Leandro Mackenzie
Fueron largas horas de espera hasta que, finalmente, un médico salió al pasillo para darme noticias sobre Katherine.
—¡Señor Mackenzie!
—Doctor, ¿Cómo está Katherine? —pregunté angustiado, con las manos sudorosas solo de pensar en que ella pudiera estar mal.
—Está fuera de peligro. Consumió demasiadas pastillas para dormir. Si hubiéramos llegado unos quince minutos más tarde, no estaría viva.
Las palabras del médico me causaron escalofríos.
—¿Puedo hablar con ella?
—Por supuesto, aunque no se siente bien. La situación es difícil para ella, pero es importante el apoyo emocional. ¿Qué parentesco tiene con ella?
Esa última pregunta me dejó sin palabras. ¿Qué era yo para Katherine? ¡El hermano de su verdugo, prácticamente!
—Soy solo un amigo.
—Debe estar presente un familiar, señor Mackenzie.
—No hay ninguno en este momento, solamente me tiene a mí —afirmé con severidad. Aunque el doctor frunció el ceño en desacuerdo, ya me conocía de años y sabía que no representaba ningún peligro para la pobre Katherine.
—Sígame, por favor.
Lo seguí como me indicó y llegué finalmente a su habitación. Katherine tenía la mirada fija en la ventana y ni siquiera se inmutó al escuchar mis pasos. Aunque su actitud me distanciaba un poco, sentía que era mi deber moral seguir adelante.
—Katherine, ¿cómo te sientes?
Ella permaneció en silencio, sin siquiera mover la cabeza.
—Katherine, lamento mucho haber entrado en tu casa sin tu permiso, pero si no lo hubiera hecho, la historia sería diferente.
Ella seguía mirando hacia la ventana. Me acerqué lentamente, buscando sus ojos, con cuidado de no parecer una amenaza. La miré fijamente y noté que sus ojos estaban vidriosos, a punto de llorar. Su tristeza era tan evidente que solo quería consolarla y darle un abrazo.
—Hace un lindo día, Katherine. El sol es cálido, pero no picante. Me gustan los días soleados, ¿a ti no?
Katherine parpadeaba rápidamente, tratando de contener el llanto. Vi cómo tragaba el nudo en su garganta y me sentí mal por ella.
—¿No vas a decirme nada? Katherine, por favor, es importante que hablemos. —Me giré para quedar frente a ella. Su mano reposaba sobre la cama y no pude resistirme a rozarla con mis dedos. Ella apretó la mano y tensó la mandíbula.
—¿Qué quiere, señor Mackenzie? —preguntó con un tono de voz furioso.
—Ya te lo dije el primer día que nos conocimos, casualmente en un hospital: quiero ayudarte, y hay cosas que necesitamos discutir que son realmente cruciales.
—¿Por qué me salvó la vida? ¿Cómo llegué a mi casa? Dígame, ¿quién lo está enviando?
La miré con compasión. La pobre mujer estaba tan confundida y tensa que, en vez de intimidarme, me inspiraba un deseo abrumador de abrazarla y consolarla.
—Nadie me envió, tengo que decirte la verdad —suspiré con resignación.
Ella giró su mirada hacia mí. Sus hermosos ojos azules, cristalizados por el shock, se clavan en los míos con intensidad.
—¿Verdad? Bien, señor, estoy atenta. Estoy en vilo con sus visitas inesperadas. No entiendo qué es lo que pretende.
—Katherine, perdóname por lo que voy a decirte, pero es esencial que lo sepas. Soy el hermano mayor de Jennifer Mackenzie, la amante de tu marido.
Los ojos de Katherine se abrieron desmesuradamente y sus mejillas palidecieron instantáneamente. Comenzó a sacudir la cabeza, incapaz de emitir una sola palabra, como si el poder del habla se le hubiera escapado.
—Sé que esta noticia es devastadora. Jennifer tiene seis meses de embarazo y está locamente enamorada de ese miserable. He intentado por todos los medios hacerle ver que ese hombre no le conviene, pero ella es obstinada y no quiere separarse de él.
Finalmente, una lágrima solitaria rodó por la mejilla de Katherine.
—¿Y qué pretende que haga, señor?
—Sé que lo que voy a pedirte puede parecer fuera de lugar, pero tú eres la única que puede hacer que Valentino desaparezca no solo de la vida de mi hermana, sino también de la tuya. ¡Yo puedo ayudarte!
—¿Usted? Claro, en beneficio de esa mujer. Lo entiendo, por mi hermana haría lo que fuera, pero… no puedo hacer nada, señor. Valentino me tiene amenazada. Si nos divorciamos, pierdo todo mi dinero. Si lo meto preso, matará a mi hermana o me hundirá en un manicomio. Dígame, ¿cómo puede ayudarme?
Apreté los ojos, tratando de asimilar la magnitud de la situación. Valentino era un ser abominable, y solo pensar en lo que me contaba Katherine me provocaba náuseas severas. ¡Ese tipo debía ir preso!
—Voy a proporcionarle todos los abogados que necesite, seguridad para su hermana, lo que haga falta.
Katherine esbozó una sonrisa sarcástica.
—¿Y a cambio de qué? Si ese miserable también me dejó en la calle. Si me lo pregunta, no tengo ni un peso en el bolsillo, señor Mackenzie.
—Lo único que deseo es que ese hombre esté lejos de mi hermana. Es todo lo que me queda.
—¿Quién me garantiza que lo que me está diciendo es cierto? ¿Que no es un sucio plan de Valentino para que yo le firme el divorcio y quedarse con todas las propiedades?
Era evidente que Katherine no confiaba en mí, y no era sorprendente. En su situación, no podía creer en nadie.
—Katherine, más allá de mi palabra y un contrato, no puedo ofrecerte nada más. Confía en mí.
—No, señor Mackenzie. Le ruego que se vaya de aquí. Agradezco que me haya traído, pero hubiera preferido morir, así que no le debo nada.
—Katherine, por favor, ¿qué te pasa? Déjame ayudarte, ten un poco de solidaridad femenina. Piensa que otra joven podría terminar en tu situación —solté impaciente y desesperado, intentando persuadirla. Pero esto solo pareció avivarla aún más.
Katherine se enderezó y me miró con una furia renovada.
—Ella es la que debe liberarse de él, no yo. No soy responsable de que se metiera con un hombre comprometido, con un patán como Valentino. Ahora, si no le importa, quiero que salga de esta habitación. De verdad, señor, no quiero verlo, y mucho menos sabiendo que es el hermano de esa cualquiera.
Su ira era palpable, y aunque me molestaba que hablara así de mi hermana, entendía por qué estaba tan furiosa. Tomé aire y persistí.
—Katherine, no pienses en esto ahora. Decide demandar al maldito de Valentino. Pongo todo lo que necesites a tu disposición. Tienes mi tarjeta; búscame cuando lo necesites. Mi única intención es ayudarte, y, claro, ayudar a mi hermana.
De repente, Katherine se desmoronó, y comenzó a llorar de manera desgarradora. Se apretaba el entrecejo con los dedos, y su pecho subía y bajaba al ritmo de un llanto incontrolable.
—Es un maldito perro miserable. Me entregué en cuerpo y alma, le di todo de mí, incluso la herencia de mis padres, lo poco que le quedaba a mi pequeña hermanita. Él mató a mi hijo, a mi única esperanza de vivir. ¿Sabes? Soy una mujer muy sola. Soy profesional, y nada de eso tiene sentido sin todo lo que he perdido. ¡Lo he perdido todo, señor!
Katherine seguía llorando de manera desgarradora, como si su corazón se hubiera convertido en una fuente que se desbordaba a través de sus ojos. Su fragilidad me conmovió profundamente, y sentí un impulso irresistible de abrazarla. Juro que quise hacerlo, porque tal vez eso era lo que ella necesitaba: unos brazos y un hombro que le ofrecieran consuelo en medio de tantas penas que estaban destrozando su alma.
—Katherine, todo se puede recuperar. Solo tienes que demandarlo, por favor, confía en mí.
Katherine tomó la sábana de la cama, se secó las lágrimas, aclaró su garganta y me miró fijamente.
—No lo haré. Buscaré justicia con mis propias manos, señor Mackenzie. Y se lo digo de una vez: no me importa si eso implica que su hermana salga perjudicada. Ella también me hizo daño. Así que, por favor, dígale que se cuide —me miró con intensidad—. Salga de mi habitación ahora mismo.
—Por favor —insistí.
—¡Lárguese, Leandro! ¡Lárguese de aquí!
No tuve más opción que abandonar su habitación hospitalaria por segunda vez. No insistiría más; encontraría la forma de deshacerme de Valentino Briston por mi cuenta, sin la ayuda de Katherine. Parecía ser una mujer masoquista que disfrutaba del maltrato. ¿Cómo podía rechazar mi ayuda? No entendía en qué estaba pensando.
Salí del hospital y regresé a mi oficina. Me serví una copa y me acomodé en mi gran sillón. La imagen de Katherine se clavó en mi mente, dando vueltas como si fuera la dueña de mis pensamientos. En medio de todo lo que estaba sucediendo, sentía una extraña fascinación por tenerla en mis brazos, acunarla contra mi pecho, llenarla de besos y demostrarle que alguien podía quererla. Era apresurado decirlo, pero me gustaba, me llamaba la atención, a pesar de que era mucho más joven que yo.
Estaba colándose por completo en mis pensamientos, provocando un estallido de emociones dentro de mí, haciendo que cada fibra de mi ser se agitara. ¡Oh, Katherine! Es una lástima que te rehúses a mi ayuda. Sería el hombre más feliz del mundo si me permitieras, al menos, acercarme a ti.
NOTA DE AUTOR: Es importante para mi sus comentarios, me hace saber que están leyendo la novela y me motiva a continuar con la historia ¿Qué creen que pueda pasar con Katherine?