Katherine Olson
El aroma en el aire era inconfundible: Mackenzie había salido de la habitación y había dejado tras de sí un rastro que, era demasiado agradable, era inconfundiblemente suyo. Miré a mi alrededor, notando la extravagancia que definía su espacio. Su cama King Size ocupaba un lugar protagónico, desmesuradamente grande para un hombre solo.
A ambos lados de la cama, se alzaban mesas de noche de fina madera. La mesa del lado derecho parecía estar más utilizada: una lámpara de mesa iluminaba unos lentes de lectura, y junto a ellos, un libro reposaba con tranquilidad. La curiosidad me impulsó a acercarme y observar el título: "The Myth of the Strong Leader". Intenté leer unas líneas, pero el idioma me resultó incomprensible. Suspire, reconociendo la obstinación de no haber aprendido otro idioma además del básico español.
Mi familia, a pesar de ser de clase media-alta, provenía del campo, con raíces firmemente arraigadas en la agropecuaria. Nuestro patrimonio se había fundado en el trabajo de la tierra, un legado que, lamentablemente, entregué a Valentino. El recuerdo de ese sacrificio me aprisionó el pecho con una opresión dolorosa.
Continué explorando la habitación de Leandro, donde cada detalle estaba meticulosamente colocado. Frente a la cama, un gran armario se erguía con la misma precisión que el resto del entorno. Sin mucho cuidado, abrí cada puerta y me encontré con un despliegue impresionante de trajes, vestidos, y calzado, todo perfectamente organizado y cuidadosamente dispuesto.
En una gaveta adicional, un mueble más pequeño contenía algo oculto a la vista. Intenté abrirlo, pero estaba cerrado con llave, dejando un misterio que no podía resolver en ese momento.
¡Mierda!
Salí del armario y me dirigí hacia la otra puerta de la habitación, que conducía al baño. Al abrirla, me encontré con un oasis de lujo y refinamiento. El baño estaba revestido en exquisito mármol, con una tina inmensa que se asemejaba a un jacuzzi y un váter que parecía un trono. Un elegante mueble albergaba una docena de toallas limpias, jabones, cremas y esencias.
Era evidente que este hombre tenía una devoción casi compulsiva por el cuidado personal y el orden. Impulsada por la fascinación que el lugar despertaba en mí, decidí llenar la bañera y agregué uno de los jabones espumosos que descansaban sobre la encimera. A medida que el agua se iba llenando, la espuma empezaba a desbordar, tentándome con su promesa de indulgencia.
Me quité la camisa y el sucio pantalón, quedando completamente desnuda, y me sumergí en el agua tibia. La atmósfera estaba impregnada de una serenidad palpable, y la calma me envolvió mientras hundía mi cabeza bajo el agua, permitiendo que el líquido acariciara mi piel. Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación de la espuma que envolvía cada parte de mi cuerpo. La experiencia era indescriptible; me sentía extrañamente sensible, como si el agua tuviera un efecto cálido y electrizante sobre mí.
En medio de mi relax, una imagen apareció en mi mente: aquel enigmático hombre de cabello ligeramente plateado y finas arrugas alrededor de sus ojos. Su figura inquietante se proyectaba en mis pensamientos, intensificando la extraña corriente que sentía entre mis piernas.
Sus brazos musculosos, el frescor de su aliento a menta, el envolvente aroma amaderado de su perfume y su cuerpo esculpido me hicieron estremecer. Levanté la cabeza y abrí los ojos de golpe, luchando contra la invasión de sus pensamientos. ¿Cómo podía él adueñarse de mi mente de esa manera?
Era demasiado tarde; un extraño líquido se hizo visible entre mis piernas, y una necesidad irresistible de rozar mi intimidad me invadió. Contra mi voluntad, empecé a tocarme, y los gemidos emergieron espontáneamente. Mi mente se había transportado a otro mundo, y mis pensamientos se dirigieron hacia donde no debían.
Imaginaba a ese hombre besándome, recordando la manera en que me había levantado y la sensación de protección que me había transmitido. Cada recuerdo intensificaba la urgencia de mis movimientos, acelerando cada toque. Nunca antes había experimentado una necesidad tan intensa por tocarme, especialmente pensando en alguien como él.
Dejé caer la cabeza y, con una mano, introduje mis dedos dentro de mí, mientras la otra exploraba mis senos sensibles. No sé cuánto tiempo estuve sumergida en el éxtasis de la autosatisfacción, pero solo salí de ese trance cuando una explosión interna me hizo gritar. ¡Sí, gritar!
Me enderecé, sintiendo mi pecho agitado subir y bajar con fuerza, y mis mejillas se tornaron rojas. Intenté recuperar la respiración, cuando de repente, un golpe en la puerta del baño me sorprendió. Desde el otro lado, una voz masculina, suave y preocupada, llamó:
—Katherine, ¿estás bien?
Era Leandro. ¿Qué estaba haciendo, espiándome? Tomé aire para recuperar la compostura, me levanté rápidamente y envolví mi cuerpo en una toalla.
—Sí, estoy bien —dije, intentando controlar la vergüenza que me recorría y la falta de aire que sentía
—Lo siento, es que te escuché gritar y pensé que algo te había pasado. ¿Segura que estás bien?
Me mordí el labio inferior, recordando lo que acababa de suceder, y una sonrisa se dibujó en mi rostro a pesar de la situación.
—Sí, gracias. Saldré en diez minutos.
—Solo vine a traer algo de ropa limpia. Cualquier cosa, estoy abajo; Mirta preparó el desayuno. Es importante que te alimentes.
—¡Está bien! —respondí, tratando de ocultar mi incomodidad.
Una vez que dejé de escuchar su voz, decidí tomar una ducha fría para evitar caer nuevamente en la tentación. Sin embargo, antes de abrir el grifo, noté el jabón que había echado en la bañera. La etiqueta decía: “Feromonas para mejorar la intensidad”. ¡Había usado un jabón diseñado para calentarme!
Empecé a revisar cada etiqueta de los productos sobre la mesilla, y descubrí una gran cantidad de títulos similares. Parecía que al señor Mackenzie le fascinaba la frivolidad. No sabía qué pensar en ese momento, pero al menos había disfrutado de la experiencia.
Abrí la ducha fría y me dejé bañar para enfriar mis pensamientos, tratando de olvidar el efecto inesperado del jabón. Tras cinco minutos, salí del baño, me sequé bien el cabello y observé la ropa que Mackenzie había dejado sobre la cama: un hermoso vestido tono pastel, con un cuello en V, de algodón, acompañado de unas sandalias planas. Aunque no era mi estilo, supuse que él había escogido algo acorde a sus gustos.
Era evidente que pensaba como alguien de su edad. Sonreí y me vestí. También había dejado utensilios de aseo para mujer: cremas, perfume y cepillos. ¿Era así de calculador? Parecía que todo estaba meticulosamente preparado.
Después de no sé cuántos minutos y aún sintiéndome debilitada por la experiencia reciente, bajé al comedor. El aroma del desayuno era irresistible, y al llegar, me sorprendió ver que él también había tomado una ducha. Llevaba una camisa blanca, desabotonada hasta el pecho, que dejaba ver unos pectorales imponentes. Complementaba su look con unos jeans ligeramente desgastados que dejaban entrever una pelvis bien definida y estaba descalzo.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó, sacándome de mis pensamientos.
—Bien, un poco mejor. Gracias por todo, no debiste molestarte.
—No es molestia, señorita Olson. Por favor, siéntese, el desayuno está servido.
Me acomodé frente a él y, ahora que lo miraba detenidamente, me di cuenta de que su presencia era casi divina. Quería romper el hielo del momento incómodo, así que hice una pregunta que probablemente parecía estúpida.
—¿Su esposa no desayuna con nosotros?
Él me miró fijamente mientras se llevaba un bocado de huevos a la boca. Tras masticar y limpiar sus labios, negó con la cabeza.
¿Qué? Si tiene esposa, era obvio, siendo un hombre de su edad. La revelación me dejó perpleja.
—Oh —dije—. ¿Puedo saber dónde está? —pregunté, asumiendo la respuesta que me daría.
—Bueno, Katherine, no tengo esposa. Si la tuviera, seguramente usted no habría dormido en mi habitación.
—Oh, perdón, señor Mackenzie, lo siento mucho. Soy una imprudente —mis mejillas se sonrojaron de vergüenza, pero algo en mi interior daba saltos de alegría: ¡es soltero!
—Dígame, Katherine, ¿qué ha pensado acerca de denunciar a su esposo Valentino?
La pregunta me hizo replantear mis sentimientos. A pesar de todo el daño que me había causado, estaba profundamente enamorada de mi verdugo. Era una adicción intensa la que sentía por el hombre que había sido mi primer amor y esposo. También me dolía todo lo que habíamos construido juntos y que ahora no estaba disfrutando. La tristeza me abrumaba.
—No, no lo he pensado, señor Mackenzie.
—Sé que es muy difícil para usted, pero debería considerar que necesita recuperar su estabilidad financiera y emocional. Mi abogado está al tanto del caso y podríamos meter a Valentino en la cárcel, al menos por cinco años.
—¡No! —exclamé de repente.
Leandro sacudió la cabeza con incredulidad y, sin decir una palabra más, continuó con el desayuno antes de levantarse de la mesa. Yo hice lo mismo y me sumergí en mis pensamientos. ¿Qué iba a hacer ahora? No podía seguir abusando de la generosidad de este hombre, especialmente cuando su único objetivo era salvar a su hermana de mi esposo. Además, no tenía a dónde ir, ni familia cerca, ni un centavo disponible. Tampoco sabía qué había hecho con el dinero que me dejó en el sobre ni tenía un saco limpio para usar.
—Katherine —me llamó Mackenzie.
—Dígame.
—Pase a mi despacho, tengo una oferta para usted.
Fruncí el ceño. ¿Qué más podría proponerme? ¿Acaso quería acostarse conmigo? Bajé el borde de la falda de mi vestido y asentí con la cabeza. Después de todo lo que ya había pasado, ¿Qué más podía perder?
NOTA DE AUTOR: ¿QUE CREEN QUE TENGA MACKENZIE PARA ROPONERLE A ESTA JOVENCITA?