En clases.

2151 Words
Mi historia comenzó aquí… —Señorita Bruce—, se escuchó la gruesa, pero agradable voz del profesor. Dirigí la mirada a él, me perdí en esos ojos negros que me observaban de una manera intensa —¿Escuchó lo que dije? No. Claro que no, ¿cómo iba a escuchar?, si estaba absorta imaginando una vida junto a él, sus manos acarreando mi cuerpo a él suyo, sus labios compactados con los míos y devorándome con primicia, sus dedos recorriendo mi torso desnudo, los susurros de un te amo a mi oído y sus contundentes embestidas traspasando mi estrechez al mismo tiempo que me elevaba al cielo y perdía mi memoria cuando su lengua jugaba con mi pezón. ¡Puf! ¡qué caliente estaba mi imaginación ese día! Solté un suspiro por la boca y sonreí al tiempo que ladeaba la cabeza. —Preste atención para la próxima vez—, aconsejó girando su cuerpo de vuelta al pizarrón, y yo, yo lamí mis labios con deseo de morder ese rico trasero. El papelito que cayó sobre mi pupitre me sacó de los remotos y excitantes pensamientos “¡Pervertida!”, era la palabra escrita en el antes nombrado, sonreí y le eché una mirada a Carol, quién enchinó los ojos y ladeó la cabeza al mismo tiempo que sostenía las ganas de reír. Adi, o mejor dicho el profesor Adiel estaba tan bueno que, me causaba deseo desnudarlo y violarlo cada vez que lo veía. ¿Dije violar?, j***r, ¿Será que una niña pura e inocente como yo podía violar a un hombre alto de cuerpo bien tonificado como él? Inflé mis pulmones y los desinflé soltando un suspiro que se escuchó por todo el salón, el cual atrajo la mirada de Adi, mi profesor de Matemáticas. Sus ojos negros, tan negros como la misma noche hicieron que mi corazón se acelerara y qué mi rostro se sonrojara con esa mirada penetrante. —¿Está enamorada? —, preguntó mientras colocaba el marcador sobre el escritorio —Sus suspiros parecen de un corazón enamorado—, musitó al subir las mangas de su camisa y dejar ver sus brazos velludos. Tragué saliva con dificultad y sostuve la mirada en sus labios y me pregunté, ¿será que era tan estúpido para no darse cuenta que en toda su clase pasaba suspirando porque todo él me encantaba? —Si, estoy muy enamorada—, expresé con serenidad. Adiel arqueó una ceja y bajó la mirada al libro. —Me parece bien que se enamore, pero concéntrese en la clase, si no terminará perdiendo el año—, volvió a levantar la mirada justo cuando me alcé de hombros, su consejo me resbalaba, por mi parte que me dejara este año y el que venía, así nunca saldría del colegio y podría seguir observando discretamente tremenda escultura, tan perfecta y hermosa como lo era él —¿No le importa quedarse de año? —inquirió y asentí. —¡No! —, dije con mucha seguridad. —Definitivamente usted fue la primera en nacer el día que nacieron los vagos—, no sabía si tomarlo como un insulto, pero na… todo lo que ese guapo profesor me dijera, me encantaba. —¿Me está insultando? —pregunté y entrecerró los ojos. —Tómelo como quiera—, expuso y se levantó desconectando su mirada de la mía —Cinco minutos y reviso aquel ejercicio copiado y sin tachón alguno—pronunció y desapareció de mi vista, caminó hacia atrás e imaginé que desde aquel lugar vigilaba que todos copiáramos el ejercicio. Adiel Brenes, era un licenciado de aproximadamente veintiséis años, cabello n***o y tez canela clara, labios gruesos y jugosos, cuerpo bien trabajado como si a diario asistiera a un GYM, era todo un galán y el hombre que cualquier mujer desearía tener en la cama, lastimosamente ya tenía dueña, si, estaba casado con otra licenciada del instituto y hasta donde sabía eran la pareja envidiable. Así que, probar de ese hombre, solo en sueños. Cómo lo anunció, en cinco minutos revisó el ejercicio, lo terminé justo a tiempo, se acercó a mi pupitre con ese perfume exquisito que me provocaba soltar más de un suspiro y despertaba las mariposas en mi estómago. Ese hombre era prohibido, no solo porque era mi profesor, si no que también era casado, pero eso a mí no me impedía soñarlo y tener sueños húmedos con él, no creía que por eso me fuera a ir al infierno, y en caso de irme, con gusto me quemaría. Estando a mi lado lo miré por un instante, al hacer contacto nuestras miradas, las válvulas de mi corazón empezaron a evacuar sangre sin control. —Se ha equivocado, vuelva a escribirlo—, j***r, pero traté de no equivocarme, porque era un ejercicio que ocupaba todo el pizarrón y eso que sus número y letras eran muy pequeñas. —¿Es en serio?, ¿nuevamente piensa dejarme escribiendo? —¿Alguna vez me ha escuchado bromear? —, Diciendo eso se fue a su escritorio. Me quedé observando su ancha espalda, al momento que llegó al escritorio bajé la mirada y formando un puchero empecé a escribir. Al segundo siguiente sonó la campana y todos empezaron a marcharse, entre ellos él, recogió sus cosas y salió sin voltear a ver. —¡No copiaré esta mierda! — saqué el teléfono y tomé una fotografía para al llegar a casa copiarla, seguido guardé mis apuntes y salí. Caminé a toda prisa por los pasillos para llegar al comedor y alcanzar los ricos y deliciosos aborrajados, los cuales eran caída y limpia. Al momento de bajar las gradas me topé con la mirada del morboso de Diego, ese estúpido se quedó viendo mis gruesas piernas. Al llegar al patio corrí hasta el bar y me paré tras de Cloe —Llegas a tiempo, eres muy rápida copiando —¿Crees que lo hice? —No, es obvio que no, siempre te sales con la tuya. Sonreí y caminé hasta agarrar mi aborrajado. Eso era tan rico que podría comer cientos y ciento de ellos. Antes de irme le pedí a la señora le llenara de mayonesa y ella me complació. Agradecí y junto a Cloe caminamos hasta la mesa donde estaba sentada Carol. Cabe recalcar que mi nombre también empieza con C; soy Crysthel Bruce la última hija de cuatro hermanos en un matrimonio estable, soy chaparrita pues mi estatura no pasa del metro sesenta, tengo gruesas piernas y anchas caderas, un cabello rizado que pasa mi cintura. —Las tres C, nuevamente juntas, me pregunto si están dispuestas hacer un trío—, masculló el estúpido de Henry. Ignorando a esa lombriz continué devorando mi delicioso aborrajado, estaba tan exquisito que, me comería dos más. —¡Uy!, ¡Crys!, Si, así como muerdes el aborrajado, me mordieras este corvichote que tengo aquí, estaría encantado—, señaló su entre pierna y me produjo náuseas. —Corvichito dirás, pero hay mejores carnes que morder—, espeté y mis amigas sonrieron. —Mide veinte centímetros—, explicó y le miré —¿En serio? ¿Y dónde está que no se nota? Inmediatamente su rostro se volvió rojo, y al no tener una respuesta sacó lo patán que tenía. —¡Eres una zorra! —. Balbuceó y se fue. —Lo somos picho corto—, dijimos en unísonos riendo a carcajadas. Carol, Cleo y mi persona, chocamos las manos. Éramos amigas inseparables, en el instituto nos decían las trillizas, no porque fuéramos idénticas, si no, porque nos vestíamos igual y nos peinábamos igual. Antes de salir de casa, nos poníamos de acuerdo en que par de media usar y que peinados hacernos, usábamos las mismas vinchas, el mismo modelo de arete y la misma marca de zapatos, todo lo que compraba una, la otra también, todo lo que a una le gusta, a la otra igual, todo excepto Adiel, a mis amigas no le gustaban los hombres mayores mucho menos si eran casados. En cuanto a mí, estaba de más decir que me encantaban, o bueno, me encantaba solo uno, porque solo era Adiel y nadie más que él. Mi risa se terminó y suspiré profundo cuando vi Adiel ingresar al comedor y sentarse en una de las mesas frente a nosotros junto a su esposa, y dos licenciados más. Su mirada hacia mi fue rápida y evasiva, era como si no pudiera mirarme más de un segundo, pero si lo hacía cada vez que yo no lo miraba. Hay veces tenía el presentimiento que yo también le gustaba, pero cuando lo veía sonriendo feliz y abrazando a su esposa, mis ilusiones se desplomaban. —¿Cómo soportas eso, Crys? —. La pregunta de Cleo me sacó de trance en el que me encontraba —¿Qué sientes cuando le vez con su esposa?, ¿no se te hace feo? —¡j***r!, ¿¡puedes dejar de escarbar en la llaga!?—. Reproché al beber del refresco. —Pero mira la mano de él entrelazada a la de su esposa—, incitó Carol, y yo miré en esa dirección, ante la mirada y cuestión de ellas me levanté. Las dejé atrás y salí a pasos rápidos del comedor, llegué hasta la cancha de básquet y me senté en las gradas. No debía dolerme, pero dolía, dolía tanto que, sentía ganas de llorar, pero las retuve para cuando llegara a casa. —Cariño, perdón, solo te hacía ver qué ese profesor jamás te dará bola. —Tampoco es que quiera que me dé bola, solo es mi amor platónico, y ya, no jodas con eso, mejor volvamos al salón antes que suene la campana. —Sigue tú, yo voy a ver a mi amorcito—, puse los ojos en blanco y me marché. Solo escuchar de su amorcito se me revolvía el estómago; el amorcito de mi amiga era Diego, mi primo, quién desde que unos meses a trató de tocar partes de mi cuerpo que nadie debería tocar. Quizás era un poco vulgar en mi vocablo, pero no era una zorra como Henry lo dijo, a mis dieciséis años aún conservaba mi virginidad, algo que en este siglo niñas de catorce o trece años no lo tenían. De camino al salón me abracé a Cleo y así llegamos hasta el aula, cada una se sentó en su pupitre a espera de una nueva hora de clases. Cabe mencionar que era una excelente alumna, tenía puros sobresalientes en casi todas las materias, excepto en matemáticas. Suspiré profundo al pensar en esa materia, en realidad el profesor era excelente, era digno de recibir un diploma por mejor maestro de un instituto prestigioso como este. Que yo no comprendiera su forma de explicar, me hiciera una burra en su materia y no tuviera buenas notas era por mi misma. Todo era porque pasaba distraída observando su perfecto y todos los movimientos de él. Me enamoré de Adiel desde el primer momento que su mirada se chocó con la mía, recuerdo que tenía solo doce años cuando lo conocí por primera vez, y desde entonces ese sentimiento a perdurado en mi corazón. Adiel Brenes, tras de ser mi profesor era el mejor amigo de mi hermano mayor, este último era un militar que nos visitaba cada franco, en una de sus visitas trajo consigo a Adiel y desde entonces ese hombre me robó el corazón. Recuerdo que aquel día me pegué a ellos como una garrapata e iba donde ellos iban, al ser una niña, Adiel me daba abrazos dulces y vehemente que me sacaban más de mil suspiros, pero desde que se casó con aquella mujer no fue lo mismo, desapareció de nuestras vidas y volvió aparecer hace un año, cuando ingresó a dar clases en este instituto. Llevaba dos años casado y desde entonces mis noches y días las he pasado llorando en la oscuridad de mi habitación, el dolor se había disipado, pero cuando lo volví a ver todo se volvió a revolver, yo llegué a creer que Adiel solo había sido la ilusión de una niña que apenas entraba en la pubertad, pero no, al parecer lo que sentía por él era algo mucho más que ilusión, bastaba decir que tenía innumerables retratos suyos escondidos bajo mi colchón. Creerán que estaba loca, pero cada firma suya la recortaba y la guardaba en una cajita, quizás pensarán que era una demente, pero si, si amar de una manera desenfrenada y aferrase a un amor imposible o no correspondido significaba estar demente, lo estaba. Soñaba con Adiel Brenes desde hace ya cuatro años, imaginaba una vida a su lado, pero solo quedaba en un sueño o fantasía ya que, él tenía esposa y jamás pondría sus ojos en mí.
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