Jennifer Mackenzie El taxi se detuvo frente a la casa de Andrew. Bajamos riendo, con miradas cómplices, y yo, colgada de su cuello, no dejaba de besarlo. Lo miré a los ojos con una intensidad que sólo él entendía, y me mordí el labio. Él me observó, intrigado, como si intentara descifrar el fuego que ardía en mi mirada. —¿Por qué me miras así? —preguntó, arqueando una ceja. —Porque eres el hombre más guapo y sensual que existe... y eso me vuelve loca —respondí con un susurro, acercándome más a él, hasta que nuestros labios se chocaron de nuevo. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, ese beso era como una descarga eléctrica que llegaba directo a mi pecho. El revoloteo de mariposas en mi estómago era imparable; la emoción de estar a su lado me provocaba un éxtasis que iba más allá d