September se encontraba conversando con Brandon Smith, uno de los químicos más respetables de una de las farmacéuticas más grandes de Londres. Su jefe, el señor McMurdon, la envió en ese caótico viaje de avión para hablar con Brandon sobre el nuevo fármaco antidepresivo que lanzarían al mercado. September era buena en lo que hacía, sin embargo, Brandon era el mejor en pruebas. La responsabilidad de September era llevarlo consigo a Nottingham para el inicio de los experimentos en animales. Los humanos era la última etapa, pocas semanas antes del lanzamiento. A McMurdon le preocupaba las personas a las que iba dirigida, así como el efecto colateral de una demanda.
En sus treinta años siendo un químico respetable, no estuvo involucrado en ningún escandalo porque huía de ellos. Tenía colegas en la cárcel, mujeres en protección de testigos por eventos ilegales y un centenar de historias de adictos que terminaron robando medicamentos para cubrir sus necesidades. Le alegraba que la mujer ante él tuviese un expediente tan limpio como el alma de Jesucristo, y que después de todo lo que vivió continuara viendo la vida con una sonrisa y no como un castigo divino.
—¿Me estás pidiendo que lo deje todo para viajar a Nottingham contigo? —preguntó Brandon irónico—. Esto no es sencillo. Tengo un laboratorio que supervisar, y apenas acabo de recibir a los ratones en los que le inyectaré la nueva dosis de penicilina.
September intentó convencerlo con que el viaje estaría cubierto por la farmacéutica Gold, y que el hospedaje sería en el mejor hotel de la ciudad. De igual forma, eso no era algo que a Brandon le interesara. La medicina era su interés, las fórmulas, curar una enfermedad terminal, no ganar un premio ni reconocimiento. Por el lanzamiento estratosférico de una de las farmacéuticas más importantes de todo Londres. Solo los mejores trabajaban en ella.
—¿Por qué no las hace usted? —le preguntó.
—No tengo la preparación —respondió ella—. Soy química, lo mío son las dosis, las preparaciones, los cálculos matemáticos. Usted también es un químico, pero tiene un doctorado en medicina. Antes de ver una reacción, sabrá si la medicina es letal.
Trabajar con la salud no era algo sencillo. Muchas veces estaban expuestos a demandas de otras farmacéuticas por patentes, de los sujetos de prueba por efectos colaterales bajo los cuales firmaron e incluso con clínicas u hospitales por medicamentos falsificados. Farmacéuticas Gold estuvo involucrado en más de una demanda por medicinas adulteradas que eran cambiadas en las ensambladoras e incluso en el trasporte. La culpa iría en primer lugar al laboratorio, pero September siempre se defendía, y siendo una ex adicta, solo con oler una pastilla conocía su adulteración.
September movió la taza de cerámica en su mano y miró el café. No era sencillo para ella volar en un avión cuando era lo que más temía en la vida, para que Brandon le dijera que no iría con ella. Se sintió decepcionada, y más aún cuando él conocía su fobia a volar. Creyó que verla lo incentivaría a tomar la decisión correcta.
—¿Al menos me dirá que lo pensará? —le preguntó.
Brandon era un hombre tan mayor como su padre, por lo que al ver que September miraba constantemente el reloj, le preguntó.
—¿Tienes prisa?
—Tengo que tomar un avión de regreso —respondió ella con un mohín—. Mientras más rápido suceda, mejor para mí.
Brandon miró a la hermosa mujer ante él. Era similar a su hija por la forma ovalada de su rostro, los pómulos rosados, la piel pálida, el cabello n***o. September era delgada como su esposa, e incluso compartían la misma sonrisa, solo que ella era más joven.
—¿Te parece si almorzamos y me cuentas?
September volvió a mirar su reloj. Faltaban dos horas para su vuelo. El recorrido por las instalaciones, hablar con un par de pasantes que estaban maravillados con la tesis sobre la reformulación de la ecuación para crear ansiolíticos y supresores del nervioso central, le quitó demasiado tiempo del que planificó para hablar con Brandon. Habló con ellos bastante rato en la cafetería, lo que la hizo perder tiempo valioso para asegurar el regreso de Brandon a Gold. Lo que Brandon desconocía era que había algo más que solo una invitación. Brandon trabajaba en Gold diez años atrás, hasta que McMurdon lo despidió por una tontería en laboratorio. Brandon, aun después de diez años, se sentía ofendido por su despido, por lo que juró jamás volver a Gold.
Brandon esperaba que September decidiera si querría almorzar con su esposa esa tarde. Le tenía confianza a la mujer, además de que le inspiraba ternura. A su esposa le encantaría verla, pero September se disculpó al decirle que debía declinar por la hora.
—Es una pena —comentó Brandon al colocarse de pie.
September dejó el café n***o a medio tomar y se levantó.
—Fue un placer verlo, aunque esta no era la respuesta que esperaba —agregó September al extender su mano—. Por favor, dígame que lo pensará y me llamará cuando lo decida.
September sacó una tarjeta de su chaqueta y se la entregó.
—No prometo que lo haré.
September le sonrió.
—Me conformo con que piense en ello. —Se colgó el bolso en el hombro—. Un placer verlo, profesor Smith.
Detrás de toda la conversación, la invitación a comer y la felicidad por verla después de mucho tiempo, se encontraba el recuerdo de una de las mejores estudiantes de química que tuvo en sus años de profesor universitario. Fue él quien le consiguió la pasantía en la farmacéutica, y quien se sintió orgulloso cuando se convirtió en una de las mejores químicas del laboratorio. Conocer todo el pasado de September, fue el impulsador para sentirse aún más orgulloso. Esa mujer era la imagen viviente de la superación.
—El placer fue todo mío. —Le sonrió con amabilidad a September—. Te veré en algún momento.
—Espero que pronto. —Movió la mano—. Hasta luego.
September ajustó su bufanda al descender del taxi en el estacionamiento del aeropuerto, pero el clima era implacable. Miró el cielo nublado. Eso era una mala señal. No solo tendría que preocuparse de que el avión perdiera su presurización o que el piloto sufriera un ataque al corazón, sino por la tormenta que se avecinaba. Los árboles se movían, a las personas se le ondeaban las chaquetas, y el cabello de September cubría su rostro.
Las ráfagas de aire eran inmensas, pero Ace se encontraba caminando a la salida para ir por una hamburguesa antes de abordar. September se acercaba a las puertas, mientras intentaba quitarse el cabello del rostro. Ace llevaba la mirada en el celular. Un rayo resonó en el horizonte y pequeñas gotas golpearon el suelo. Ace quitó la mirada del celular al escuchar el estallido y September quitó el cabello de su rostro, llevándose la bufanda consigo. El trozo de tela brotó de su cuello como un estornudo justo cuando Ace abrió la puerta de cristal para que la mujer entrara. La bufanda azul cielo se deslizó por esa pequeña ranura y fluyó por el aire como un papel. Ace miró el trozo de tela con cierta familiaridad y estiró su brazo para sujetarlo en el aire.
September miró la fuerte mano del hombre sujetar la bufanda. Ace atrajo la bufanda a su cuerpo y giró el cuello para encontrarse con los más hermosos ojos grises, similares al color del cielo que comenzaba a caerse afuera. September miró los ojos negros de Ace, al tiempo que el mundo a su alrededor se congelaba igual que sus manos. Su corazón palpitó con lentitud, buscando la forma de probar que no estaba soñando y que la persona ante ella no era real. ¿Qué probabilidades existían de que fuese el hombre de sus sueños? ¿Era posible que soñara justo con un piloto que existía?
Ace miró el largo cabello n***o de la mujer moverse en su espalda y sobre sus hombros. Conocía esos labios, la nariz perfilada, las mejillas escasas y esos ojos; eran los mismos ojos que le suplicaban en sus sueños que la salvara. Nunca olvidaría esos ojos, ni aunque transcurrieran cien años. Ace apretó la bufanda, era la misma que vio ondearse en la salida de la cafetería. Era ella, era esa mujer en Nottingham. Ace soltó el aire comprimido, apretó la bufanda con una mano y miró sus ojos.
—Eres tú —susurró Ace—. Eres la mujer de mis sueños.
September no dudó en despegar los labios para responder, pero cuando también le aseguraría que soñó con él, lo que para los dos sería una completa locura, el celular en el bolsillo de Ace resonó. El sonido rompió la tensión en el ambiente. Ace miró su bolsillo y a la mujer. Ella continuaba catatónica por lo sucedido. Ni en sus mejores deseos habría imaginado que algo así pudiera suceder. No solo se trataba de un hombre apuesto, sino de su déjà vu.
—Mi bufanda —susurró September.
La voz. Era la misma voz de sus sueños. Ace soltó la bufanda en las manos de la mujer y extrajo el celular del bolsillo para que dejara de sonar. Deslizó el dedo por la pantalla sin verificar el nombre y sostuvo la punta de la bufanda con fuerza.
—Es increíble que seas real —agregó Ace.
September no entendía del todo lo que sucedía, pero ella también soñó con él, lo que era inexplicable científicamente.
—También lo eres —replicó ella.
Ace miró el rostro de la mujer. Era increíble, y como cada cosa increíble que le sucedía en la vida, siempre alguien lo dañaba. Raven lo sujetó del codo obligándolo a romper el contacto visual con September. Ace miró las uñas pintadas de Raven sujetar su saco, mientras los ojos de September iban a la mujer.
—Te estuve llamando —comentó Raven—. ¿Saldremos?
September al ver la escena tiró de su bufanda, miró a Ace a los ojos y pasó junto a él. Raven enarcó una ceja cuando Ace la siguió con la mirada, pero lo que realmente la enojó fue que la prefirió.