Leandro Mackenzie Salimos de la oficina, Katherine y yo, después de recibir la devastadora noticia sobre su salud. La tomé de la mano, apretándola con fuerza, como si ese simple gesto pudiera aferrarla a la vida. Observé a mi alrededor, y de repente, las paredes de PRISM, que antes significaban tanto para mi, perdieron todo su valor. Nada de eso importaba ya, porque sin ella, el futuro carecía de sentido. El arrepentimiento me atravesaba como una daga. ¿Cómo pude ser tan estúpido al hablarle con frialdad acerca de tener un hijo? ¿Cómo fui capaz de herirla sin compasión, sin darme cuenta de lo frágiles que éramos? Si los humanos supiéramos cuándo vamos a perder a nuestros seres queridos, si tuviéramos la certeza de lo efímero que es todo, tal vez viviríamos con más cuidado. Amaríamos con