La miré, desconcertada. Jennifer, hablándome así, ¿Qué se traía? Simplemente asentí con la cabeza, mientras recogía mi cabello en un intento de recomponerme. Pero después de la pelea, la realidad me golpeó de nuevo con toda su crudeza: Leandro. Sentí cómo mi corazón se arrugaba como un trozo de papel y, sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a caer con fuerza. —Pobrecito... Debo llamar a la abogada —murmuré en voz alta, casi sin darme cuenta. Jennifer me tomó del brazo con firmeza y me guio hacia la oficina de Leandro. —Vamos a hablar allí adentro. Nadie debe escucharnos. Aunque desconfiaba, entendí que, por extraño que pareciera, Jennifer era mi única aliada en ese momento. Después de todo, ella era la hermana de Leandro, y si había alguien que pudiera ayudarme a sacarlo de este