Leandro Mackenzie Grité con furia cuando me sacaron a la fuerza del hospital. La rabia ardía en mi interior mientras deseaba con toda la intensidad de mi ser acabar con ese estúpido adefesio inútil e irreverente que se interponía en mi camino. —¡Basta! ¡Suéltame ya! —le grité al hombre de seguridad que me arrastraba fuera del hospital. El dolor de no poder ver a mi hermana esa tarde me consumía y me hacía hervir de ira. Debía sacar a Valentino del camino, y cuanto antes. Mi teléfono vibró insistentemente; era Danielle de nuevo. Su insistencia me exasperaba, así que rechacé su llamada sin pensarlo dos veces. Me subí al auto y cerré la puerta con fuerza, lanzando un suspiro de frustración mientras Rigoberto, mi chófer, me observaba por el retrovisor. —¿Señor, está bien? —preguntó Rigobe