Leandro Mackenzie —No debí dejarla sola… —murmuré, mientras daba un sorbo a mi copa. Katherine estaba a mi lado. Había irrumpido en la privacidad de mi despacho, y yo, perdido en los recuerdos de una familia que ya no estaba completa, ni siquiera la noté. Me consideraba un hombre fuerte, alguien que había enfrentado cada desafío con firmeza, como el hombre que era, “un macho oculto tras una coraza de frialdad e indiferencia”. Pero, en el fondo, no era más que un imbécil sentimentalista. Al cual, esos sentimientos le estaban jugando una mala pasada. —Leandro, cariño, Jennifer está bien, es una mujer muy valiente, muy fuerte —Katherine intentó consolarme. —Ven, siéntate. —Con mi mano señalé un espacio en el borde del sillón, y ella se acomodó allí, pues su menudo cuerpo cabía a la perf