La anciana

1988 Words
Una calurosa mañana Antonio se despierta muy temprano, era su primer día oficialmente desempleado, nunca pensó que esa condición lo llenara de paz interior. Hasta ahora solo habían sido advertencias las que había lanzado delante de sus superiores, lo más probable era que pensaran que se había vuelto loco por la muerte de su gato, pero todo era realmente premeditado. La ausencia de su amigo felino en casa era notoria, ya no había motivos para seguir viviendo allí. Además, tenía que irse para un lugar donde nadie lo encontrara, iba a pasar de ser todo un ejemplo para los jóvenes con miras a ingresar a la DEA a un criminal muy buscado. Empezó a buscar por internet y encontró una casa grande y cómoda, adicional a eso estaba oculta por muchos árboles. La compró con un documento de identidad falsas para que nadie pudiera encontrarlo por medio de las bases de datos, cambió su forma de vestir e inició su nueva vida. Sabía que las autoridades no tardarían en buscarlo, pensaba hacer el trabajo de ellos a su manera. Su interés era que los criminales realmente pagaran por todo el daño que causaban y para eso necesitaba la libertad recién adquirida. El único que podía saber dónde estaba era su mejor amigo Isaac, estaba seguro de que ambos luchaban por las mismas convicciones. Quiso darse un paseo por México, respirar el aire de su ciudad y ver con la mirada de un ciudadano más cómo se desenvuelve el ambiente de la cotidianidad. Lo primero que hizo fue tomarse un café en una esquina, desde ahí podía ver el mundo pasar de manera tranquila. Entre el ruido y el ajetreo de un lunes, cuando todos van a trabajar, por lo regular, sobre tiempo, pudo observar que una anciana lloraba desconsolada. Estaba sentada justo debajo de techo que apenas cubría un poco la luz, su rostro se veía cansado y sucio, lo más probable era que se tratara del abandono de sus hijos. Antonio se acercó a ella para preguntarle el motivo de su llanto y su desolación, a ella le parecía increíble que un hombre tan apuesto se hubiera fijado en ella, puesto que nada tenía para ofrecer. Su razón era más increíble todavía, quería saber el origen de su sufrimiento para ver si podía hacer algo al respecto.   La anciana lo invitó a sentarse, le platicó sobre el abandono de sus hijos y la falta de solidaridad de las personas. Ella vivía de las limosnas que las personas de buen corazón le daban, pero ese día precisamente había ocurrido algo terrible. Se había sentado en uno de los semáforos desde bien temprano para recaudar el dinero de su desayuno y en descuido un joven se lo robó. La anciana trató de evitarlo, pero obviamente fue imposible, él era mucho más rápido y hábil. Al ver que ella quería recuperar su dinero la dio un empujón, lo que hizo que cayera al suelo, se dio un golpe muy duro en su columna, por eso estaba allí sentada, el dolor le impedía seguir consiguiendo su dinero. Lloraba no solo por el dolor que sentía, sino también porque ese sujeto le había impedido continuar con su día. Pedir dinero no era una tarea fácil y mucho menos a esa edad, se cansaba demasiado, pero sabía que era la única opción que tenía para no morir de hambre. Mencionaba con tristeza que sus hijos eran profesionales, con mucho esfuerzo y gracias a la venta de tacos pudo pagarles la universidad pública. Ambos se graduaron y encontraron empleo, con el dinero que ganaban les daba vergüenza que su madre fuera una vendedora de puesto, así que dejaron de visitarla. Era más fácil haberle colaborado para que no tuviera que trabajar, pero no lo hicieron. Tuvieron una gran desgracia en común, casualmente ambos se casaron con mujeres de la misma familia, las conocieron en la universidad y se enamoraron. Por desgracia sus novias eran mujeres que querían aparentar cosas que no tenían, en ellos vieron la oportunidad de unir fuerzas para construir la vida deseada. Sabían muy bien cómo manipularlos, hasta el punto que hicieron que por instinto les diera vergüenza presentar a su madre ante la familia de ellas. Se fueron los cuatro a vivir a Tijuana, aunque en casas separadas, la anciana intentó buscarlos para que le dieran una mano, pero todo fue un fracaso. Gracias a un viejo amigo dio con el lugar donde vivía uno de ellos, era un conjunto residencial ubicado en la zona más cara de la ciudad, en cuanto se reportó en portería el hombre recibió instrucciones de no dejarla seguir. Su hijo mencionó no conocerla, incluso dijo que se podía tratar de una mendiga. Se regresó con el corazón vuelto pedazos, aunque cuando les dio la vida que pudo no estaba esperando nada a cambio, no pensó que sus esfuerzos fueran en vano. A su otro hijo ni siquiera pudo encontrarlo, desapareció y no hizo el intento de buscarlo más, era lógico que no quería ser encontrado.. En vez de eso se dedicó a trabajar en su negocio de tacos, pero con el tiempo sus fuerzas se fueron acabando, ya no le rendía el tiempo porque todo lo hacía más lento, así que empezó a fracasar. No tuvo otra alternativa que vivir de lo que las personas quisieran darle, nunca le gustó eso, pero el destino la obligó. No pensó que su situación pudiera empeorar, pero si fue así, justo ese día se dio cuenta que la maldad no tiene límites. Antonio estaba muy conmovido por su historia, así como ella había muchas personas en las calles, a la deriva de un destino cruel. Gracias a la tecnología compartida por su amigo Isaac, podía encontrar a cualquier persona, solo era cuestión de tener una cámara de seguridad cerca para hacer una especie de reconocimiento de rostros. Pensaba ayudarla, no tanto para recuperar su dinero, sino para que ese hombre pagara y no le volviera a hacer lo mismo a otra persona, ella era solo una víctima de las miles que sufren esas consecuencias a diario. Le dio a la señora algo de dinero y le dejó su número de celular en un papel para que lo llamara en caso de emergencia. Con la cantidad recibida podía vivir muy bien por algunos meses, solo tenía que cuidarse de no ser robada de nuevo. Esa era su primera misión como justiciero, le pidió a Isaac ese día que le enseñara a manejar a cabalidad los artículos tecnológicos, tenía dinero suficiente para invertir en eso, además sería algo completamente necesario para continuar haciendo justicia. Gracias a su inteligencia comprendía muy rápido todo, empezaron a buscar la cámara de seguridad de la calle donde robaron a la anciana, allí estaba grabada toda la escena, por medio del reconocimiento facial dieron con la identidad del sujeto. Su nombre era Luis, tenía 22 años de edad y estaba reseñado por la policía, hicieron un rastreo y se dieron cuenta que se encontraba en un barrio al sur. Hasta allá lo siguió Antonio, tenía una Tablet que le permitía ver su ubicación todo el tiempo, al menos mientras estuviera en la mira de las cámaras de seguridad. Con mucho sigilo llegó hasta su lugar de estancia, al parecer vivía allí. Tocó la puerta, en cuanto vio su rostro le tiró un polvo que tenía en su mano, el cual hizo que se desmayara. Lo cargó hasta su auto y lo llevó a la que sería su nueva casa, esta tenía un sótano perfecto, además le había instalado unos vidrios que aislaban el sonido, así podía torturarlo sin que sus vecinos se enteraran. Puso en todo el centro de la habitación del sótano una silla de hierro que tenía forma de dejar inmóviles los pies y las manos. Estaba pegada al piso de tal manera que resultaba imposible moverse en ella, allí lo puso y esperó a que se despertara. Estaba muy ansioso, era la primera vez que iba a cobrar venganza por otro. Cuando trabajaba en la DEA los metía presos, pero en sí no era él quien impartía justicia sobre ellos, ahora sí lo podía hacer. Después de varios minutos Luis despertó, estaba desorientado y asustado por el ver el entorno y las condiciones en que se encontraba. ¿Quién eres y por qué estoy aquí?, preguntó el ladrón mientras hacía movimientos con su cuerpo para intentar zafarse. Soy el encargado de hacer que pagues por tus crímenes, en especial por el de la anciana que robaste y empujaste con total brutalidad esta mañana, respondió Antonio con voz gruesa. El joven trató de hacerse el inocente, mencionando que no sabía de qué le estaban hablando. En la pared Antonio tenía un video proyector, allí puso el video de la cámara de seguridad donde se mostraban con claridad sus hechos. Ya no tuvo excusas, simplemente pedía perdón mientras le contaba a su verdugo el motivo de su acción, a saber, la falta de recursos. Esto le dio mucha más rabia a Antonio, ya que lo había requisado antes de sentarlo ahí y tenía en su bolsillo unas bolsitas de droga junto con una pipa y una candela, era obvio que se trataba de esos jóvenes que robaban para sostener su consumo. Antonio quería encargarse de que no lo volviera a hacer, su idea era plantar en su alma un trauma que cambiara su vida, tenía la concepción de que por la fuerza se podía lograr el cambio. Inició arrancando cada una de sus uñas con un alicate, cada dedo quedaba sangrando mientras se escuchaban los desgarradores gritos de Luis. Entre gritos pedía perdón, le juraba que ya había aprendido la lección, pero eso no era suficiente para Antonio, aún tenía en su cabeza el rostro triste de aquella anciana. Después de cumplir con esa parte de la tortura le apretó los dedos con unas tiras de tela para que no se desangrara, pero no le dio ningún calmante. Lo dejó solo mucho tiempo, luego regresó con algo de comida, lo perturbante de eso era que tenía que cogerla con las manos porque no le llevó cubiertos. En el plato había unos trozos de papas llenas de sal y carne con salsa picante, le dejó la medida exacta para que las tomara y las llevara hasta su boca. El joven estaba totalmente consternado, tenía mucha hambre, pero cada vez que tomaba un trozo de algo sentía mucho ardor, sus dedos estaban muy lastimados, por eso prefirió quedarse con hambre. Ese era el tipo de tortura que Antonio creía que era efectiva para que no siguiera aprovechándose de los más débiles. Le tomó algunas fotos y regresó al lugar donde estaba la señora, quiso mostrarle que él ya había pagado por lo que le había hecho. Para su sorpresa ella no se alegró, por el contrario, le dio lástima de su situación, Antonio no entendía cómo podía ser tan bondadosa, ver sufrir a la persona que la lastimó no le producía placer. La anciana le dijo que la venganza no era buena, que había una fuerza superior que se iba a encargar de cobrarle todo lo malo que había hecho. Evidentemente se trataba de una religiosa, así que no discutió, simplemente tomó nuevas medidas: ayudaría a la gente, pero solo hasta cierto punto, de modo que se hiciera justicia sin que ellos supieran. Quiso ir a desestresarse un rato, así que se fue para donde Carla, su dama de compañía, allí tendría un rato de placer, diferente a lo que había acabado de vivir. Cuando llegó le dijo uno de los empleados que ella no estaba en servicio, según eso se encontraba enferma. Hasta donde recordaba era una mujer muy sana, de hecho, la había visto hace poco y estaba en perfectas condiciones. Se hizo el disimulado y entró a su camerino, allí la encontró recostada sobre un mueble con su cara llena de sangre.
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