Ace apretó los dientes cuando la escuchó decirle a los presentes que era adicta. Imaginó que sería una reunión de alcohólicos, como a los que él asistía los jueves, no una reunión de adictos. Y aunque no se decepcionó, algo en él se encendió. Después de todo, la mujer que de una manera ordinaria creía que era extraordinaria, era tan humana como él, imperfecta, característica. Lo único que él no esperaba era que ella tuviera un pasado tan crudo como una adicción. Ace entendía el sabor amargo que bajaba por la garganta al tragar saliva y desear que se convirtiera mágicamente en licor, sin embargo, desconocía el ardor de September por su droga. —Cuando tenía dieciséis, acompañé a mi mejor amiga a un concierto —comenzó September—. Fue solo una pastilla de éxtasis, nada que la mayoría no hubi