Katherine Mackenzie Mi corazón se rompió en mil pedazos cuando las puertas del elevador se cerraron, llevándose a Leandro frente a mis ojos. No había ninguna razón aparente, ninguna prueba concreta, y, aun así, se lo llevaban. Esta vez, creía ciegamente en su inocencia. Acusarlo de acoso s****l o abuso era una burda mentira, una vil manipulación. Jennifer, aturdida, me aferraba del brazo, pero me zafé de su agarre con brusquedad. —¡Suéltame! —grité, sintiendo cómo las lágrimas caían descontroladas por mis mejillas. De repente, todo lo que conocía se volvió incierto, una sombra sin forma ni sentido. Me giré para enfrentarlos a todos. Sentía sus miradas clavadas en mí como dagas. Sus ojos reflejaban desprecio, como si Leandro fuese un delincuente y yo su estúpida cómplice. Cuando mis o