LEANDRO MACKENZIE Después de una tarde llena de compras, sonrisas y momentos compartidos con Katherine, no podía evitar sonreír de oreja a oreja. Su presencia y la energía magnética que emanaba me encantaban. La veía casi como una hermana, sí, así era. Además, tenía a Danielle, una mujer con la que estaba saliendo y que, por cierto, me había estado llamando sin parar en los últimos días, pero yo había estado demasiado distraído para contestar. Mi mente estaba ocupada en otras cosas, en especial en cómo se le veían las piernas a Katherine bajo su falda. ¡Maldita sea! ¿Qué estaba pensando? —Rigoberto, llévenos a la mansión, por favor —ordené a mi conductor. —En seguida, señor. En el auto, no podía dejar de mirarla. Desde que la vi en el hospital, era la primera vez que veía a Katherine