Katherine Olson Lo observé alejarse de mí, completamente desnudo, y no pude evitar quedar hipnotizada por la visión. Sus nalgas firmes y esculpidas, esos cuádriceps poderosos, y su espalda bronceada como un lienzo dorado me dejaban sin aliento. Pero lo que más me excitaba era verlo en toda su magnificencia, sus 25 centímetros de pura dureza, listos para reclamarme. Mis labios temblaron, tuve que mordérmelos para acallar el gemido que se escapaba de mi garganta. Cada línea de su cuerpo exudaba una masculinidad que me derretía por dentro, y ponía mi flor húmeda y traviesa. Estaba en el pináculo de su madurez, su cuerpo esculpido por el tiempo mostraba con orgullo las marcas de su perfección. En ese instante, me sentí como una simple mortal, venerada por un dios encarnado. Lo observé