Leandro Mackenzie Fueron pocas las horas de sueño que logré conciliar. Ni siquiera esperé a que el sol terminara de salir; ya quería estar fuera de la cama. La ansiedad por todo lo que estaba ocurriendo se había vuelto un asedio constante. Solo quería tener la certeza de que Jennifer se había ido de verdad, que ojalá se hubiera marchado con un amante y encontrado la felicidad, porque al final, eso era lo único importante. Me desperecé y me giré para mirarla. Katherine dormía plácidamente, boca abajo sobre la almohada. Deslicé mis dedos por su espalda, acariciando su piel dulce, suave, tersa y joven, esa piel que tanto me fascinaba. Se acercaba mi cumpleaños número 43, y con este, la incertidumbre de saber si Katherine, a sus 25 años recién cumplidos, querría seguir conmigo. Me incliné