importancia. Era una extraña, la antítesis de todo lo parlante en esa escena. —¿Por qué lleva un vestido rojo?.—Escucho decir a más de una. —Su cabello es plateado.—Los susurros seguían, en esa parte había ecos, que las delataban de manera repetitiva. No sé dejó amedrentar, camino con confianza. Puso la vista al frente sin amedrentarse. El imponente cuerpo del rey Carmesí, fue fácil de distinguir, muchas hembras resbalosas lo rodeaban. A unos metros, alzó la voz para ordenarle sentarse a su lado. Le dió pereza, el hecho de tener que recostarse en ese sillón rojo, estaba unos centímetros más elevado del nivel del piso en tono cristal. —Vamos, siéntate al lado de tu amo.—Palpo, uno de los lados disponibles. Retorció un poco los labios antes de ceder. El calor abrazador de tenerlo tan cerca, la desconcertaba. Muchas cosas habían escapado de su visión. ¿Cómo cuántas mujeres podrían haber en el espacio?. La comida y el derroche de licor que todos consumían. La carne de dudosa procedencia, casi le destroza la mirada. Kairon la devoraba sin delicadeza, era como un perro salvaje saciando sus necesidades más primitivas, abría la boca, un hilo rojo de la carne casi cruda descendió por la piel de este. «¡Asco!». Pensó. En su auxilio, se acercó Boa, con una bandeja de frutas. —Esto es para usted, mí reina.—Tenia estómago revuelto, además la hostilidad en el ambiente, el hecho de sentirse rara, le mermaban el apetito. —Gracias.—Mostro educación, el demonio servil, se alejo despacio. Le toco fingir estar a gusto, ver el derroche de riquezas hasta en los platos de oro, los senos exuberantes de decenas de mujeres desfilando por todo el lugar hasta tomar su puesto. —¡Come algo, bruja!.—Fue grosero por su parte, estaban en público. Tomó una uva entre sus dedos y engulló con delicadeza. Su paladar refinado disfruto la dulzura, una pulpa de buena consistencia. La distrajo su sabor. Entre el murmullo y la consistencia, no se percató de la flamante llegada de la mujer del cuadro. —«¡Grrr!».—El gruñido de Kairon la alertó. Levantó la vista. El cuadro no le hacía justicia a su belleza . La uva que pensaba llevar a su boca cayó en el plato. La mujer tenia los ojos de un verde indescifrable, con destellos de varias gamas tonales, a diferencia de ella su piel bronceada, le daba un aspecto exótico. Ni hablar de su melena, de un negr0 reluciente. Trago en seco. Era muy bella. Subía los escalones con dos copas en sus manos y el caminar sensual que parecía estar hechizando al rey. Su vestido dorado dejaba muy poco a la imaginación. Trato de evitar seguir viéndola con tanto interés. No pudo, frente a Kairon le entrego una de las copas, la más grande. —Es para usted. Mi rey, amo y señor.—Una dócil serpiente, su voz aterciopelada seguro le fascinaba a ese animal lujurioso. —¡Bastix!. Ven preciosa mía, sientate a mi lado. —El asiento disponible era para ella. Su sonrisa complaciente se desvaneció cuando la mujer deslizó sus ojos hasta donde estaba ella y enfocó un poco más abajo. No tanto porqué no haya reparado en su presencia. —Mi rey. Me parece que su nueva mascota lleva un vestido rojo. —Los ojos verdes se vieron perturbados. —¿Oh me equivoco? Un silencio sepulcral aglutinó todo el ambiente festivo. Ni ecos, ni risas, quizás muy lejano el rugir de los volcanes. —Si deseas te lo puedo regalar. No me gusta el color.—Hablo sin conocer las razones que la llevaron a sorprenderse del escandaloso color del vestido. —Haz silencio.—Kairon le hablo de forma calmada. —Es así, mi preciosa Bastix. —Le dió una palmada al asiento para que se adelantará a sentarse, sin embargo la mujer prefería tener toda su atención esmeralda en el vestido escaso de tela.—Ella es mí reina. El verde se borró, a un rojo encandilado. Esa mujer había empezado a odiarla.
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