Katherine Olson Leandro llevaba casi dos semanas encerrado en esa maldita cárcel, y cada día sin él era un infierno abrasador. Especialmente cuando, al final de cada visita conyugal, debía separarme de su abrazo. Sentía cómo una daga se clavaba en mi pecho cada tercer día. Mientras tanto, yo analizaba cada movimiento del maldito Douglas en la compañía. Si no fuera porque Leandro había previsto todo y tenía respaldo de cada decisión, PRISM ya estaría en la quiebra. Douglas había convencido a los contadores del mal proceder, pero por fortuna para Leandro, uno de ellos, él hombre que llevaba más de 20 años trabajando para PRISM, no accedió, sin antes hablar con Leandro, y cada movimiento de dinero que Douglas creía que se había hecho efectivo, el contador lo falsificaba, y se lo infor