Leandro Mackenzie —Katherine, querida, por favor, no llores más. Tu salud está tan frágil, y las lágrimas no te benefician. Vamos a la mansión; necesitas descansar. Katherine alzó la vista, sus ojos enrojecidos e hinchados reflejaban su dolor. —No quiero descansar, Leandro —Katherine susurró, rozando con su dedo mi pecho—. Quiero que me ames con toda la pasión que me queda, lo poco que me queda de vida. Quiero que me hagas el amor —Ella se empino en la punta de sus pies, y me dio un beso, mordiendo mi labio inferior. Mi corazón se encendió ante su súplica, no porque no deseara amarla, ese era mi mayor anhelo, sino porque sabía que el tiempo que disfrutaría de su cuerpo, de su amor, era escaso, y esa realidad me consumía por dentro. —Katherine, ven, amor. Te llevaré a un lugar especia